El vizcaino Álvaro Heras-Groh (Bilbao, 1972), exmúsico en grupos como Bonzos y The Painkillers, reflexiona en las sustanciosas y más de 800 páginas de La atracción del abismo (Ed. El Gallo de Oro), su tercer libro, sobre el auge y la caída del consumo de heroína en Euskadi a finales del siglo XX. "El pico se dio entre 1980 y 1983, y aunque Euskadi siempre se mantuvo por debajo de la media estatal, Bilbao destacó por sus cifras elevadas junto a Barcelona, Madrid o Sevilla", explica Álvaro Heras-Groh en esta entrevista, en la que advierte del aumento del consumo de medicamentos opiáceos en la última década.

Venía de dos libros centrados en el rock, ¿cómo se embarcó en este?

—El consumo de drogas ilícitas lo traté, aunque de forma más superficial y genérica, en Lluvia, Hierro y Rock & Roll: Historia del Rock en el Gran Bilbao (1958-2008). Allí incluí un capítulo sobre la presencia de sustancias en la escena rockera bilbaina desde los 60. Mientras trabajaba en sus entrevistas me di cuenta de que el fenómeno de las drogodependencias en Euskadi era un tema con mucho recorrido. Después de publicar el libro-CD Getxo Sound retomé la idea y me metí de lleno.

Sigue un orden cronológico y cimenta el relato en una mezcla de crónica de sucesos, ensayo e historia oral a través de entrevistas.

—Los testimonios son una forma de dar voz a quienes vivieron la historia directamente o la han estudiado desde distintos ámbitos y disciplinas. Los extractos de prensa nos ayudan a entender cómo se vivió el fenómeno, y mi voz pone contexto, hace de guía y arroja luz en las sombras del túnel de tiempo. Mediante la combinación de estos tres recursos narrativos he encontrado un estilo propio.

La heroína llegó en la primera mitad de los 70. Entró por Getxo y Donostia ¿Surgió como una droga de ricos y elitista?

—Inicialmente atrajo a un perfil de consumidor joven con características concretas. Hablo de universitarios de inclinación bohemia y cosmopolita, con determinadas preferencias literarias, musicales y estéticas, y también una voluntad de ruptura con ciertos valores y convenciones sociales que durante el tardofranquismo, al calor del Mayo del 68 parisino y ciertas corrientes contraculturales, empezaban a percibirse como caducos y retrógrados. Algunos habían viajado al extranjero y allí entraron en contacto con el consumo de derivados del cannabis, el LSD y opiáceos como la heroína. Esta fue una droga cara durante un tiempo, accesible únicamente a personas con cierto poder adquisitivo. Durante la mayoría de los 70 este perfil de consumidor potencial existió mayoritariamente en el centro de Donostia y Bilbao, y zonas de Getxo.

Javier Elzo explica que en origen fue un símbolo de modernidad y de ruptura con lo establecido más que una herramienta de evasión de la realidad.

—En un principio fue una combinación de ambas cosas, aunque en muy poco tiempo la vertiente contracultural acabó pasando a un segundo plano para acabar desapareciendo. Primero arrinconada por una voluntad eminentemente recreacional y después sepultada por las enfermedades, la delincuencia asociada a la adicción y las formas más severas de marginalidad.

Algún consumidor se refiere a falta de información inicial, pero otro reconoce cierta "aceptación del riesgo".

—Su mística transgresora y el halo de rebeldía romántica que envolvió a la heroína pesaron más al principio que cualquier sensación de riesgo, algo favorecido por sus conexiones con el rock y la contracultura. Pero junto a ese innegable poder de seducción inicial y las historias sobre los placeres del flash propiciado por la inyección intravenosa, también llegaban advertencias sobre los rigores del mono o las sobredosis. Así que es cierto que desde un principio hubo cierto componente de "aceptación de riesgo". Pero no hay que olvidar que durante demasiado tiempo la información fue tan escasa como difusa, lo que contribuyó a que los peligros se percibieran como lejanos. Luego, la dureza de la realidad puso las cosas en su sitio.

En los 80 se extendió en todo el Bilbao metropolitano y pueblos de Gipuzkoa y Araba. Y en los 90, a pesar de la creencia generalizada, se vivieron años duros.

—Los 90 se recordarán como el periodo en que los estragos del sida fueron más visibles. Ya a finales de la anterior década el 80% de los afectados por el VIH en la CAV pertenecía al colectivo de heroinómanos por vía intravenosa. Y hasta 1996 no llegaron los primeros tratamientos antirretrovirales. Los últimos años de los 80 y la primera mitad de los 90 ofrecieron un panorama desolador en contagios y fallecimientos. Además, los toxicómanos que fueron quedando en la calle estaban muy envejecidos y presentaban dolorosos deterioros físicos.

¿Qué papel tuvo el contexto de aquellos años, fueron los años de plomo de ETA, la crisis, la reconversión,... en su extensión?

—Altos niveles de violencia cotidiana, degradación urbana de ciertos barrios y enclaves industriales, índices de desempleo juvenil disparados, falta de expectativas vitales, alta disponibilidad de heroína a pie de calle, elevadas cotas de corrupción policial, ausencia de políticas institucionales preventivas, falta de formación especializada y de medios materiales asistenciales, médicos, policiales y judiciales... La confluencia de estos factores durante el tránsito de los 70 a los 80 originó un caldo de cultivo perfecto para disparar el consumo.

¿Cree que las autoridades políticas, policiales y sanitarias reaccionaron a tiempo?

