finales de agosto de 1937 seis Savoia-Marchetti SM.81 y 48 Fiat Cr.32 bombardearon y ametrallaron las últimas trincheras al suroeste de Bilbao. Se lanzaron 6.800 kilos de bombas con "excelente efecto". Este es el último bombardeo en suelo vasco, donde se registran un total de 1.242 operaciones de tal índole entre el 22 de julio de 1936 y agosto de 1937. Esto supone más de 2.000 bombardeos, y un 24% de los mismos fueron de terror.

El 84 aniversario del fin de tan devastadora campaña de bombardeos se cumplió ayer, pero 2021 marca asimismo el 84 aniversario de una mentira. El 27 de abril de 1937, antes de las siete de la mañana, Franco ordenó mentir. Concretamente, dispuso que todos los medios controlados por el gobierno rebelde anunciasen de inmediato que 1) Gernika nunca había sido bombardeada y 2) Gernika y Eibar habían sido "completamente destruidas por los rojos en fuga, con fuego y con dinamita" siguiendo "el feroz sistema de quemar y destruir todos los centros urbanos antes de retirarse".

La orden de Franco fue transmitida a la Oficina de Prensa y Propaganda de Salamanca, y Luis Antonio Bolín -el embustero que deformó la inicial ayuda fascista a Franco- la vertió en todos los medios bajo su control. El general Gonzalo Queipo de Llano desde Radio Sevilla fue uno de los primeros y más enérgicos propagadores de esta versión de los hechos y la noticia "Miente Agirre" se divulgó hasta la extenuación. Los regímenes alemán e italiano también se hicieron eco de ella, si bien en Alemania se prefirió convenientemente acusar del incendio a los judíos.

Se mintió tanto y tan mal, que el marqués del Moral, coordinador de la oficina de propaganda rebelde en Londres, fue personalmente a Salamanca a recomendar el cese de Bolín, que se materializó de inmediato, en mayo de 1937. El duque de Alba también le llamó la atención a Franco, defendiendo que en efecto había que mentir, pero que había que hacerlo bien. Propuso que se redactase un informe que, con la apariencia de técnico y neutral, se publicase en inglés y se distribuyese en el Reino Unido. Ese es el origen del Informe Herrán, un folleto que se publicó en Londres por Eyre & Spottiswoode en 1938 con el título Guernica; Being the Official Report of a Commission Appointed by the Spanish National Government to Investigate the Causes of the Destruction of Guernica on April 26-28, 1937.

Fue la peor operación de propaganda orquestada por Franco, pero no cabe negar que ha sobrevivido al tiempo. Hemos documentado más de treinta mentiras sobre el bombardeo, pero cuatro son las que con más ahínco y persistencia se han defendido a lo largo de estas ocho décadas:

1) Ni Franco ni Mola sabían nada del bombardeo de Gernika.

2) Gernika no fue destruida por el bombardeo sino a causa del incendio.

3) No fue un bombardeo de terror.

4) La destrucción fue nimia, y el saldo en vidas humanas, menor a 300.

Estas mentiras siguen repitiéndose, y es posible rastrear su genealogía.

Hay quien defiende que después de haber utilizado el 20% de la aviación rebelde a disposición de Franco en la Península ibérica sobre un único objetivo, durante tres horas y media, ni Franco ni Mola sabían nada del bombardeo. Extraña más cuando el propio general Hugo Sperrle, jefe de la Legión Cóndor, y Wolfram von Richthofen, jefe de estado mayor de dicha legión, escribieron que el ataque había sido una orden "del mando superior" que era, según el artículo tercero de las instrucciones generales para el enlace con la aviación del 17 de noviembre de 1936, el único que podía ordenar bombardeos aéreos. Y extraña aún más, al fin, que no se produjera la más mínima queja, reprensión o censura y, fundamentalmente, que fuera el propio Franco quien dictara la orden de negar que Gernika había sido bombardeada pocas horas después del bombardeo (cuando en teoría no sabía lo que había pasado...).

Ya lo hemos dicho, Franco mintió y ordenó mentir, y Mola y Solchaga mintieron como bellacos y ahora el general de División Rafael Dávila Álvarez reproduce y amplifica la mentira, aplicando al tiempo presente la orden del caudillo de mentir a toda costa. La extraña noción de que Franco era inocente ha sido defendida vehementemente por Ricardo de la Cierva, Jaime del Burgo, José M. Martínez Bande, Vicente Talón y el general de División Jesús Salas. Ahora se les suma el nieto del general Dávila.

