Un estudio del Johns Hopkins Medicine (Estados Unidos) realizado durante ocho años a más de 2.000 ancianos ha comprobado la existencia de una relación entre la disminución del sentido del olfato y el riesgo de desarrollar depresión.

Sus conclusiones, publicadas en la revista científica 'Journal of Gerontology: Medical Sciences', no demuestran que la pérdida de olfato cause depresión, pero sugieren que puede servir como un potente indicador de la salud y el bienestar general.

"Hemos visto repetidamente que un sentido del olfato deficiente puede ser una señal de alerta temprana de enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer y el Parkinson, así como un riesgo de mortalidad. Este estudio subraya su asociación con los síntomas depresivos. Además, este estudio explora los factores que podrían influir en la relación entre el olfato y la depresión, incluyendo la mala cognición y la inflamación", ha explicado la doctora Vidya Kamath, catedrática asociada de Psiquiatría y Ciencias del Comportamiento de la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins.

El estudio utilizó datos recogidos de 2.125 participantes en una cohorte compuesta por un grupo de adultos mayores sanos de entre 70 y 73 años al inicio del periodo de ocho años del estudio, en 1997-98. Los participantes no mostraron dificultades para caminar, subir 10 escalones o realizar actividades normales al inicio del estudio, y fueron evaluados en persona anualmente y por teléfono cada seis meses. Entre las pruebas se incluían las de capacidad para detectar determinados olores, depresión y evaluación de la movilidad.

En 1999, cuando se midió por primera vez el olfato, el 48 por ciento de los participantes mostraba un sentido del olfato normal, el 28 por ciento mostraba un sentido del olfato disminuido, lo que se conoce como hiposmia, y el 24 por ciento tenía una pérdida profunda del sentido, lo que se conoce como anosmia.

Los participantes con un mejor sentido del olfato tendían a ser más jóvenes que los que presentaban una pérdida significativa o hiposmia. Durante el seguimiento, el 25 por ciento de los participantes desarrollaron síntomas depresivos significativos.

Cuando se analizaron más a fondo, los investigadores descubrieron que los individuos con pérdida de olfato disminuida o significativa tenían mayor riesgo de desarrollar síntomas depresivos significativos en el seguimiento longitudinal que los del grupo de olfato normal. Los participantes con un mejor sentido del olfato tendían a ser más jóvenes que los que presentaban una pérdida significativa o hiposomia.

Los investigadores también identificaron tres "trayectorias" de síntomas depresivos en el grupo de estudio: síntomas depresivos estables bajos, estables moderados y estables altos. Un peor sentido del olfato se asoció con una mayor probabilidad de que un participante cayera en los grupos de síntomas depresivos moderados o altos, lo que significa que cuanto peor era el sentido del olfato de una persona, mayores eran sus síntomas depresivos. Estos resultados persistieron tras ajustar por edad, ingresos, estilo de vida, factores de salud y uso de medicación antidepresiva.

"La pérdida del sentido del olfato influye en muchos aspectos de nuestra salud y nuestro comportamiento, como detectar alimentos en mal estado o gases nocivos y disfrutar comiendo. Ahora vemos que también puede ser un importante indicador de vulnerabilidad de que algo en la salud va mal. El olfato es una forma importante de relacionarnos con el mundo que nos rodea, y este estudio demuestra que puede ser una señal de alarma para la depresión tardía", ha detallado Kamath.

El olfato humano es uno de los dos sentidos químicos. Funciona a través de células sensoriales especializadas, llamadas neuronas olfativas, que se encuentran en la nariz. Estas neuronas tienen un receptor de olores que capta las moléculas liberadas por las sustancias que nos rodean y las transmite al cerebro para su interpretación. Cuanto mayor es la concentración de estas moléculas olorosas, más fuerte es el olor, y diferentes combinaciones de moléculas dan lugar a diferentes sensaciones.

El olor se procesa en el bulbo olfatorio del cerebro, que se cree que interactúa estrechamente con la amígdala, el hipocampo y otras estructuras cerebrales que regulan y posibilitan la memoria, la toma de decisiones y las respuestas emocionales.

Según este estudio, el olfato y la depresión pueden estar relacionados a través de mecanismos tanto biológicos (por ejemplo, alteración de los niveles de serotonina, cambios en el volumen cerebral) como conductuales (por ejemplo, reducción de la función social y del apetito).

Los investigadores tienen previsto repetir los resultados de este estudio en más grupos de mayores y examinar los cambios en los bulbos olfativos de los individuos para determinar si este sistema está alterado en las personas diagnosticadas de depresión. También tienen previsto examinar si el olfato puede utilizarse en estrategias de intervención para mitigar el riesgo de depresión tardía.