Europa reconoce a Euskadi como una región líder en materia de adaptación y mitigación al cambio climático y los datos así lo atestiguan. El último inventario de Emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) refleja un descenso sostenido de las emisiones equivalentes de CO2 en los últimos años. Nuestro país está cumpliendo los objetivos marcados en la senda hacia la neutralidad de carbono en 2050, pero sigue habiendo retos demasiado grandes, piedras que se atascan y un escenario global complejo en el que las cosas no van bien y el consenso parece a veces inalcanzable.

El último inventario de emisiones de CO2 dice que estamos reduciendo nuestras emisiones al ritmo esperado. ¿Qué valoración hace?

—Nuestro gran objetivo es que en Euskadi seamos neutros en carbono en 2050 y nos hemos marcado que podríamos llegar al -45% en 2030, que es un esfuerzo muy importante. Y el dato actual es -31%. Por otra parte, los últimos datos son de 2021, con la economía aún afectada por el covid-19, y vamos a intentar sacar este mismo año los datos de 2022 para tener una foto más real. Es decir, estamos en la senda buena, pero necesitamos acelerar el ritmo, meter una marcha más. En 2005 estábamos emitiendo 25,3 millones de toneladas de CO2, y ahora estamos en 17,6 millones.

¿Qué es lo mejor de estos datos?

—Es muy importante que estamos haciendo una cosa que los economistas llamamos desacoplamiento absoluto. Estamos viendo que el PIB desde 2005 ha aumentado un 15% y las emisiones se han reducido un 31%, y esto para Europa es muy importante, crecer económicamente y reducir nuestros impactos ambientales, demostrando que esto es posible.

¿Demostrar que eso es posible es importante para atraer hacia la descarbonización a los países en vías de desarrollo?

—Europa también está en esa línea. Habrás oído hablar del gran pacto verde europeo: Green Deal. Europa quiere ser el primer continente neutro en carbono en el año 2050 y ha puesto una ambición muy amplia.

¿Se puede decir que Europa es punta de lanza y que lo seguirá siendo?

—Sin duda. Llevamos muchos años siguiendo a Europa desde el punto de vista ambiental. El año que viene hay también elecciones en Europa y ya veremos, pero es muy difícil que cambie el protagonismo que se está dando al cambio climático, que no es ni de izquierdas ni de derechas. Es ciencia. Luego, la marcha que le das sí puede ser más de un partido político, pero no la controversia del cambio climático, porque de eso no hay duda.

En Euskadi estamos en la buena senda, pero dice que hay que acelerar.

—Así es. La industria es la que mejor ha hecho los deberes en cuanto a reducción de las emisiones de CO2. Lo ha interiorizado y está descarbonizando: hemos pasado del petróleo al gas y estamos electrificando muchas cosas, pero nos queda el gran reto del transporte, que es el principal emisor.

¿Les ha desconcertado que se hayan reducido tan poco las emisiones en el transporte? ¿Que siga sin entrar en cintura en 2023?

—Es el gran caballo de batalla, pero le pasa lo mismo a Europa, el cómo abordar las emisiones del transporte, que no sólo es el transporte individual, sino también la logística. Una vía es promover la movilidad sostenible y eso lo estamos haciendo todos los países europeos con peatonalizaciones y transporte público. Otra línea es la electrificación de todos los vehículos. Esta parte está costando, pero está llegando y se va a acelerar mucho en los próximos años. Hemos configurado nuestros espacios urbanos para darle prioridad al coche y eso también está cambiando. Hay municipios que van a tener obligaciones legales de establecer zonas de bajas emisiones. Debemos actuar en muchos frentes, pero, en cuanto haya infraestructura, va a bajar rápidamente.

¿Quiere decir que se están sentando las bases y que se está instalando el andamiaje sobre el que se va a construir esta idea?

