Markel tiene 9 años y una pérdida auditiva que le obliga a llevar un implante en el oído derecho y un audífono en el izquierdo. Con ambos aparatos y la mochila cargada de ilusión acude al colegio cada día, pero la pandemia le ha puesto una barrera más en el trayecto. “No escucho bien a mis profes con la mascarilla”, lamenta. Ni a sus profes ni a sus compañeros. “Me resulta más complicado comunicarme porque no les veo los labios ni la expresión de la cara”, explica. Cuando pierde el hilo durante la clase o en el recreo no le queda otra, asume, que pedir que le “repitan las cosas”. Aunque no se siente apartado, “porque yo no tengo la culpa”, afirma, tiene clara cuál sería la solución que allanara este ya de por sí complicado curso escolar. “Las mascarillas transparentes me vendrían muy bien”, reivindica Markel y, con él, el resto del colectivo de personas con discapacidad auditiva, que también las echan de menos en ámbitos como el sanitario o el judicial. Las de uso habitual no hacen sino ahondar en su incomunicación.

“Es una dificultad añadida con la que tienen que llevar su día a día. ¡Como si no tuvieran ya bastantes!”, apunta Ainhoa Castañeda, su madre.

Ainhoa Castañeda, 44 años

“Markel pregunta más veces: ¿Qué ha dicho?”

A Markel le diagnosticaron su pérdida auditiva desde que nació, por lo que su madre, a estas alturas, tiene un máster en detectar piedrecitas en su camino. La pandemia, sin embargo, ha sembrado su día a día de cantos. “Cuando nos confinaron empezamos las clases on line y ese medio tiene mucho ruido ambiente que perjudica bastante a mi hijo. Además, cuando la andereño compartía pantalla para enseñarles algo, al no verle la boca ni la expresión de la cara, se encontraba inseguro porque se apoya en los labios para cerciorarse de que lo que él entiende y lo que dice la andereño coincide”, explica Ainhoa, que trabaja como directora pedagógica en el colegio Hijas de la Cruz de Santurtzi, donde su hijo estudia. Con la obligatoriedad del uso de mascarillas y la distancia de seguridad sus problemas fueron en aumento. “Las mascarillas son barreras y la distancia física hace que sea más difícil la comunicación. Pierden información. Markel pregunta más veces: ¿Qué ha dicho? o ¿Qué has dicho?”, afirma.

Aunque en el aula las profesoras de Markel utilizan un sistema que, a través de un micrófono y un transmisor, hace que “el sonido le llegue limpio y directo al audífono”, en la calle, “cuando le preguntan algo, se vuelve hacia mí para que le repita la pregunta, cosa que antes no hacía”, cuenta su madre. Para paliar estas dificultades, Ainhoa reclama “mascarillas comunicativas homologadas para todas las personas” que traten con alumnado con pérdida auditiva, “empatía y sensibilidad por parte de la sociedad con todas las discapacidades y visibilizarlas para que sepamos cómo debemos actuar para facilitar la vida a todas las personas”.

En las extraescolares tampoco lo tienen fácil. “Buff, podría escribir un libro”, dice con ironía Ainhoa, quien asegura que todo depende de “la buena voluntad” de los monitores. “Yo siempre insisto en que le hablen mirándole a la cara, que lo pongan cerca, que le repitan las cosas..., pero casi siempre lo tengo que recordar varias veces a lo largo del curso”, lamenta. A menudo le dicen que su hijo “lo hace bien, que se entera de todo, pero no se dan cuenta de que muchas veces actúa por imitación y no porque lo haya oído. Es frustrante, aunque por suerte él no lo vive de la misma manera”, se consuela.

Begoña Abascal, 56 años

“Ya no nos paramos a hablar como antes”

“La utilización de mascarillas para nosotros es nefasta, un suplicio. Nos aíslan”. Begoña Abascal, sorda desde los 4 años, se muestra rotunda al afirmar que desde que el personal vive con la boca tapada en su colectivo reina la ley del silencio. “Hago mi vida, pero con más limitaciones, mucho más incomunicada. Ahora los sordos somos menos sociables con los oyentes. Ya no nos paramos a hablar como antes de la pandemia con un vecino, por ejemplo. Nos limitamos a asentir o a levantar la mano para saludar”, confiesa.

