Hay pastores de otra época que con la lana vendida durante un año de grandes rebaños podían llegar a conseguir ingresos “como para comprar un piso”, según cuentan los más viejos del lugar. Nada que ver con la realidad actual. La lana de oveja latxa no solo ha dejado de ser un negocio, sino que se ha convertido en un residuo “incómodo y caro”. Así lo reconoce Mikel Belarrain, mientras sigue con atención la destreza con la que Igor Txurruka y Joxe Ezpeleta se emplean esquilando 200 de sus ovejas.

Es una mañana lluviosa en el caserío Adarrazpi, en Urnieta. Como viene sucediendo desde hace dos décadas, este profesional ha vuelto a echar mano de estos esquiladores que han venido desde Bizkaia, territorio en el que todavía continúa vivo un oficio que emplea a una decena de profesionales. En Gipuzkoa, en cambio, esta práctica ancestral se reduce actualmente a un par de ellos. Realizan un trabajo necesario para el bienestar de los animales, del que surge un producto que se ha ido devaluando con el tiempo.

La lana de las ovejas era un complemento de la economía doméstica. Hoy en día es más bien todo lo contrario. Los ganaderos deben costear el esquileo y el material sobrante no tiene ningún valor porque no hay quien lo compre. Belarrain explica que lo habitual es esquilar al rebaño antes del verano, hacia el mes de mayo, pero en el caserío tienen por costumbre repetir la operación por estas fechas “por una cuestión de higiene”, y en esta ocasión lo hacen con aquellas ovejas que han parido y las que están a punto de hacerlo. El siguiente lote llegará en diciembre: 360 cabezas en total.

El rebaño conducido por los dos esquiladores. Ruben Plaza

Los profesionales vizcainos llevan, una a una, a las ovejas a su puesto en la tabla de esquila. Y comienzan a quitarles la lana del vientre, que se separa del vellón principal por un corte, para el cual emplean herramienta de mano mecánica, peines y cuchillas. Primero la paletilla, medio cuello, el costado, las patas traseras y el rabo. Posteriormente le dan la vuelta a la oveja y repiten la misma operación por el lado derecho. “Con cada oveja tardamos entre minuto y medio y dos minutos”, explica Txurruka, que junto a su compañero de faena va depositando la lana en un saco de grandes dimensiones, el mismo que posteriormente deberá trasladar el ganadero –previo pago– hasta Asteasu, el punto de recogida.

“Todo este material sobrante se lleva al crematorio. Esquilar cada oveja nos cuesta 1,40 euros, e incinerar la lana del orden de 200 o 220 euros. En resumidas cuentas, lo que antes era un beneficio se ha convertido en un gasto”, resume este ganadero dedicado a la cría de ovejas, con cuya leche elabora queso amparado en la D. O. Idiazabal, y cuajada que comercializa por vía directa y en el mercado de San Martín en Donostia.

Cuenta que la lana en otra época se utilizaba para usos textiles, e incluso aislante, pero es un producto que ha dejado de tener salida. Se trata de un tipo de lana que contiene pelo lo que provoca que, según la sensibilidad de la piel, deje una sensación de picor que puede resultar molesta. Ese efecto “pinchazo” proviene del diámetro de la fibra, motivo por el cual las lanas vascas como la latxa, la sasi ardi o la carranzana, no son apreciadas por el sector industrial y no se han buscado nichos adecuados donde se ponga en valor sus propiedades y utilidades.

Una lana basta

“La mejor es la de la raza merino, más fina y suave, pero la nuestra, la de la oveja latxa, es rizada y más basta. Cuesta mucho trabajo limpiarla”, reconoce Belarrain, que habla de este modo de un subproducto animal que, al no tener salida, debe ser tratado como un residuo.

El esquilador Igor Txurruka, con la lana obtenida de las ovejas. RUBEN PLAZA

Si no se vende y no sabe qué hacer con ella, su destino debería ser el vertedero. Pero pese a ser orgánico, tampoco puede ser enterrado como un producto más. “Es la Diputación la que se la lleva al crematorio”, explica Txurruka. “Hay quien la usa para hacer compost, porque a una temperatura de 60 grados desaparece. Pero el pastor que quiere darle ese uso tiene que pagar”, precisa este esquilador de Markina, que aprendió con diez años el oficio de su padre, en la época en la que se empleaba la tijera durante el proceso de esquileo. “Todavía recuerdo cuando hace unos cuarenta años le ofrecieron cien pesetas por la lana. Decía que no, que no era precio suficiente. La verdad es que desde entonces es un producto que ha caído en picado”, asegura.

Hay quien apuesta por incentivar la investigación para que se estudien nuevos usos y tratamientos del material. Encontrarle una nueva utilidad y conseguir, de alguna manera, una economía circular que beneficie a todos. Txurruka habla en ese sentido del trabajo desarrollado por Mutur Beltz, una iniciativa local del valle de Karrantza que funde agroecología, práctica artística y diseño, y muestra el proceso de elaboración de la lana desde la esquila pasando por las fases de lavado, cardado, peinado e hilado con hueso siguiendo los procedimientos tradicionales.

Aprovechar el residuo y darle una segunda vida es también el objetivo de Artileshell, un proyecto de Ternua en colaboración con Iletegia y Muturbeltz. El objetivo de esta iniciativa es ofrecer una salida a la lana de oveja latxa, demostrando el potencial que puede alcanzar este producto para ser reintroducido en el mercado reutilizándolo como aislante térmico para chaquetas de alta calidad.

Apuestas comerciales que los ganaderos hoy por hoy no acaban de ver con claridad. “El problema es que esta lana, tal y como está, no vale. Es necesario hacer una selección y estamos hablando de un material basto. ¿Quién va a hacer ese trabajo? Nosotros desde luego que no”, señala Belarrain, quien confiesa salir adelante en un sector en el que las tareas se multiplican. “Aquí tienes que ser pastor, ganadero, oficinista, comercial y veterinario. Todo lo tienes que hacer tú”, resopla.