—Está tardando más de lo que creíamos, pero va a llegar muy rápido. Voy a poner el ejemplo de la bicicleta. Hay un proyecto de ley de movilidad sostenible en el Parlamento y hay un artículo que dice que los edificios destinados a servicios públicos, estaciones ferroviarias y de autobuses se dotarán de aparcamientos para bicicletas; o sea, ya por ley, y los nuevos edificios residenciales deberán dotarse de emplazamientos seguros y resguardados para bicicletas. Con la electrificación, lo mismo, los edificios tendrán que hacer un esfuerzo para tener zonas de recarga, pero está llegando y va a pegar un salto sin duda. Es muy importante la electrificación en la movilidad, porque si esta electrificación viene de fuentes renovables, para las emisiones de CO2 es fundamental. Y el gran reto que tenemos como país es que esa energía sea renovable.

¿Cuánta de la energía que consumimos hoy en día es renovable?

—El 16,6%. Teníamos un objetivo de llegar al 20% y nos va a costar, porque en la fotovoltaica se está haciendo un esfuerzo muy importante, pero en las eólicas hay que acelerar. Tenemos empresas capaces de vender todo tipo de aerogeneradores, ahí somos pioneros, y luego en nuestra propia casa no hemos sido capaces de impulsar mucho las energías renovables. Es curioso. Tenemos un territorio orográficamente complicado, pero tiene mucho potencial para las renovables. Entendemos que hay que hacer las cosas con el menor impacto ambiental, pero es que para reducir emisiones es fundamental que en Euskadi generemos energía con estas fuentes renovables. Este es el gran reto que tenemos a corto plazo. No podemos dejar atrás ninguna tecnología.

¿Qué quiere decir con eso?

—Que todo cuenta. Nos hacen falta pequeñas infraestructuras de autoconsumo, pero somos un país muy industrializado y necesitamos energía; entonces, también hacen falta proyectos potentes que alimenten nuestra industria. Hay que diversificar las fuentes, siempre siendo renovables.

Todo esto está vinculado al cambio climático.

—La realidad climática que tenemos, las temperaturas cada vez más altas, son evidentes. Desde Ihobe estamos trabajando mucho en generar conocimiento regionalizado de los impactos del cambio climático para actuar en adaptación, a través de proyectos que se desarrollan en ayuntamientos.

¿Proyectos municipales de qué tipo?

—Drenajes sostenibles para que el suelo sea más permeable, enverdecer las calles. Este verano la sombra ha sido el espacio más cotizado y los ayuntamientos van a tener que hacer un urbanismo más verde. Ya tenemos municipios, como Gasteiz, que están trabajando el concepto de refugio e itinerario climático. Esto es nuevo en Euskadi. Es muy difícil que vayas a un municipio y veas las carcasas de aire acondicionado fuera de las viviendas, pero ya se empiezan a ver municipios que necesitan este análisis de refugios climáticos. Habilitar espacios, como bibliotecas, y ver cómo los mayores o nuestros txikis pueden disponer de itinerarios para acceder a esos sitios y estar en una zona de confort los días que haya ola de calor. La sombra de un árbol te reduce cinco grados la temperatura y eso es un confort.

¿Qué se puede hacer en Euskadi en clave de cambio climático?

—Tenemos que trabajar tres variables: la descarbonización; la adaptación, porque aunque reduzcamos las emisiones, nos vamos a tener que adaptar a los impactos; y la justicia climática, que es esa corresponsabilidad que tenemos con países que en su desarrollo son los que menos impacto han tenido y ahora quieren crecer. Les tenemos que ayudar a hacerlo de forma sostenible y que no les impida su desarrollo, pero sí que lo hagan con menos impacto de lo que hemos hecho nosotros.

¿Y cómo se hace eso?

—Hay que acompañarles y dotarles de fondos. Son debates que se dan en las cumbres mundiales y desde la ciudadanía no entendemos, pero son necesarios, porque de ahí se llega a marcos de consenso en los que los países se comprometen, y a la búsqueda de financiación para que se desarrolle y se compense a esos países que al final sufren los daños y las pérdidas.

¿Temen que se asocie esto con la idea de que me va a costar dinero?

—Poner precio al carbono va a ser una de las claves y esto está en todos los debates internacionales. Cuando vamos a las COP, este tema de quién paga, cuánto y cómo es la clave. No es fácil, pero se puede solucionar; se necesita su tiempo, que la economía apueste, que se pongan las reglas de juego y que la ciudadanía también vaya viendo que no es un sacrificio.

