Trabajan dentro de la prisión y fuera, donde actualmente están acompañando a siete mujeres condenadas en “su proceso hasta que puedan vivir de una forma autónoma”. “Hay que dejar los delitos a un lado y conocer a la persona”, defiende la trabajadora social de Goiztiri Paula Vilchez.

¿Cuál es el perfil de las mujeres con las que trabajan?

La media de edad es de unos 40 años. Ha habido alguna de Latinoamérica, pero la mayoría son de Bizkaia. Muchas, de etnia gitana.

¿Proceden, en su mayoría, de familias desestructuradas o vulnerables económicamente?

Sí. Hay alguna excepción pero normalmente vienen de familias desestructuradas, de una exclusión social previa a entrar y que aumenta al estar dentro aisladas. Cuando salen están bastante excluidas.

¿Acaban muchas en la cárcel por una adicción a las drogas?

Hay bastante adicción a las drogas, pero no tan duras, igual más a porros, a medicación, ligado a algún trastorno mental. Hay bastante patología dual dentro.

¿Cuáles son los delitos que cometen, en su mayoría, las mujeres?

En su mayoría son robos y hurtos por necesidad económica o consumo de drogas.

¿Haber estado en prisión es un estigma que las acompaña durante toda la vida, es un lastre?

Es un lastre, siempre te van a señalar y a la mujer se la juzga aún más: has dejado a tus hijos, a tu marido, el trabajo... Además, a día de hoy, todo el sistema tampoco está muy enfocado para las mujeres en general. Hay muchos más recursos para hombres y las mujeres están mucho más etiquetadas.

¿De qué manera les deja huella la cárcel psicológicamente?

Las aísla tanto de la sociedad que luego enfrentarse a los problemas reales les cuesta mucho. Muchas veces salen pensando: voy a encontrar trabajo, voy a reunirme con mis hijos... Y la realidad no es esa porque estar mucho tiempo dentro también hace que la vida haya seguido sin estar tú directamente en ella. Eso hace que ellas muchas veces no sepan cómo gestionarlo. Necesitan atención psicológica para asumir cómo es la realidad que tienen y cómo tienen que afrontarla.

¿Suelen retomar la relación con los hijos o es complicado?

Al venir muchos de familias desestructuradas lo tienen muy normalizado. Hay alguna entidad que trabaja dentro con madres y padres e hijos. Que haya unos profesionales apoyando al hijo – “tu madre está aquí, vamos a ir a verla”–, ayuda bastante. Siempre se intenta que los niños vayan a ver a los padres. Cuesta, pero no es imposible. Hemos visto a personas que han recuperado la relación.

¿Algunas agradecen su paso por prisión por la ayuda que reciben?

Pocas veces, pero sí. Muchas no tienen las herramientas para salir de la vida que estaban llevando por consumo de drogas, por una relación tóxica... y agradecen la ayuda de los profesionales y los recursos. Dicen: “Menos mal que me habéis sacado de donde yo vivía porque me estoy alejando de todo eso que me hacía mal”. La prisión te separa y aísla de esa situación, pero también las entidades que hay detrás, los recursos residenciales, las comunidades terapéuticas...

¿Qué dificultades se encuentran para rehacer sus vidas al salir?

La vivienda y, en el caso de las personas inmigrantes que llevan muchos años en prisión, la documentación, el NIE, el pasaporte...

¿En los trabajos les piden los antecedentes penales?

Más que por el hecho de que les pidan los antecedentes penales, acceder a un trabajo les cuesta porque hay mucha gente que no tiene estudios. Nos hemos encontrado con casos que donde han empezado a trabajar dentro de prisión. Esa falta de experiencia también les dificulta. Y las cargas familiares: no tienen con quién dejar a sus hijos, a sus padres enfermos...

¿Qué les resulta más duro?

Todas coinciden en que lo más duro es no ver a sus familias. Entras y te lo dicen: “No veo a mis hijos”. En Bizkaia no hay prisión de mujeres y si alguna es de Bizkaia la familia la tiene que ir a ver hasta Gasteiz o Donostia. Claro, las familias tienen que tener medios económicos para ir y muchas veces tienen esa complicación.

¿Qué estereotipos hay sobre las mujeres privadas de libertad?

A las personas en prisión muchas veces no se les da una segunda oportunidad. Cuando digo que trabajo con ellas, siempre intentan saber el delito. La persona es mucho más que el delito. Hay que dejar los delitos a un lado y conocer a la persona. Luego ya mi trabajo es trabajar el delito.

¿Qué caso destacaría como ejemplo de que hay quien aprovecha esa segunda oportunidad?

Ha habido una que ha salido de la vivienda y lleva una vida supernormalizada, tiene su trabajo y vive en una habitación. Hay muchos casos. Es difícil, pero no imposible.