Mónica Padró y su marido Emilio abrirán el 8 de junio el bar Globo de Bilbao casi por obligación. “No nos queda otra. Si por mí fuera no abriría hasta noviembre”, dice tajante. La desescalada y las normas que se han establecido para la apertura de los locales de hostelería no ayudan a quienes llevan con sus negocios cerrados meses. “No nos compensa abrir. El 8 de junio se puede servir en barra, pero he calculado y solo entran seis personas”, asegura esta hostelera que lleva su profesión en las venas. Sin embargo, la pandemia del covid-19 y sus consecuencias han minado esa ilusión que durante años ha hecho que su negocio brillase con una barra repleta de suculentos pintxos de premio: “He dado trabajo a veinte personas. Hemos trabajado mucho y muy bien con los turistas, con las personas que trabajan alrededor, pero ahora mismo ni hay turismo y el miedo el terrible”, dice la hostelera. Pesa a todo en una semana abrirán y recuperará del ERTE a ocho empleadas de las dieciséis que tiene. “Nos echamos a una piscina con muy poca agua. No quiero ser pesimista, pero abro el negocio haciendo una inversión para garantizar la desinfección del local”, cuenta. Las cuentas no le salen: “Solo abrir el bar ya me supone 3.000 euros y encima he comprado una máquina nebulizadora para la desinfección”. Aunque le cuesta ponerse en el peor de los escenarios abrirán el próximo lunes siendo conscientes de que el consumo no se va a activar y que el futuro que les espera es incierto. “¿Hasta cuándo vamos a estar dispuestos a perder? Si hay pérdidas no habrá otra que cerrar la persiana para siempre”, se sincera. Y prosigue: “Parece que lo lanzo tranquilamente, pero estoy negra ante la que nos viene encima”. Según Mónica la ilusión ya no es suficiente para ella y confiesa que a estas alturas de la profesión, con toda una vida tras la barra, no tiene fuerzas para reinventarse: “Esto es mi vida y aunque es triste decirlo ya no tengo ganas. Encima he pedido dos mesas más y me las han denegado ”.