labor pedagógicaTres ertzainas y dos policías municipales de Bilbao

El covid-19 impactó al principio de la pandemia en la comisaría de la Ertzaintza de Basauri de una forma brutal; de la noche a la mañana, los últimos días de marzo, 26 personas, un 20% de la plantilla, se contagió de coronavirus. “En el servicio de prisión, por ejemplo, en un turno concreto se contagió el 100% de la plantilla. No podíamos aguantarlo. Tuvimos que tomar medidas para parar esos contagios masivos y a la vez seguir dando servicio a la ciudadanía”, echa la vista atrás su comisario jefe, Fernando García del Castillo. Crearon grupos burbuja cuando todavía esa palabra no había llegado a formar parte de nuestro vocabulario diario; aislaron los diferentes departamentos -“en los despachos de jefatura, por ejemplo, no podía entrar ni siquiera el personal de limpieza, los limpiábamos nosotros mismos-”, redujeron a diez minutos como máximo las reuniones de cada mañana y establecieron compañeros estables en las patrullas, en lugar de ir rotando. También definieron un riguroso protocolo de desinfección de los vehículos y destinaron los preciados botes de gel hidroalcohólico a los vehículos -solo contaban con seis aquellos primeros días- ya que los agentes que trabajaban en las dependencias podían tener acceso a agua y jabón. Una rigidez que les permitió ir reduciendo drásticamente los contagios, hasta el punto de no contar con ningún agente de baja por covid en los últimos meses. “Me lo tomé muy en serio desde el principio; pensé que la situación podía ser complicada y desde el minuto uno tuvimos acceso a packs con equipos de protección. Ahora lo vemos como normal pero en aquel momento no lo era. Se tomaron muchas pequeñas medidas que nos permitieron cortar la expansión”.

También se anularon todos los permisos, licencias y vacaciones, para paliar la falta de efectivos. “Pensé que iba a ser más problemático pero todo el mundo lo entendió y se prestó”, subraya. Incluso se recurrió a alumnos de la academia de Arkaute para reforzar un servicio que no podía acusar las bajas. Laura Caballero fue una de ellas. “Íbamos a acabar en mayo. La pandemia fue algo que nos sorprendió a todos; en marzo cerró la academia y nos tuvimos que incorporar al servicio porque nadie sabía cómo iba a evolucionar y había una demanda de necesidades en las comisarías por gente infectada”, rememora. “Estuvimos dos meses y luego retomamos los estudios hasta finalizar en julio, también en tandas para reducir el riesgo de contagios”. Un aterrizaje forzoso en toda regla al servicio. “Con la incertidumbre que ello conlleva, porque estás formándote y tienes que salir a trabajar. Fue un sabor agridulce; por una parte estabas contenta porque es para lo que te estás formando y una manera de ayudar. Pero por otra parte tenías ese miedo de contagiarte porque nadie sabía cuáles eran las consecuencias de contraerlo”. Ella ha asumido con normalidad los nuevos protocolos que la pandemia ha instaurado en su día a día. “Cuando nos requieren para ir a un domicilio, previamente se llama para ver si hay algún positivo, se pide ventilarlo para reducir el riesgo de contagio...”, cita como ejemplo.

Solidaridad en primera persona

“Fui donante de plasma”

Joseba Agirre, agente de Investigación de la Ertzaintza, sufrió en sus propias carnes el embate del virus. “Casi nadie lo vimos llegar”, reconoce hoy. “Nos dijeron que iba a haber un caso o dos, a lo sumo, y que había mascarillas y de todo. Los últimos días de trabajo, antes de decretarse el estado de alarma, nos dieron mascarillas pero no lo veías necesario”. El domingo 15 de marzo, cuando salió de trabajar, un compañero dio la voz de alarma: había dado positivo. “Me empezó a doler la garganta, la cabeza, fiebre… Me aislé doce días en mi habitación; gracias a Dios tenía un baño propio y me dejaban la comida en la puerta. Lo pasé muy mal, muy tirado”, recuerda. Una vez superada la enfermedad, no se lo pensó dos veces y se hizo donante de plasma para ayudar a otros enfermos covid. “Ya donaba sangre desde hace tiempo; estando convaleciente escuché que el hospital de Galdakao quería ser pionero en estas donaciones. Es un momento de solidaridad y de querer ayudar a los demás; en situaciones como esta es cuando sale lo mejor del ser humano”, explica. No quiere que su ejemplo se quede solo. “La asociación de ertzainas jubilados mandó una carta al lehendakari para ponerse a sus órdenes para reincorporarse al servicio”. Ocurrió lo mismo, apunta el nagusi, con varios agentes retirados de la comisaría de Basauri. Y no fue la única muestra de solidaridad; un comercio chino de la localidad hizo llegar a la comisaría varias cajas de mascarillas, cuando estas eran un artículo extremadamente escaso.