—Prácticamente todos los gobiernos occidentales reaccionaron tarde a la hora de articular políticas preventivas y asistenciales; se concentraron en desplegar acciones represivas, condicionados en gran medida por un espíritu prohibicionista y de vocación sancionadora que no empezó a cambiar hasta bien entrados los años 90, y de forma muy escalonada. Cuando quisieron darse cuenta el problema estaba fuera de control. En el Estado, Euskadi fue, junto a Cataluña, pionera a la hora de tomar conciencia del problema y movilizar recursos, como la creación del DAK (Droga Arazo Koordinakundea / Centro Coordinador de Drogodependencias) en 1981, la Secretaría de Drogodependencias del Gobierno vasco en 1986, o la Ley de Drogodependencias de 1988. El primer Gobierno vasco posterior a la dictadura no se constituye hasta 1980, Osakidetza no comienza su andadura hasta 1983 y las competencias en Sanidad no empiezan a transferirse hasta la segunda mitad de los 80. El hecho de que el entramado institucional y administrativo vasco que hoy conocemos aún estuviese configurándose condicionó la capacidad de reacción.

¿El aumento de la delincuencia (atracos a farmacias, atentados de ETA) y la aparición del sida contribuyeron a concienciarse ante el problema?

—La delincuencia asociada al consumo y el tráfico hizo que un problema hasta entonces oculto, padecido únicamente por las familias afectadas y los propios heroinómanos, se hiciese visible para la sociedad. Y la devastación causada por el sida influyó profundamente en la percepción social de la figura del drogodependiente. Se pasó de la noción maximalista del yonqui-delincuente-vicioso al que había que castigar, a una visión más integradora y abierta en la que se fue abriendo espacio para una concepción del adicto a la heroína más basada en su condición de enfermo necesitado de ayuda y tratamiento médico especializado. De forma paralela, la expansión del virus obligó a implementar políticas asistenciales de vital importancia, desde el programa de intercambio de jeringuillas hasta el kit antisida, pasando por el programa de metadona.

¿Cuándo se llegó al pico del consumo, cuántos heroinómanos y muertes se tienen contabilizadas en Euskadi?

—Este tema es muy complejo... El pico se dio entre 1980 y 1983. Cifras contrastadas sobre muertes causadas directamente por el uso de heroína no existen. Según el Sistema Estatal de Información Sobre Toxicomanías (SEIT) se puede decir que aunque Euskadi siempre se mantuvo por debajo de la media estatal en incidencia anual por cada 100.000 habitantes, Bilbao destacó por sus cifras elevadas junto a Barcelona, Madrid, Sevilla, Valencia y Zaragoza.

¿El aumento de la información y el temor al sida fueron factores para que remitiera el consumo?

—Fueron determinantes, pero también la evidencia de la ruina vital a la que conducía el consumo intravenoso prolongado, al igual que las campañas de prevención institucionales y la progresiva optimización de los recursos sanitarios.

¿Fue importante la actuación conjunta de instituciones y sociedad sociedad civil a través de Proyecto Hombre o Askagintza?

—La sociedad civil impulsó los primeros recursos asistenciales en la CAV a través de las agrupaciones de familiares afectados. Además, junto con las plataformas vecinales contra el tráfico, ejercieron presión para que las instituciones articularan una respuesta preventiva, asistencial y policial. Igualmente importante fueron sus reivindicaciones para que el sistema judicial tuviese en cuenta la condición de enfermos de los delincuentes toxicómanos, y para que las administraciones no se olvidasen de la población reclusa drogodependiente.

El lugar común habla del uso de la droga como arma política. Hay voces a favor, sobre todo en el entorno de la izquierda abertzale, y en contra.

—Está muy extendida la teoría de la intoxicación programada, según la cual la introducción y diseminación de heroína en Euskadi y Navarra respondió a un plan diseñado por el Estado español con el objetivo de desactivar los movimientos juveniles insurgentes y contestatarios surgidos, fundamentalmente, en la órbita del llamado Movimiento de Liberación Nacional Vasco, contando con la ayuda y connivencia de la Guardia Civil y la Policía Nacional. Algunos autores corroboran la teoría y otros la ponen en cuestión. En el libro trato estas cuestiones, ya que resulta imposible hablar del impacto del opiáceo en Euskadi sin entrar a analizar la campaña de ETA contra lo que ellos llamaron mafia de la droga, o la controversia sobre el supuesto uso de la heroína como arma de Estado. Muestro ambos argumentarios, para que el lector extraiga sus conclusiones.

Actualmente vivimos otras pandemias, padecemos drogas como la cocaína, pero en ningún caso tan extendidas como la heroína antaño.

—Es poco probable que la emergencia sociosanitaria de la heroína se repita. La realidad socioeconómica y el momento histórico no son equiparables; la sociedad actual está más informada y contamos con unos mayores recursos asistenciales. Ciertamente, resulta inquietante observar la gravedad del problema que el uso indiscriminado de ciertos opiáceos sintéticos, como el fentanilo y la oxicodona, han provocado en Estados Unidos recientemente. Pero veo difícil que un fenómeno similar se reproduzca en Europa. Con todo, habrá que mantenerse alerta porque el consumo de opiáceos se ha duplicado en el Estado en los últimos diez años.

"El halo de rebeldía romántica que envolvió a la heroína pesó más que cualquier sensación de riesgo"

"La sociedad impulsó los primeros recursos asistenciales en la CAV a través de las agrupaciones de familiares afectados"

"Inquieta observar el uso indiscriminado de ciertos opiáceos sintéticos, como el fentanilo y la oxicodona"