¿Cómo hacemos ver eso?

—Las medidas que está impulsando el cambio climático son buenas per se, es decir, apostar por renovables o por aislamientos es bueno para la propia ciudadanía en ahorro de costes; entonces, no hay que verlo como un sacrificio, sino como una oportunidad de mejora de calidad de vida. Ir a pie, en bici o transporte público no debería ser un esfuerzo negativo. Ese es el cambio que tenemos que dar.

¿Qué se cuece de cara a la COP28 de Dubái, en diciembre? ¿Cuál es el nudo principal de esta cumbre climática y qué expectativas hay?

—Lo que vemos es que no somos capaces de descarbonizar. La economía del planeta crece a nivel global 3-4% todos los años, sin embargo, las emisiones siguen creciendo incluso por encima del PIB. Se llama COP28 precisamente porque llevamos 28 reuniones planetarias en las que los 190 y tantos países se juntan para debatir. Esto es un reto importantísimo, porque no conseguimos ponernos de acuerdo para abordar este problema. A nivel global las emisiones siguen subiendo. Los países en vías de desarrollo dicen: “Yo no he contaminado” y se habla de responsabilidad compartida. Los que llevamos muchos años industrializados y contaminando ahora deberíamos pagar más.

¿Qué papel juega una región como Euskadi en una cumbre de semejante envergadura?

—Esto es un club de estados y no tenemos la oportunidad de participar a ese nivel, pero solemos enviar una delegación y participamos en foros regionales. Allí se trabajan temas como la transición justa, quién paga todo esto y cómo. Acaba de haber una cumbre climática en África, donde, siendo los que menos han contribuido al cambio climático, son los más afectados y se están produciendo eventos extremos que van a traer refugiados climáticos. Otro tema que se va a trabajar en la cumbre es la pérdida de biodiversidad. Los dos grandes retos que tenemos como planeta son la pérdida de biodiversidad y el cambio climático. Es el momento de que cada país presente sus contribuciones nacionales y ver cómo vamos.

¿Y cómo vamos?

—No vamos bien. En el planeta no llegamos ni por el forro a los 1,5 grados del acuerdo de París. Casi seguro es imposible. Ahora el aumento de temperatura es de 1,1 grados y la Organización Mundial de Meteo está diciendo que los tres últimos meses son los más calurosos y todavía se prevé que 2024 lo sea más. Es decir, las perspectivas no son buenas, y los inventarios de todo el planeta no están contribuyendo de la forma en que se habían comprometido en el Acuerdo de París.

¿Negociaciones imposibles?

—Cuando vas allí ves cómo se negocia cada palabra, lo que afecta a cada país, a los ricos, a los pobres, a los que tienen petróleo o gas. Es complejo. Lo que sí está clara es la apuesta europea. Sólo 18 países han reducido más de diez años el CO2. El diagnóstico que se va a llevar a la cumbre es que hay ciertos avances, pero insuficientes.

¿Por ejemplo?

—Hay un gran fondo que se había comprometido de más de 100.000 millones y no estamos poniéndolo. En la COP26 se habló de dotar un fondo de adaptación para países, y en la COP27 el éxito fundamental fue la creación del fondo de pérdidas y desastres, pero ahora están viendo cómo se va a articular. Aprobarlo está bien, pero el debate acaba siendo siempre la financiación. El sexto informe IPPC es claro, dice que hay tecnología y es posible, pero se requieren inversiones importantes para acelerar la transición.

¿Y aquí cómo podemos avanzar?

—Vamos a tener por primera vez una ley de transición energética en Euskadi y va a ser un punto de inflexión. Hasta ahora hemos hecho planificación, declaración de emergencia climática, hemos creado un montón de instrumentos, ayudas, inventarios, pero la ley es ley y habrá que intervenir en el territorio. No podemos pensar en la mitigación sin la adaptación, y tenemos que trabajar en los instrumentos para esa justicia climática que, llevada a Euskadi, puede ser pobreza energética en algunos hogares.