Decía el sabio que los analfabetos del siglo XXI no serían aquellos que no supieran leer y escribir, sino aquellos que no supieran aprender, desaprender y reaprender. A Patxi Bilbao Uribarri en sus 103 años le dio tiempo a todo ello. El de Galdakao falleció el pasado 26 de diciembre y durante la Guerra Civil tuvo claro que él, de corazón nacionalista vasco, “con los fascistas no quería ir”; sin embargo, corría el año 1938 y se vio en la obligación de ir con el bando franquista porque acababa de cumplir 17 años. Curiosamente, este cofundador del histórico club de montaña Ganguren tuvo dos hermanos gudaris del batallón Kirikiño del PNV.

Bilbao, de soldado. CEDIDA

“Yo soy abertzale, solo vasco”, enfatizaba en un reportaje publicado por DEIA siendo la primera vez que daba testimonio al respecto. Echaba la vista atrás en su casa de Uraska donde pormenorizaba que “no eché ni un solo tiro en la guerra y, teniendo en cuenta que mis hermanos estaban en el bando republicano, me aterrorizaba pensar que yo pudiese herir o matar a uno de los míos si coincidíamos en la línea del frente”, detallaba este jeltzale que fue afiliado del PNV y solía tomar parte en actos como el Alderdi Eguna y Aberri Eguna. Ante la pérdida de este vasco, su familia quiere agradecer públicamente a las personas que se han puesto en contacto con ella por el fallecimiento, a periodistas y al instituto Gogora por tenerle en cuenta en vida.

Bilbao nació el 24 de marzo de 1920 en Iberluze, Galdakao, en el seno de una familia nacionalista numerosa de ocho hermanos: Casi, Juli, Esteban, Amado, Eulogia, María Luisa, Patxi e Iñaki. Fue huérfano de padre prematuro, a los inocentes 6 años. Su madre, Modesta Uribarri, quedaba viuda con ocho hijos a su cargo cuando tras el fallido golpe de Estado fascista de julio de 1936, detonó la Guerra Civil. Era un niño, pero debía aportar en casa como un adulto. Patxi se recordaba a él mismo segando y cultivando las fincas de otros propietarios. Aquel otoño, siendo un chaval de talante ya antifascista aportó cuanto pudo en la construcción de trincheras del Cinturón de Hierro en el barrio Olabarri de Galdakao. “Fui voluntario”, confirmaba orgulloso y junto a su hoy viuda, la amable Polen Aguirre aportaban un detalle. “Goicoechea, el del TALGO, nos traicionó y, más adelante, se hizo un llamamiento a los vascos a boicotear una tienda de menaje que tenía en Bilbao y tuvo que acabar cerrando. Merecido”.

En aquellos primeros compases de la ofensiva enemiga, sus hermanos Esteban y Amado, movidos por su fervor nacionalista vasco se alistaron al batallón Kirikiño y partieron a defender Euskadi, derechos y libertades. En este momento, aún no fue obligado a ir a filas por su tempana edad: 16 años. Viendo el cariz que tomaba la resistencia en Bizkaia, su madre decidió el 14 de junio de 1937 huir hacia Enkarterri. Fue a Avellaneda (Urrestitza). Hizo trayecto a pie con su madre, una vaca que volvió con el tiempo a casa y gallinas.

Pernoctaron al aire libre en Barakaldo, en Lutxana, y allí vendieron las gallinas con el objeto de tener algo de dinero. El resto de hermanos, salvo los gudaris, hicieron el trayecto en una camioneta. Iban a la Casa de Juntas y a unos kilómetros de aquel destino, en un bache, se cayó una de sus hermanas, Juli, y ninguno se dio cuenta. La hermana de Patxi tuvo que hacer el trayecto que quedaba a pie. Les acogieron en una vieja casa que tenía un gran pajar y que antaño fue Capilla del ángel, frente a la Casa de Juntas. Arribaron al anochecer y la madre portaba un gran balde de leche ordeñada a la vaca encima de la cabeza. Diversos combatientes con los que se iba cruzando en el camino, le pedían que les permitieran beberla, pero Modesta se negó pensando en los hijos que le esperaban.

En este edificio –hoy hotel restaurante Batzarki– fueron acogidos por dos maestros de Avellaneda a cambio de que Patxi segase las heredades que la pareja poseía. Como sentían ya el aliento fascista que avanzaba hacia tierras cántabras, los propietarios del inmueble, Ramona y Servando, escondieron durante unos días a Patxi para que no le llevasen al frente a luchar con los franquistas. Durante este tiempo, su hermano Amado ya fue apresado en Santoña y reo en el Colegio Barquina de Castro Urdiales “durante mucho tiempo”. Su otro hermano, Esteban, seguía luchando en la zona de Barcelona. “Allí conoció a su futura esposa, Flori Larrea, que, en ese momento, era secretaria del lehendakari Aguirre, primero en Bilbao, y luego en la delegación del Gobierno vasco en Barcelona”, detallan.

La familia aguantó en Avellaneda hasta septiembre de 1937, regresando todos a Galdakao, excepto Patxi que, como agradecimiento a los maestros locales que los acogieron y lo escondieron a él jugándose la vida, “me quedé para ayudarles a recoger la cosecha de otoño”. Tiempo después, Patxi retornó a su casa familiar de Galdakao, con el convencimiento de que, al no tener aún 18 años, no le llevarían al frente. “En ese momento, el Gran Bilbao, como se decía antes, tenía menos tensión bélica por estar ya ocupado por los fascistas”, valoran.

Sin embargo, el Estado dictatorial lo llamó a filas para aumentar así el número de hombres disponibles por Franco. El galdakoztarra debía presentarse obligatoriamente en el cuartel de Garellano para realizar una instrucción de dos días. Lo destinaron al Frente del Ebro. Formó parte de la Quinta del Biberón o Leva del biberón. Lo contextualiza Koldo: “Tradicionalmente se considera Quinta del Biberón, a las levas realizadas durante los años 1938 y 1939 por parte del Ejército Republicano, pero, ya en el estío de 1938 jóvenes vascos fueron llevados al frente por parte del Ejército franquista, con apenas 18 años”.

De este modo, y de alguna forma “secuestrado”, fue enviado a combatir contra los suyos, contra los republicanos, en territorio tarraconense de Gandesa. “Yo no eché ni un solo tiro en la guerra, pero sí fui herido en esta mano en la que me queda una marca, por una bala perdida en el municipio de Bot”, detallaba y sorprendía al valorar que “esa fue mi gran suerte, ya que me evacuaron en camilla a retaguardia en primer lugar. Mientras me trasladaban oía a otros soldados decirme que qué suerte tenía, ya no tenía que luchar”.

De la retaguardia, Patxi fue evacuado al Hospital Mercantil de Zaragoza y al ser vasco, a continuación, al Hospital de Guerra de Algorta. “Como no queríamos ninguno de los que allí estábamos volver al frente por no ir en contra del poder republicano, hacíamos que nuestras heridas no sanasen, untándonos con la leche de tallo de los higos y de esta forma las heridas se cronificaban”. Una buena monja también le ayudó. “Me salvó en varias ocasiones de que me llevasen de nuevo al frente. Alegaba que me necesitaba en el Hospital”. Los tres hermanos combatientes regresaron sanos al hogar familiar. “Pero, les quedaba lo peor”, acentúa su hijo Koldobika: “La posguerra, la miseria, el hambre y la dictadura”.