El inicio de año ha sido “catastrófico” para el sector nupcial del País Vasco, que reclama, por boca del presidente de la asociación EHESE/ASNPV, “un paquete de medidas de rescate urgentes” y “un plan de restricciones propio”.

La pandemia ha hecho una gran mella en el sector nupcial vasco. ¿Cómo se traduce en datos?

—En 2019 el sector nupcial facturó en el País Vasco 213 millones de euros y en 2020 la cifra bajó a 17,8. Calculamos que se han podido destruir más de 12.000 puestos de trabajo directos y más de 30.000 puestos de trabajo indirectos.

¿Continúa este año la cascada de cancelaciones de bodas?

—Hasta enero se habían cancelado el 20% de las bodas de 2021. A día de hoy un 47% de las parejas ya las han anulado o pospuesto.

¿Qué expectativas tienen para lo que queda de ejercicio?

—Dependerá de lo que se determine en la ley que está tramitando el Parlamento vasco para el fin del estado de alarma. En el primer borrador decía que las bodas eran eventos sociales y que, en el nivel de alerta 1, el máximo de comensales en el interior era de 35 personas y en el exterior de 75. Eso nos mataba. Hemos solicitado regirnos por porcentajes de aforo como en el caso de la hostelería.

¿Atenderán su demanda?

—Dicen que se sí. Si no, sería un agravio comparativo e iríamos al Tribunal Superior de Justicia del País Vasco a demandarlo porque nos dejaría sin trabajo.

¿Alguna otra reivindicación?

—Que se fijen los aforos de los comedores exteriores asemejándolos, si es preciso, a las terrazas, y que las parejas puedan visitar una finca o probar un menú, como actividad socioeconómica, en caso de que haya cierres perimetrales.

¿Qué suelen alegar las parejas cuando cancelan su enlace?

—El primer motivo que aducen es el desplazamiento de familiares desde otras comunidades autónomas, seguido de la reducción de aforo, que les obliga a hacer una criba, y la restricción horaria, ya que la hostelería tiene que cerrar a las ocho de la tarde. Luego estaría no poder disfrutar de una fiesta normal y, en último lugar, que se quieren casar sin mascarilla.

¿Se suelen tomar el aplazamiento con filosofía o sufren lo suyo?

—Muchas parejas reconocen que han tenido días muy duros de lágrimas y de desesperación. Muchos pierden la ilusión y hay un pico de rupturas porque los ánimos están más tensos y es más fácil llegar a la discusión.

¿Quiere decir que la pandemia ha dejado a más personas compuestas y sin novio o novia?

—Siempre ha pasado, pero ahora más. Una boda causa discusiones y en el estado actual se multiplican. Sumado a otras cosas, ha provocado un repunte de rupturas.

Los cierres perimetrales, sentar a los invitados en mesas de cuatro... ¿Algunos se han visto superados por las circunstancias?

—Una pareja que se casó recientemente, después de haber cancelado la boda dos veces, decía que prepararla había sido dificilísimo, pero al día siguiente me escribieron diciendo que lo volverían a repetir, que todo fue superbonito y especial. No hay nadie que se case que se arrepienta porque no pueden compararlo. No se han casado antes de la pandemia y el hecho de que haya restricciones no hace que no vivas las emociones, estar con tu familia, verte vestida de blanco, tu pareja, la ceremonia... Todo eso sigue estando.

Se han reinventado proponiendo bodas más “tempranas” dadas las restricciones horarias. ¿Qué acogida han tenido?

—Por ahora todas se han celebrado por la mañana. Hace poco oficié una boda en Güeñes y la ceremonia fue a las once y media. Se trata de arrancar, como tarde, a las doce para comer tranquilos, tener una pequeña fiesta y que cuando acabe, a las ocho, hayan disfrutado de todos los momentos habituales de una boda tradicional.