Uno de los últimos en defender que Gernika fuera destruida por "la tea incendiaria de los rojos" fue Brian Crozier en su biografía de Franco publicada en 1967 arguyendo que hubo una pequeña incursión aérea pero que la destrucción fue causada por el dinamiteo sistemático de Gernika. "La verdad es grande y debe prevalecer" rubricaba el autor. Cuatro años más tarde Jeffrey Hart publicó un artículo en el National Review sobre El fraude de Guernica (1973) diciendo que la villa nunca fue bombardeada, sino destruida por el incendio. Crozier volvió a publicar su tesis en The Guardian, el 27 de mayo 1991. Esta tesis tiene su origen en el Informe Herrán y ha sido reproducida posteriormente por Jesús Salas y César Vidal -entre otros- que incurrieron en el grave error metodológico de utilizar el Informe Herrán, un libelo propagandístico franquista, como fuente aceptable de información histórica.

Otra gran mentira es pretender desvirtuar la naturaleza de este ataque haciéndolo pasar por un "bombardeo estratégico" cuyo objeto era destruir el puente de Errenteria. Uno de los primeros defensores de esta idea fue Adolf Galland, piloto de la Legión Cóndor, quien señaló que no fue bombardeo de terror sino "un lamentable error de cálculo en el tiro". Resulta difícil de creer que el mando aéreo decidiera lanzar entre 31 y 46 toneladas de bombas explosivas e incendiarias y ametrallar a la población durante tres horas y media para destruir un puente de 19,5 metros de largo y 9,5 metros de ancho. El "error de tiro" resultó en la total demolición del 85,22% de los edificios de la villa y que afectó al 99% de la misma.

Si después de utilizar 59 aviones con las actuaciones indicadas sobre unos 10.000 civiles indefensos que se encontraban literalmente acorralados en un espacio de 0,134 kilómetros cuadrados (un polígono irregular de 340 m x 700 m), el balance de muertos hubiese sido de unas 300 personas, hoy no habría bombardeos aéreos. La clave de los bombardeos como arma de guerra es que se destruye y se mata de forma más efectiva, rápida y, fundamentalmente, más barata. En Gernika murieron más de 2.000 personas. Esta es la única conclusión válida desde una perspectiva epistemológica y la única a la que podemos llegar si utilizamos con una mínima seriedad las fuentes históricas. ¿Por qué "más de 2.000"? Porque el Gobierno de Euskadi registró 1.654 muertos a consecuencia de este bombardeo. Pero las autoridades advirtieron que esa cifra era parcial, ya que no tuvieron tiempo de desescombrar la villa antes de que fuera ocupada por las tropas rebeldes tres días después (Gernika no se terminó de desescombrar hasta finales de 1941 sin que se registrase el hallazgo de un solo cuerpo). Además, dos testigos directos, Jose Labauria, alcalde de Gernika y Joxe Iturria, gudari que ayudó en las labores de desescombro, afirmaron que en el refugio de Andra Mari murieron entre 450 y 500 personas, cuyos cuerpos lógicamente están entre aquellos que nunca se recuperaron. Eso hace más de 2.000. No hay documentos que amparen ninguna cifra por encima o por debajo de esa, de modo que historiográficamente no se puede dar ninguna otra.

El documento firmado por José Antonio Aguirre (que reproducimos) cifra 2.965 muertos causados por los bombardeos rebeldes en el mes de abril de 1937 en suelo vasco. Todos aquellos autores que hablen de menos de 2.965 los muertos en el mes de abril o de menos de 1.654 muertos en Gernika están simplemente omitiendo un registro que nadie ha desmentido, porque nadie ha demostrado que este documento y los testimonios que lo secundan sean falsos o exagerados. Todo lo contrario, en todos los casos documentados (como el de Durango u Otxandio) el Gobierno de Euskadi se quedó corto en el cálculo de fallecidos.

