Escribió el célebre literato palestino: “Si los olivos conocieran las manos de los que los plantaron, su aceite se volvería lágrimas” (Mahmud Darwish). Entre aquellos árboles ancestrales y llantos nacieron Mohammad Farajallah y Abrar Amro, matrimonio recién arribado a Amorebieta-Etxano desde Palestina. “Cuando cumplí ocho meses de vida –relata Moha– comenzó la primera de las tres intifadas que ha habido: la de la piedra contra el tanque, la del hacha y la de los cuchillos. Crecí en Idna, de 30.000 habitantes, viviendo una lucha callejera continua”. Es el cuarto de siete hermanos. Abrar, administrativa y psicóloga prefiere no hablar. Se está adaptando aún a esta nueva tierra: verde y con vida, muy poco familiar en comparación a la que porta en su corazón. La natural de la ciudad de Dura, de 45.000 habitantes, se siente sola. “Allí cada noche es motivo de reunimos casi todos. Aquí ya no es casi habitual visitar a los familiares”, diferencian los habitantes de la zona que los israelíes llaman Hebrón y los palestinos, Al Khalil.
Las intifadas fueron insurrecciones populares protagonizadas entre 1987 y 2013, por la juventud palestina resistente frente a las fuerzas israelíes de ocupación. De allí recalan en Bizkaia. Es decir, de la zona de Cisjordania, aunque cuentan con parientes en la franja de Gaza, que vive -a pesar del alto el fuego- el genocidio ordenado por el líder Netanyahu. “Hemos podido estar comunicados con ellos gracias a las redes sociales”, agradecen y lamentan pérdidas amigas como la de la pintora de 19 años que soñaba con ser famosa y lo logró, “pero tras ser asesinada por Israel. Ella denunciaba con sus dibujos. ¡Qué injusto es que se conozca a alguien cuando ya no está!”.
Moha da testimonio de que, en Gaza, los animales se comían los cuerpos humanos bombardeados o ametrallados. “Más duro que eso me parece que los supervivientes se alimentaran con la comida de animales. Han llegado a hacer pan con el pienso de sus animales y al no haber suministro de agua, los pozos se secaron. Y ahora, la gente vuelve a aquellos lugares”, enfatiza y va más allá y coincide con una misma frase que decía la madre de Crucita Etxabe, superviviente del bombardeo de Gernika de hoy 94 años. “Tienen la llave de la casa, pero no casa”.
Asiente: “La vida allí en Gaza es imposible”. Sin embargo, transmite a este periódico su orgullo intacto de resistencia. “Nadie va a poder con Palestina. Somos un pueblo que siempre sale adelante, que nos adaptamos. A Euskadi le auguro peor futuro. Los jóvenes de aquí ya no quieren saber nada de la tierra y cuando vayan muriendo los mayores... Su vida está en las redes y va a hacer falta mano de obra y si, al mismo tiempo, Euskadi no quiere emigrantes…”. Y va más allá en su exposición, dolido tras una década viviendo entre Palestina y Amorebieta-Etxano, pueblo en el que es muy conocido y querido y en el que es padre de un simpático niño: “Llevo diez años aquí. He trabajado en ALSA, en Bilbao, en la cocina del bar Xiberu…, pero para la gente de aquí siempre soy el de fuera. No acabas de ser de aquí nunca, aunque te integres. Siempre seré extranjero”.
"Nadie va a poder con Palestina. Somos un pueblo que siempre sale adelante, que nos adaptamos. A Euskadi le auguro peor futuro"
Y retorna a la comparativa entre Palestina y Euskadi. “A Palestina no le afectan las crisis ni el hambre. La vida nos ha obligado a aceptarlo”, glosa quien es colaborador de la ONG mundial UNWRA, siglas que detestan líderes como Netanyahu o Trump. “Nadie puede acabar con nosotros: ni el sionismo ni el capitalismo, que son hermanos. Pueden asesinar a palestinos, pero la idea, la idea no muere”, agrega quien asegura que el ejército de Israel derriba las casas de aquellas personas que creen que son de la resistencia en Cisjordania. “Y no permiten a tu familia que la reconstruyan”.
El matrimonio estima que Netanyahu el día que no esté -acaban de operarle de próstata- será sustituido por “otro igual” como, a su juicio, fueron Ariel Sharón o Isaac Rabin. “Como Trump y Biden son una misma persona con dos zapatillas. Trump puede decir que por él se ha dado el alto el fuego, pero no es real. El cambio de prisioneros ha sido posible por las sanciones que iba a sufrir Israel. Y porque el sionismo está por todas partes y hay miedo a él. En Euskadi mismo el sionismo tiene poder. Un ejemplo a nivel mundial es que sionistas han sido Nobel de la Paz”, en referencia a Menájem Beguin en 1978 o Shimon Peres en 1994. “Es más, medios de comunicación vascos que antes nos calificaban de resistencia, ahora nos llaman terroristas. ¿Por qué han cambiado de forma de pensar?”.
Moha transmite que, en Cisjordania, aunque no se han dado tanta destrucción aérea como en la Franja de Gaza, desde el 29 de enero -esta semana- “una ley permite que cualquier israelí puede hacerse con una casa nuestra, sin argumentos. Y tienen en sus manos cerrar toda Cisjordania en cinco minutos gracias a un sistema de puertas metálicas. Sí. En solo cinco minutos. Solo en la ciudad de Ebrón hay 150 puertas”, precisan quienes sueñan su futuro en el país que llegaron al mundo.
Palestina, tras el intento de genocidio, sigue siendo un Estado con un reconocimiento internacional limitado situado en Oriente Próximo, en la zona del Levante mediterráneo. Su mapa político está compuesto por dos territorios separados geográficamente: la bombardeada Franja de Gaza, pequeño enclave de 365 kilómetros cuadrados -tantos como días tiene un año- bañado por el mar citado y que hace frontera con Egipto en el sur; y Cisjordania, que limita al este con Jordania y ocupa una extensión de 5.800 kilómetros cuadrados en los que también se localiza Jerusalén Este, la mitad de la ciudad anexionada por Israel en 1980. Moha aporta una experiencia vivida por un buen amigo en la Franja de Gaza, uno de esos que han ido en ese éxodo que muestran las televisiones a diario hacia el norte. “Ha ido al norte y allí, han podido arreglar una casa familiar que se había quemado, pero no está del todo caída. La están poniendo un poco bien para sus padres, que son mayores. Él, sin embargo, no quiere quedarse allí. Nos dice que Gaza era muy bonita y ahora está destruida. Es desolador. Allí no hay nada, no hay casas, no hay vida. Te diré más: me dice que no hay ni moscas”.
Sin embargo, las personas mayores palestinas quieren seguir viviendo allí, sobreviviendo, aunque la mayoría no ha encontrado ni sus casas después de kilómetros caminando con sus pocos enseres encima, con a favor, la posibilidad de reencontrarse con familiares, que algunos daban por muertos. “Ahora, se pondrán tiendas de campaña y se las apañarán. 300.000 personas han sobrevivido sin comida ni casi agua. Allí tenemos un proverbio que dice: conserva una moneda blanca para tu día negro”.