Administrativa en la Diputación Foral de Bizkaia, Begoña agradece “la paciencia” de sus compañeros, que “hacen lo que pueden” por facilitarle su trabajo. En otros ámbitos, en cambio, se las ve y se las desea para hacerse entender. “Ir al ambulatorio, al principio de la pandemia, fue un caos, una incomunicación tremenda. Se suspendieron las citas por Internet. Había que llamar por teléfono y, como yo no podía, tuve que ir personalmente. Me atendió una enfermera con mascarilla. Le pedí que me escribiera con papel y boli y me dijo que no se podía ir a consultas, ni pedir citas presencialmente, que había que llamar por teléfono. En la Sanidad quieren teléfono sí o sí y a mí me es imposible. No facilitan hablar por WhatsApp, e-mail, SMS... ¿Para qué sirven los avances de la tecnología?”, se pregunta. Entre “dimes y diretes” con la sanitaria, su médico la vio y le instó a que le llamara su hermana. También tuvo que recurrir a ella el día que fueron a su casa dos asistentes sociales. “Como venían con mascarilla, tuvo que venir mi hermana, que es oyente”, relata. Por lo demás, trata de arreglárselas sola como puede. “Me comunico escribiendo, algunos se bajan la mascarilla...”, comenta esta cántabra, que se une a la petición de “colaboración y paciencia” con su colectivo y de “mascarillas accesibles, transparentes y homologadas, porque las actuales no lo son”.

Ander Bedialauneta, 24 años

“No saben cómo dirigirse a nosotros”

Sordo profundo desde el nacimiento, Ander Bedialauneta quiere recalcar que “los obstáculos” para su colectivo ya existían antes de la pandemia y para muestra, un par de botones: “No se cubren todas las horas de intérprete de lengua de signos para todos los ámbitos: educación, sanidad... y no hay subtítulos o intérprete para todas las horas en televisión”. Unas “dificultades” de las que la sociedad, dice, se ha dado cuenta a raíz de la “situación actual”, pero por las que llevan “toda la vida luchando”. “El alumnado sordo o con discapacidad auditiva debe tener acceso simultáneo a la información como el resto, pero también en la sanidad o el ocio”, reivindica el delegado de Juventud Sorda de Euskadi, quien denuncia las “barreras” que siguen existiendo en las aulas, como “la ausencia de subtítulos en vídeos que se imparten, ayudas técnicas, formación al profesorado...”.

Tras reiterar la demanda de “mascarillas transparentes homologadas para que cada persona pueda elegir su forma de comunicación: lengua de signos, lectura labial...”, este joven de Ondarroa, graduado en Ciencias de la actividad física y del deporte, reconoce haber vivido alguna situación incómoda durante esta crisis. “Me preocupa cuando alguien se quita la mascarilla para poder hablar conmigo. No debería hacerlo, ya que supone un riesgo de contagio del virus hacia nosotros y viceversa. Puede comunicarse con nosotros a través de la escritura o de gestos básicos”, propone y aconseja asimismo que se les avise “de alguna forma” antes de hablarles para que se den por aludidos. “A lo largo de la pandemia se está notando mucho que no saben cómo dirigirse a nosotros a causa de las mascarillas. Incluso antes ya nos pasaba. Hay una falta de sensibilización de la sociedad sobre qué es una persona sorda”.

Inma Paraíso, 60 años

“La comunicación en el hospital fue complicada”

Tanto su familia como la mayoría de sus amistades se comunican, como ella, en lengua de signos, así que el uso de las mascarillas no le ha ocasionado mayor problema en su entorno. “Lo que me supone un perjuicio es la falta de concienciación de la sociedad en cuanto a nuestras necesidades. No siempre lo entendemos todo al leer los labios. Mi lengua natural es la lengua de signos. El castellano no lo domino bien”, aclara y añade otro “inconveniente”. “No todos quieren tocar mi móvil para escribirme notas por el tema del coronavirus. Además, con la distancia de seguridad cuesta más utilizar las aplicaciones que transcriben las palabras” del oyente, señala.

La otra “dificultad” que se ha encontrado esta jubilada bilbaina, sorda profunda desde que nació, es “el precario contacto con los centros de salud, ya que la única vía de comunicación es por teléfono”. Hace unos meses ella misma estuvo “ingresada en el hospital y la comunicación fue complicada debido al uso de las mascarillas y la terminología médica. A pesar de que algunos sanitarios se las quitaban para que pudiese leerles los labios, en ese entorno me era imposible centrarme”, explica Inma, que reivindica “más disposición y formación sobre el servicio de interpretación de lengua de signos en línea en los centros de salud, ya que muchos profesionales lo desconocen”, y “la creación de nuevos protocolos de atención en hospitales y ambulatorios para las personas sordas”. Un colectivo al que muchos no saben tratar. “Hay gente que tiene paciencia y se adapta y otros que me hacen sentir mal e incómoda. No saben cómo reaccionar y esto me deja en una posición de vulnerabilidad e indefensión”.