En febrero toman forma diferentes tradiciones seculares renovadas año tras año desde tiempos inmemoriales. Arranca con citas como las de San Blas y Santa Águeda, a las que le siguen las celebraciones carnavalescas, que esta vez llegarán a caballo entre el presente mes y el de marzo. Estos rituales, en su remoto origen presuntamente vinculados a los ciclos estacionales y agrícolas, han adquirido con el paso del tiempo otro sentido. Pero siguen siendo acontecimientos importantes en la sociedad actual. La antropóloga Aitzpea Leizaola, profesora de la Facultad de Educación, Filosofía y Antropología de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), explica por qué estas costumbres perduran en la era de la inteligencia artificial.
El lunes se celebró San Blas y mucha gente compró el cordón para sanar la garganta. Ayer se cantaron las coplas de Santa Águeda, golpeando la tierra con makilas para que la tierra despierte. ¿Cómo es posible que estas costumbres se mantengan arraigadas en pleno siglo XXI?
—¿Y por qué no? Quizás hay que darle la vuelta a la pregunta. Vemos las tradiciones ligadas a interpretaciones que hacemos desde nuestro presente. Es cierto que antaño se hablaba del despertar de la naturaleza y de la importancia del ciclo natural, pero en la actualidad estas costumbres son las que nos recuerdan la trascendencia de pensar más allá de nuestro propio día a día.
¿Se percibe un cambio en la forma de vivirlas y entenderlas?
—Ha habido grandes cambios. En algunos lugares esos cambios se traducen en la aparición de tradiciones que no se celebraban. Por ejemplo, el salir a cantar las coplas de Santa Águeda en algunas localidades de Euskal Herria está muy arraigado, pero en otras es relativamente reciente. Ya de por sí, es un cambio importante. El llevar determinados elementos a bendecir a la iglesia, como los cordones o los caramelos por San Blas, que es una costumbre muy arraigada en Bilbao y en otras localidades, sobre todo de Bizkaia, hoy en día queda como algo residual, habida cuenta de la secularización generalizada de nuestra sociedad.
Más allá del motivo por el que surgieran, ¿cumplen hoy en día con una función social?
—Cumplen una función social que aparece en cada una de las celebraciones. En lo que respecta a San Blas, los cordones nos lo muestran claramente. Hay una circulación de pequeños regalos, de encargos… Más allá de que proteja la garganta, el cordón pone de manifiesto las relaciones que hay entre las personas a la hora de regalarlo o encargarlo. Es una forma de decir: Me acuerdo de ti. Ese pequeño detalle, independientemente de que luego la persona piense que no va a tener afonía, que no va a padecer de anginas o todo lo relacionado con el efecto simbólico del cordón, tiene esa otra parte: esto me lo trajo mi prima, mi tía o una amiga...
En el caso de las coplas de Santa Águeda, ¿se han convertido en una convención social?
—No. En la sociedad rural, las coplas de Santa Águeda cumplían una función específica, que era la de recorrer las diferentes casas que componen el pueblo y recordar a los habitantes que son vecinos de un mismo pueblo o de un mismo barrio. Hoy en día se sigue haciendo eso. Es una forma de recorrer los cascos urbanos, de ver cuáles son los establecimientos que siguen activos, los que no... Esto obliga a veces a modificar los recorridos de los coros que cantan las coplas. También traslada la sociabilidad del fin de semana, en el que está cada vez más concentrada, a cualquier día de la semana. Eso nos saca de nuestra rutina del día a día y además nos pone en contacto con otras personas que no solemos ver a diario.
Entonces, hoy en día, para muchos enclaves de entornos urbanos, salir a cantar las coplas de Santa Águeda es también una forma de hacer barrio, ¿no?
—Claro, se activa ese sentido de comunidad: quién canta, dónde, si ensayan previamente… Hay gente para la que la víspera de Santa Águeda es una fecha muy estimada y se moviliza. Tiene ese sentido de comunidad que es importante.
¿En Euskadi, el mantenimiento de estas tradiciones tiene que ver también con una defensa de la identidad cultural propia?
—Sí y no… Yo diría que sí, porque hay esa idea de que son nuestras tradiciones, pero a la vez este discurso de la identidad propia está muy generalizado. En otros lugares del Estado o de Europa también lo local aparece como algo muy importante que se siente como propio.
¿Ve probable que algunas de estas tradiciones vayan decayendo y perdiéndose finalmente?
—Seguramente sí. El domingo era el día de la Candelaria y yo no sé cuántas personas llevarían velas a bendecir a la iglesia. Pero también habrá otras que vayan surgiendo. En cuanto alas que se mantengan, lo harán porque la sociedad las piensa como importantes y por ello es capaz de acomodarlas a las necesidades y a los valores propios del momento.
Se puede decir, por tanto, que estas tradiciones están ahí porque siguen cumpliendo una función, aunque sea diferente a la que originariamente tenían.
—O a la que pensamos que tenían, porque muchas veces no sabemos qué sentido tenían en su origen. Esa es una lectura que hacemos hoy en día con respecto al pasado.