2020 está marcado por la pandemia y el confinamiento. ¿De qué manera ha afectado a las víctimas de la violencia machista?

—Cuando se decretó el confinamiento hicimos una planificación, formulamos una serie de hipótesis de cada tipología delictiva que tenemos , para ver qué era lo que nos podía subir y qué bajar. Antes de conocer los datos pensábamos que, como la convivencia fomenta el conflicto, iban a aumentar los datos de violencia de género. Pero a la semana del confinamiento, el 21 de marzo, observamos que los atestados instruidos por la Ertzaintza se redujeron en un 50%. Eso nos mosquea y decimos: “Cuidado”.

¿Cómo procedieron entonces?

—Entendíamos que la imposibilidad de movimiento de la víctima o el miedo de la misma al agresor a la hora de poner una denuncia en una situación de estado de alarma podía ser una de las razones. Otra hipótesis es que, como suele haber una correlación entre alcohol y violencia, al estar confinado y estar cerrados los bares, no tienes acceso a beber tan en exceso y eso puede llevar a no estar en una posición tan agresiva. Formulamos estas hipótesis y lo que hicimos automáticamente es separar a las víctimas de violencia de género que conviven con el agresor de las que no conviven con él. A aquellas que no conviven es importante seguir protegiéndolas, pero van a estar más protegidas porque el agresor también está confinado. Con ellas seguimos con medidas policiales como puede ser la posición de una patrulla en rutinas, cuando la mujer va a salir de casa o al médico, por ejemplo, por si pasa por ahí el agresor para que viera que estábamos ahí. Pero aquellas que sí viven con el agresor son las que realmente nos preocupan y las que necesitan un plus, algo más de protección.

¿Cómo se articula esa protección en un momento en el que la mujer no puede separarse de su agresor?

—Primero, continuamos con los operativos y estamos más tiempo cerca de la casa para que ellas nos sientan cerca. Además, aumentamos el contacto con las víctimas. Aunque normalmente las víctimas que conviven no son de riesgo alto ni especial; estas han salido de casa o le han echado al agresor, así que se decidió que los contactos con las víctimas se iban a hacer por teléfono cada dos días.

¿Realizar el contacto por teléfono dificulta el diagnóstico?

—Cuando hablas con una persona percibes si la víctima habla entrecortada, si contesta con monosílabos, si se escuchan voces cercanas... Si ese tipo de cosas nos llevan a sospechar que una mujer está siendo sometida por el agresor, mandamos una patrulla a la casa, aunque no la pida la mujer. Es algo que nos ha dado muy buen resultado, porque no tuvimos ninguna agresión importante durante el confinamiento.

¿Qué otras medidas de protección fueron adoptadas?

—Nosotros abrimos atestado a instancias de parte, es decir, mediante una denuncia, o porque una patrulla tiene conocimiento directo de un episodio de violencia de género. En este caso hemos ido a una tercera modalidad: en el momento en que por teléfono, hemos percibido que algo no va bien, hemos abierto atestado de oficio. Le hemos facilitado que no tenga que venir a la ertzain etxea a denunciarlo para que no tenga que dar explicaciones a su pareja. Es algo muy importante para proteger a la víctima, porque en el momento en el que se abre un atestado de oficio, en la mayoría de los casos de violencia de género se da un juicio rápido y empieza la protección hacia la víctima.

En la actualidad, ¿hay menos miedo a denunciar o sigue siendo un paso muy costoso de dar?

—Que suban los datos de violencia de género es algo que nos preocupa mucho porque existe una cifra negra que lo que nos dice es el miedo que tiene la víctima a denunciar. Hace una década o quince años, las mujeres, cuando venían a denunciar, por miedo o por lo que fuere, venían en un nivel de riesgo ya alto o especial. Hoy puedo decir que la mayoría de las mujeres que vienen a denunciar nos dan un riesgo básico o moderado. Es algo muy importante porque quiere decir que la mujer ya no aguanta tanto y en el momento en que es agredida, tanto física como psicológicamente, lo denuncia. Y eso nos viene muy bien porque cuando la mujer denuncia antes podemos protegerla mejor, desde el minuto uno, y cuando las cogemos en un nivel de riesgo básico, tenemos la situación más controlada.

¿Influye la edad de la víctima a la hora de atreverse a denunciar?

—Es complicado hacer un perfil de una víctima y un agresor: da lo mismo la edad, la procedencia, los estudios o la profesión. Evidentemente entre chavales de 18 años y personas de 80 años se da menos, pero también hay casos. Es algo complicado, puedes pensar que estás con una persona con la que crees que estás protegido y que te agreda. Se da un problema y es que hay muchas mujeres que piensan que su marido es una persona influyente y que a ver qué van a hacer ellas. En cualquier caso, creo que esta cifra negra es cada vez menor.

¿Qué papel juega el entorno de la víctima a la hora de que esta se atreva a denunciar?

—Es fundamental, de hecho se nos está dando el caso contrario: hay comunidades en las que todavía hay una superprotección hacia el hombre. Que una mujer denuncie está muy mal visto e incluso las propias mujeres de su cultura las repudian. Desde el punto de vista de la cultura occidental, creo que no existe esa presión salvo casos concretos relacionados con pensar que el agresor seguirá haciendo lo que quiera.

Pese a las constantes campañas de sensibilización, los datos año a año no presentan grandes variaciones.

—Vemos cierta estabilidad numéricamente hablando, pero a nivel cualitativo el paso que se ha dado es muy importante porque las mujeres vienen antes a denunciar. Eso quiere decir que esa campaña de sensibilización está dando sus frutos.

Los expertos muestran su preocupación con el auge de conductas machistas peligrosas entre los más jóvenes.

—Es algo que nos preocupa muchísimo. Desde la Ertzaintza estamos ofreciendo charlas en todos los colegios sobre el bullying y la violencia de género. Cuando damos esas charlas hacemos mucho hincapié en la igualdad, porque es una cuestión fundamental. Si no educamos a los chavales cuando son pequeños luego es muy difícil cambiar la tendencia. Y creo que en estos estadios, la Ertzaintza y Educación deberíamos ir de la mano. Porque si conseguimos llegar a la igualdad, la violencia de género va a ser más difícil de combatir.

“Al sospechar que una mujer es sometida, mandas una patrulla; no hubo ninguna agresión importante en el confinamiento”

“Es complicado hacer un perfil de una víctima y un agresor: da lo mismo la edad, la procedencia, los estudios o la profesión”