A crisis provocada por la epidemia del covid-19 está poniendo en jaque todas las estructuras institucionales de la Unión Europea y sus Estados miembros. Un auténtico batiburrillo competencial en el que el Tratado de la UE y la Constitución Española saltan por los aires en su articulado a cada decisión que los responsables políticos van tomando. En este sentido, llama la atención que el comportamiento del ámbito supranacional se circunscriba a un intento de consensuar medidas, en el más radical de los planteamientos confederales y, en España, se haya acabado planteando una desescalada, es decir, la vuelta a la actividad, con la provincia como ente protagonista. La Comisión, el Parlamento Europeo y las Comunidades Autónomas, son los convidados de piedra de este espectáculo de reformulación de los centros de poder. Hasta hace nada la batalla era por dotar de más capacidad al Ejecutivo y al Legislativo europeo, así como convertir a la Europa de la Regiones en un verdadero contrapoder de los Estados en la construcción del proyecto europeo.

La crisis sanitaria, los estados de alarma y los confinamientos han servido de excusa a los Estados de la UE para tomar el control absoluto de las decisiones, tanto en el interior como en el exterior. Algunos que ya habían dado claras muestras de anhelar la recuperación de soberanía cedida a Bruselas, han transgredido derechos y libertades básicos como el de expresión o de la independencia de la Justicia, como en Hungría, Eslovenia o Polonia. La centralización de las decisiones ha sido la tónica general. Alemania es una honrosa excepción, pues, los länders federales han mantenido sus cuotas competenciales, especialmente, en lo tocante a las medidas para salir de la crisis. Será casualidad que en el Estado que más ha optado por la coordinación y no por la imposición los ratios de la enfermedad y los de PIB son los mejores de los grandes países de la UE. En el caso de aquellos Estados muy centralizados, como son Francia y también Italia, donde las regiones y provincias son meras delegaciones del poder central, se ha seguido aplicando su modelo administrativo sin novedad.

En España es aún más llamativa la recentralización producida. Se recuperan como unidad de medida las provincias, una organización decimonónica, dejando de lado a las Comunidades Autónomas, que por competencias transferidas deberían ser codecisoras en todo el proceso de esta crisis. Puestos a buscar asimetrías territoriales hubiera sido mucho más acorde con el régimen del 78, conceder voz a los ayuntamientos en colaboración con su Comunidad Autónoma, bajo la supervisión de indicadores y marcadores por parte de las autoridades sanitarias del Estado. La realidad es que Madrid se ha hecho con el poder absoluto de las decisiones de movilidad, pero también de la recuperación económica. Algo que en la práctica se antoja difícil de sostener dada la relación de los ciudadanos con sus administraciones más cercanas que son quienes decidían hasta ahora en asuntos tan trascendentes como la salud o la educación.

En esta situación, las instituciones europeas han quedado relegadas al papel de casa de la misericordia al que acuden los Estados miembros para que les proporcionen el ansiado maná del pago de la deuda que sí o sí la recesión va a ocasionar. De coordinación de medidas sanitarias, de desescalada consensuada o de apertura ordenada de fronteras, nada de nada. Cada capital tiene su plan y su particular manera de aprovecharse para salir antes de la crisis. Hablan incluso sin titubeos y con la aprobación de Bruselas, de comprar sus empresas estratégicas con capital público, en una clarísima vulneración del sagrado principio de competencia en el Marcado Único europeo. ¿Alguien cree que la Unión Europea puede sobrevivir sin salvaguardar el mercado interior? ¿El euro sería creíble en el mundo como moneda sin un espacio de libertad de movimientos de empresas, capitales y ciudadanos? Si los Estados miembros no se dan cuenta que con sus afanes de poder están deshilachando la unidad que nos ha costado construir más de sesenta años, estaremos al borde del precipicio del fin dando un paso al frente.