Noel Monks fue uno de los 39 testigos directos que corroboró las cifras del Gobierno vasco. Escribió lo que vio: "En el sentido más literal de la expresión yo fui el primer reportero en llegar a Gernika y algunos gudaris me encomendaron de inmediato la labor de recoger los cuerpos carbonizados que las llamas habían devorado. Algunos de los soldados lloraban como niños. Había llamas, y el humo y el polvo y el olor a carne humana quemada era nauseabundo. Las casas se derrumbaban en aquel infierno". Junto a él se hallaban los reporteros Mathieu Corman, Christopher Holme, George Steer y Scott Watson. Todos ellos volvieron a Bilbao y escribieron sobre lo ocurrido aquella misma noche. Al día siguiente, mientras desayunaban, escuchaban Radio Sevilla, desde la que emitía Queipo de Llano. Para su sorpresa, incluso desde Berlín se negó que Gernika hubiese sido bombardeada. Y, tal como recordaba Monks en sus memorias, "luego cayó la última gota, esta para mí (...) Ese señor Monks, dijo con voz ronca Queipo, no creo lo que escribe de Gernika. Todo el tiempo que estuvo con las fuerzas de Franco estaba borracho". Todos se rieron pero aquello se tornó en ofensa cuando Monks recibió una llamada del Daily Express de Londres pidiéndole que volviera a Gernika y que verificase lo que había visto el día anterior: "Queipo de Llano (el malhablado general de radiodifusión de Franco en Sevilla) dice que los rojos dinamitaron Gernika durante la retirada. Por favor, verificar lo más pronto posible. Por favor, ¡verificar!. Aquello sentó como una bomba: Nos trataron de desacreditar como mentirosos"-, escribió Monks.

Volvieron a Gernika y escribieron de nuevo sus crónicas. Así explicó Monks lo que vio: "Volví a Gernika al amanecer. Vi 600 cadáveres. Enfermeras, niños, paisanos, ancianas, niñas, ancianos, bebes. Todos muertos, mutilados y desgarrados. Los gudaris estaban recuperando los cuerpos de los escombros, muchos de ellos llorando. Llegué a lo que había sido un refugio antiaéreo. En él yacían los restos de cincuenta mujeres y niños. Una bomba había caído a través de la casa en el sótano. ¿Espera Franco que el mundo crea que cincuenta mujeres y niños huyeron a un refugio antiaéreo mientras su casa estaba siendo minada?". No solo escribió este artículo, sino que pidió que fuera publicado con una reproducción del telegrama en el cual Franco negaba que la villa hubiese sido bombardeada y su firma autógrafa, de puño y letra.

En respuesta a Queipo, Monks diría tiempo después que "lo cierto es que soy abstemio. Lo he sido toda mi vida. Pregúntenle a cualquiera que me conozca. Pero no me pregunten quién bombardeó Gernika, porque tendría que tomarme una copa". Y rubricó: "Franco dijo al mundo que sus aviones no volaron ese día debido al mal tiempo. Yo digo al mundo ahora que sí volaron. Yo los vi. Mis dos colegas los vieron. Seis mil habitantes de Gernika los vieron. [...] Estuve entre las ruinas de Gernika una hora después de que los atacantes hubieran hecho su trabajo. Vagué a través de sus ruinas hasta donde pude: toda la ciudad estaba en llamas. Vi cuerpos en los campos marcados por balas de ametralladora. Entrevisté a veinte o treinta supervivientes. Todos contaban la misma historia. Los que podían hablar".

Debemos escribir historia a partir de las fuentes historiográficas que poseemos. No hay documento alguno que secunde la cifra de "una docena" de muertos en Gernika dada por De la Cierva, o la de 120 dada por Salas Larrazabal, o la de en torno a 300 dada por Talón y James S. Corum y otros. Estas son opiniones, opiniones desacreditadas, pero opiniones. Noel Monks ni era un borracho ni mintió. Él vio 600 cuerpos y afirmó que los muertos se contaban por miles. Aquel que no lo crea deberá demostrar que mentía: Eso es lo que convierte una opinión en un criterio historiográfico.

La mentira tiene una genealogía lineal: la orden de Franco fue asumida por Queipo de Llano, Bolín y Ribbentrop; Adolf Galland, Jeffrey Hart, De la Cierva, Salas Larrazabal y otros que les han tomado el testigo décadas más tarde. Ahora el nieto del general Dávila se suma por derecho propio a esta corriente. Los que así piensen formarán parte igualmente de dicha ilustre, y falaz, genealogía

Nosotros nos posicionamos con la versión que nos han legado los documentos históricos y los testimonios de Monks y otros testigos presenciales, admisibles y fidedignos, sobre lo que ocurrió aquella tarde. Escribimos a partir del material de archivo relevante, sin omisiones, porque la historia se escribe, no se inventa.

La Historia no puede servir para excusar o discutir la responsabilidad de las atrocidades cometidas por aquellos que participaron de aquel horror. Pero, fundamentalmente, la Historia tampoco puede esgrimirse para reducir gratuitamente el número de víctimas causadas por los rebeldes ni para disfrazar la naturaleza de sus atrocidades. Hacerlo es ética y moralmente reprobable.