La propia dinámica del servicio ha variado sustancialmente; los controles de alcoholemia habituales quedaron suspendidos en los primeros momentos por los problemas de contagio que pudieran generar la cercanía con los conductores y el uso de las boquillas, y se sustituyeron por otros para hacer cumplir las normas del aquel nuevo estado de alarma. Los delitos que se concentraban en los turnos de noche como robos con fuerza en polígonos industriales o en comercios bajaron de manera exponencial, y los agentes invirtieron sus esfuerzos, más que en prevenir aquellos, en hacer cumplir las nuevas medidas que se iban implantando, patrullando más a pie por ejemplo por zonas peatonales. “Yo creo que la gente ahora está más concienciada, todo el mundo lleva mascarilla, pero como en todo en este mundo, hay quien tiende a no cumplir la norma”, admite Laura. “Hay mucha gente que ahora nos llama si ve a alguien que está sin mascarilla”, añade el nagusi. Un dato muy significativo: desde que comenzó la pandemia, solo han puesto 316 denuncias por no portarla. La centralita de esta comisaría se llenó de llamadas de ciudadanos desconcertados por la nueva situación, que preguntaban por lo que se podía y lo que no se podía hacer en su caso concreto. “Luego la propia Ertzaintza empezó a enviar comunicados con lo que se podía y no se podía hacer en cada momento, y yo creo que fue de gran ayuda”. A lo largo de todos estos meses, si algo le ha quedado a Joseba grabado es el miedo de las personas mayores a enfermar. “Lo veías en sus ojos, se ponían casi a llorar”, admite.

La llegada del estado de alarma

“Una ciudad fantasma”

A Txema Orozko, agente de la Policía Municipal de Bilbao, el inicio de la pandemia le sorprendió confinado por el positivo en covid de su pareja; para cuando se reincorporó al servicio, el estado de alarma estaba ya instaurado. “Fue un encender y apagar, de repente se paró todo. Era una ciudad fantasma y el silencio era impresionante”, rememora. “Pasamos de estar patrullando en una ciudad con muchísima vida, incluso de noche, a que no hubiera nadie; la sensación era impactante. Y lo sigue siendo, salir por la noche y no ver a nadie en la calle todavía se hace muy raro”, le secunda su compañera Andrea Haro Arregui.

Para estos dos agentes, lo más difícil de estos meses ha sido encontrar el “equilibrio” entre multar y concienciar a los ciudadanos de la necesidad de cumplir las medidas que se iban estableciendo con el pasar de los meses y que, en muchas ocasiones, cambiaban de un día para otro. “Por un lado tenías que denunciar para concienciar a la gente y salvar a las personas que estaban haciendo bien las cosas, pero no demasiado porque ni era el momento ni querías que la gente sintiera que la policía la estaba machacando. Bastante mal lo hemos pasado todos”, argumentan. La labor de pedagogía que han llevado a cabo en las calles ha sido enorme. “No es lo mismo denunciar a una persona que puede hacer frente al pago y reconoce que lo ha hecho con un motivo, que gente que no tiene para pagar la denuncia y le puedes fastidiar el mes”, reconoce Andrea. Más en una zona de Bilbao como San Francisco, donde patrullan, “donde mucha gente tiene menos acceso a la información porque, por el idioma, no les llega tan clara. Hay gente de muchas nacionalidades y solo el idioma ya es una barrera. Ha sido más complicado hacerles entender la situación y, de hecho, por emisora nos mandaron audios en diferentes idiomas”.

Balance global

“Ha merecido la pena”

Con todo, ahora sienten que todo ese trabajo ha merecido la pena. “Yo ahora salgo a trabajar y veo que la gente cumple con la normativa, que llevan las mascarillas puestas”, se felicita Andrea. “Ves que la gente se ha concienciado y entienden que, aunque no les guste, porque a nadie le gusta ir con el bozal, todos tenemos que remar juntos para que este funcione”, le secunda Txema. “Ahora la gente incluso te llama cuando ve a alguien que está incumpliendo las medidas”. Eso sí, no sienten que su trabajo haya sido más importante que el de cualquier otro colectivo. “No nos sentimos más que nadie. Cada uno en esta historia ha hecho su papel y su papel importante”, coinciden ambos agentes. Y eso que, reconocen, a lo largo de estos meses han vivido momentos “muy tensos”, derivados de la propia situación excepcional que todos estábamos padeciendo. “El confinamiento se fue alargando, había gente sin trabajar... La tensión fue creciendo. Ibas a denunciar a alguien y te gritaban desde el balcón; también en los polideportivos, donde se confinó a las personas que viven en la calle, hubo conflictos”, rememora el agente.

Desde su patrullaje diario por las calles de Bilbao han sido testigos de todos los cambios y anécdotas que la pandemia dejó en nuestro día a día, como aquel vecino que aprovechaba el bajar la basura para apurar un cigarro y que la mujer no descubriera que fuma, los que quemaban kilómetros con sus bicicletas estáticas en el balcón y aquellos aplausos en las ventanas que se repetían todas las tardes. “Eran aplausos de balcón a balcón, un yo te aplaudo a ti y tú me aplaudes a mí, una forma de sentir que no estábamos solos. Yo creo que, cuando pasen los años, nos acordaremos de la gente que murió y de cuando salíamos al balcón a aplaudir”.

La comisaría de la Ertzaintza de Basauri estableció férreas medidas para atajar un brote en marzo

Se establecieron patrullas estables y solo los responsables entraban en los despachos

Laura Caballero, aún en la academia, fue reclutada para suplir la falta de efectivos por la baja de agentes

Joseba Agirre pasó el coronavirus en marzo; cuando se recuperó, se hizo donante de plasma

El miedo en los ojos de la gente más vulnerable, sobre todo mayor, se les ha quedado grabado

Los agentes recuerdan el impacto de patrullar por calles desiertas, casi “una ciudad fantasma”

Una de las cosas más difíciles fue encontrar el equilibrio entre multar y concienciar

Sintieron los aplausos en los balcones como una muestra de ánimo colectivo

Con todo, sienten que ha merecido la pena el trabajo, al igual que reconocen el de otros colectivos