Desde que el 6 de febrero de 2020 la tierra temblara y se viniera abajo en el núcleo de Eitzaga, en Zaldibar, únicamente ha habido cinco jornadas sin noticias sobre el operativo desplegado en el vertedero colapsado que se llevó por delante las vidas de Alberto Sololuze y Joaquín Beltrán. El resto de días transcurridos hasta ayer, 463 para exactos, los partes informativos detallando el personal, la maquinaria desplegada y el tajo ejecutado sobre el terreno han sido fieles a su cita con este trágico suceso que ya forma parte de la historia de Euskadi.Han sido un año, tres meses y ocho días salpicados de noticias tan intensas y escandalosas como el trágico suceso que ha estremecido, alarmado y emocionado por igual a la población. De hecho, solo horas antes de la avalancha de basura, tierra y maleza que se tragó a los dos operarios de Verter Recycling un e-mail ya alertaba a los propietarios de la instalación de que el estado del vaso del vertedero presentaba problemas de estabilidad.

El propio Beltrán ya lo había comentado pero esta vez la advertencia llevaba la firma de expertos. Eso ocurría antes de las diez de la mañana y apenas seis horas después, a las 16.13 horas en concreto, el peor escenario posible se hizo realidad: la escombrera de residuos industriales se había derrumbado sobre la A-8. Un alud de 330 metros de largo y 160 de ancho y 800.000 metros cúbicos de tierra y basuras (incluido amianto) sepultó a ambos trabajadores.

El cuerpo de Sololuze fue localizado el 16 de agosto. Habían pasado 192 días, con sus interminables noches incluidas. Sus restos aparecieron bajo los escombros de la caseta donde trabajaba, a la entrada de un vertedero insaciable; su coche había aparecido el 5 de abril muy lejos de donde lo aparcaba, arrastrado por aquel tsunami de tierra y deshechos. Entre medias, la impotencia y desesperación de las familias de ambos -con enfado público incluido con el lehendakari Urkullu-, la alarma sanitaria declarada para las 50.000 personas que residen en el área de influencia del vertedero por la presencia de dioxinas y furanos en el aire un 14 de febrero.

Bajo sumario

A finales del pasado mes de julio (día 21), el signo de las informaciones asociadas a esta catástrofe humana y ambiental sumaba otro perfil: el judicial. Tres altos cargos de la empresa continúan en libertad provisional después de haber sido acusados de un delito de homicidio imprudente.

Hasta la fecha, todos los informes avalan la actividad inspectora y de control realizada -la propia Comisión Europea ha avalado en noviembre la labor de la Administración vasca- y ponen en duda, por contra, la actividad de la firma. Toda esa documentación está incluida en el sumario que se instruye en Durango y que deberá esclarecer las causas del desprendimiento, pero también la culpabilidad o inocencia de Verter Recycling.

El último de esos documentos -del que ya se avanzaron algunas conclusiones al año del suceso- también está en manos de la Fiscalía. Y el mismo se pone el foco de atención en la construcción y posterior crecimiento del vertedero así como en las capas de impermeabilización del vaso donde durante años fueron depositadas toneladas ingentes de residuos.

Similitudes. No es la primera vez que ocurre un desastre como el de Zaldibar. El desenlace final e inicial de este suceso tiene muchas similitudes con el acaecido en Galicia hace 25 años. A las diez de la mañana del 10 de septiembre de 1996, una avalancha de 200.000 metros cúbicos de basura del vertedero de Bens (A Coruña), sepultó a Joaquín Serantes, un coruñés de 58 años cuyo cuerpo jamás ha sido recuperado. Cuando Bens se derrumbó, el Ayuntamiento llevaba años recibiendo alertas sobre el riesgo de derrumbe y ya se habían firmado los planes para su reconversión. En el caso de Zaldibar, se había advertido la existencia de grietas, lo que obligó a Verter a encargar un informe sobre la estabilidad días antes del alud.