N un momento en el que necesidades tan importantes como la salud, ocupan el total de nuestras urgencias, en una situación pandémica que nos obliga a cambiar nuestras costumbres y aunque determinados sectores aparezcan en los medios como únicos damnificados, existen otros como el cultural, que necesitan de una reconsideración en su papel esencial, a la hora de construir una sociedad madura, crítica, corresponsable y capaz de proyectar nuevas visiones que nos permitan avanzar como individuos y como sociedad. El arte, la cultura en general, nos define como colectivo y articula los mecanismos mentales y emocionales que rigen nuestro día a día, nuestra forma de ver el mundo, actuar en él y proyectar expectativas dinámicas. Estas referencias culturales concretas son transformadas paulatinamente por un efecto globalizador que uniformiza nuestros gustos, percepciones y predilecciones. Un proceso en progresiva aceleración, que sin darnos cuenta, empuja la cultura al espacio del mero entretenimiento; dos conceptos que no necesariamente deben estar enfrentados, pero sí, equilibradamente relacionados. Este dominio del entretenimiento favorece una actitud más pasiva por parte del espectador, basada en el hedonismo, frente a una actividad cultural que conlleva cierta dosis de reflexión, complicidad y una posición más activa y ética por parte de los receptores. Estos momentos pandémicos son propicios para detenernos y pensar nuestro modelo de sociedad, cómo consumimos y aceptamos esos productos culturales masivos y ajenos que la industria del entretenimiento nos ofrece, para buscar propuestas más cercanas, el arte en vivo, disfrutar de un cuadro en el museo, dejándonos llevar por el movimiento de la danza o emocionarnos en el teatro, por poner solo unos pocos ejemplos€