Cuando Zaloa Campillo (Gernika, 1980) empezó a estudiar Ingeniería de Telecomunicación, en 1999, sabía que iba a un mundo de hombres. “Así solo rumian las putas y las vacas, a usted no le veo la cornamenta”, llegó a espetar un profesor a una compañera por masticar chicle.

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Sufrió ‘bullying’ de niña por ser la mejor de su clase.

—Al profesor no le gustaba que fuera la primera de la clase. Había un niño que era el líder y me hacía bullying y el profesor le daba cobertura. Como enfermaba a menudo, para diciembre ya había terminado el libro de matemáticas estudiando en casa. En vez de ayudarme, el profesor me trataba como su competencia. Desde los 6 hasta los 13 fue constante.

¿Cómo le influyó este episodio?

—Fue un martirio, pero tenía dos opciones. O hundirme en la miseria o decir: “Me da igual”. Opté por lo segundo. Mi objetivo era estudiar. En Bachillerato tuve una profesora de Física y Química que me animó. Que en los años 90 te hablen de una gafas moradas no era lo habitual.

¿Por qué se decantó por Ingeniería de Telecomunicación?

—Decidí estudiar teleco porque era la carrera más difícil, un reto. Quería demostrar que me daba igual lo que me había pasado.

¿Cómo podrían incrementarse las matriculaciones?

—Hoy en día las niñas no están lo suficientemente empoderadas para decidir qué quieren. Se dejan influenciar por el entorno y la sociedad. Las que tienen buenas calificaciones van a carreras que están dedicadas al cuidado, como es la Medicina.

¿Hay peligro de que el número de mujeres se reduzca?

—La Ingeniería de Telecomunicación nació en Bilbao con bastantes más mujeres que otras ingenierías. En mi época llegamos a ser un 50% en la Universidad de Deusto. Ahora mismo solo se da en la UPV y no llega a un 20% de chicas. Ha habido una subida y una bajada muy grande.

¿Cómo sobrevive?

—Soy una rara avis, me gusta la tecnología. Los estereotipos nos muestran que una persona tecnóloga va de negro con una capucha. Me encanta el rosa, voy con una carpeta de Hello Kitty y un bolígrafo de unicornio. La frase “ay, ¿tú eres ingeniera?” la he oído millones de veces.

¿En qué influye la escasez de mujeres en los oficios tecnológicos?

—Cuando no hay mujeres en este sector, los algoritmos y los datos no están pensados para nosotras, no hay esa perspectiva. Hay que tener diversidad en la tecnología y el diseño para que sea para todos. No es que yo sea torpe, es que un taladro no está diseñado para la mano de una mujer. Si no añadimos mujeres al sector nos va a empezar a frustrar en poco tiempo.

El objetivo debería ser que una mujer pudiera brillar en su ámbito sin tener que ser la diferente.

—El objetivo debería ser que nos fijáramos en el potencial de cada persona. Cuando ves a una persona con talento el sistema lleva a que se le diga: “Sirves para hacer una carrera difícil”. Pero nunca te guían a una carrera de hombres. Hay mucho desconocimiento entre los orientadores, que no saben para qué sirve una ingeniería. Recomiendan la industrial y ahí se pierde un talento para el resto de ingenierías.

¿Tener que esforzarse el doble que el resto de los compañeros para obtener el mismo reconocimiento es inherente a ser mujer?

—Muchas veces sí. En una empresa fui jefa con 27 años y tenía 25 hombres a mi cargo. “Llevo toda la vida aquí, ¿y tú me vas a decir lo que tengo que hacer?”. Era mujer, joven, con estudios. Para ellos, el enemigo. Tenía dos trabajos: gestionar el centro de trabajo y convencerles de que lo que decía no era para atacarles.

¿Sufrió alguna discriminación al quedarse embarazada?

—Al de seis años en esa empresa, me quedé embarazada y me echaron. La empresa entró en muchísimos gastos y no tenía liquidez. Me dijeron: “Vete a casa a cuidar de tu hijo, ese es tu trabajo. Luego ya volverás, pero tendrá que ser como autónoma”. Tuve dos opciones: o intentar volver o buscarme la vida con 32 años, con un hijo y en 2012, en plena vorágine de la crisis.

¿Y qué hizo?

—Me marché y llegamos a un acuerdo, porque si llegábamos a juicio tenía que volver y no quise.

¿Esta misoginia es más evidente en empresas tecnológicas?

—En las empresas tecnológicas, si no hay mujeres, o destacas mucho o estás en una esquina. Muchas veces opinas en una reunión y nadie te mira; al de unos minutos un hombre repite lo mismo que tú y todo el mundo asiente. Me ha pasado muchas veces.

¿Conoce a mujeres a las que han pagado menos por hacer lo mismo que sus homólogos hombres?

—Sí, pero con un matiz. Cuando das pasos hacia delante, si la empresa no tiene marcado qué le corresponde a esa categoría y hay una variable a convenir, los hombres siempre tiran mucho más. Las mujeres tenemos miedo a pedir y pensar que nos van a decir que no.

¿En las empresas de telecomunicaciones se plantea que los hombres soliciten una reducción?

—Es poco habitual en todas partes. En mi caso, tengo un apoyo incondicional con mi marido. No porque yo soy mujer cuido más de mis hijos. Si tengo una reunión a las 19.00 horas se queda él con los niños. Es un 50-50 totalmente. Pero no siempre es así.

De hecho, el techo de cristal de una mujer, a menudo, es su pareja.

—Sí, conozco casos de hombres que animan a sus mujeres a no trabajar porque les da miedo que les superen en su trabajo. A mi marido, que trabaja en el mismo sector, muchas veces le dicen: “Ah, eres el marido de Zaloa”. Hay hombres a los que les afectaría; no es su caso, él me anima en todo.