Ana Martín Aransay trabaja de la mano de Medicus Mundi en diferentes proyectos de emergencia y de desarrollo con la población del distrito rural de Kamonyi. La pandemia del coronavirus le ha pillado a miles de kilómetros de Gasteiz, en Ruanda, donde continúa confinada, como el resto de la población, para frenar la expansión del covid-19 y con la actividad paralizada, como prácticamente todas las iniciativas e intervenciones socioeconómicas en estos momentos.

Confiesa que el hecho de que la crisis le haya pillado en la distancia no le ha hecho temer por su integridad física ni ha sentido que su vida corra peligro, como sí les ha ocurrido a otros voluntarios en África a los que la población autóctona culpa de la pandemia. "Como todo el mundo durante este periodo he reflexionado sobre mi salud, pero no especialmente por el hecho de vivir en Ruanda", señala. Tampoco se planteó regresar a Gasteiz. "No parece muy sensato hacer 8.000 kilómetros en medio de una pandemia mundial", asevera. A través del proyecto que ahora lidera se realizan, por ejemplo, capacitaciones agrícolas, ganaderas y artesanas, también formaciones y sensibilizaciones sobre salud comunitaria y malnutrición "que han tenido que ser paralizadas y reprogramadas por la crisis", explica.

No obstante, el parón es "parcial", ya que las actividades productivas de las cooperativas que se centran en la agricultura y la ganadería no han parado -puntualiza- y el equipo de trabajo continúa realizando tareas de acompañamiento y planificación con las mujeres de las cooperativas. Además, con el fin de paliar las consecuencias de la crisis sociosanitaria actual, distribuyeron alimentos básicos y productos de limpieza entre las cooperativas y las madres adolescentes que forman parte de los proyectos. En total, 415 familias.

En Ruanda, las medidas de prevención, entre ellas el cierre de fronteras y el confinamiento, se tomaron el 21 de marzo, al principio solo para dos semanas, periodo que después se amplió hasta el 30 de abril. Considera la cooperante que, como en otros muchos países africanos, las autoridades actuaron con rapidez. "Esta rápida actuación y prevención pueden evitar el colapso de los hospitales y centros de salud y reducir el impacto negativo en la salud", manifiesta. Y es que, hasta ahora, los datos parecen "esperanzadores" en Ruanda. Un ejemplo de la rápida actuación es que "se han habilitado infraestructuras para los confinamientos de las personas que dan positivo y a aquellas que residen en el país y que vuelven por las fronteras terrestres se les están haciendo entre 700 y 1.000 test al día", cuenta Martín Aransay.

Aunque las cifras de personas contagiadas son todavía bajas, el temor a que la propagación sea tan amplia como en Euskadi existe y es "muy preocupante"; sobre todo, porque la capacidad de asistencia sanitaria en Ruanda es "limitada" y la atención por parte de sus servicios "no podría responder a una crisis semejante", se teme. El proyecto que allí desarrolla es uno de los "más grandes a los que pertenecemos", subraya. Nada más y nada menos que la promoción socioeconómica Dukore Yujye Imbere, que quiere contribuir al refuerzo de sus capacidades personales y comunitarias de siete cooperativas de mujeres, con el fin de que fortalezcan su posición social, económica, política y de avanzar en el reconocimiento de sus derechos. "Un proceso apoyado por Medicus Mundi desde 2008 tras la creación de asociaciones de mujeres como usuarias de los centros nutricionales que tenían a su cargo menores con casos de malnutrición", dice.

Martín Aransay no cree, no obstante, que el proyecto al que tanto esfuerzo dedican se vaya a quedar en papel mojado por culpa de la pandemia. "En estos momentos es complicado hacer previsiones, pero me mantengo positiva y creo que podremos continuar con las actividades previstas una vez esta crisis termine", opina. No obstante, sabe que en tiempos de crisis, la cooperación es uno de los palos que más rápido se resienten por los recortes y la falta de financiación que aplican los países. "Obviamente, no es lo deseable y espero que los financiadores no miren para otro lado una vez que la situación en Euskadi se calme", indica. "Y que esta crisis sirva para que seamos más conscientes de nuestra fragilidad y de la necesidad de una solidaridad mundial", añade.

De cara al futuro y a las consecuencias de esta pandemia, más allá de la propia enfermedad y del impacto en la atención sanitaria, subraya la activista que es importante indicar que "aquí, una gran parte de la población vive de la economía informal, es decir, vive al día y no tiene capacidad de ahorro, por lo que las medidas de confinamiento suponen no tener acceso a alimentos ni bienes básicos". En consecuencia, para la población más vulnerable han aumentado las dificultades para acceder a alimentos frescos y manufacturados que proceden de las ciudades debido a las limitaciones del transporte y también a que muchos comerciantes han subido los precios, a pesar de las leyes que lo prohíben. Igualmente, la población ya comienza a tener dificultades para encontrar semillas de buena calidad y a precios asequibles, lo que "puede amenazar el autoabastecimiento, la seguridad alimentaria, etcétera", teme Martín Aransay.