Carlota Z., iruindarra de 28 años, lleva un año y tres meses en Shanghái, un destino que no tenía en mente hasta que la empresa en la que trabaja su marido lo destinó a China y ella decidió acompañarle en su aventura. Con una previsión de permanecer allá nueve meses más, “aunque nunca se sabe”, la joven trabaja en el campo de los medios digitales y las redes sociales para una empresa en la ciudad china, donde, poco a poco, recuperan la vida como la conocían antes de que la pandemia del coronavirus sorprendiera a todo el globo.

¿Cómo vivió los comienzos de la expansión del virus y la implantación de medidas de seguridad?

—En China se juntó con el año nuevo chino, la fiesta nacional china que correspondería a nuestras navidades, que es cuando la gente local vuelve a casa a ver a sus familias y casi todos los laowais, que es como nos llaman a los extranjeros, aprovechamos para visitar algún sitio nuevo. Muchísima gente se desplazó, tanto por el propio país como fuera de él, y el Gobierno decidió alargar los días de fiesta correspondientes al Año Nuevo chino una semana más.

¿Fue entonces cuando vio que algo más estaba pasando?

—Al principio era algo que no querías creer. Como se dilataron las vacaciones no hubo una sensación de parón al 100%, sino que parecía que solo eran días festivos, pero sí que empezamos a sentir muchísima incertidumbre porque no sabíamos qué pasaba. La gente que había viajado durante el año nuevo chino empezó a no poder volver a incorporarse a su puestos de trabajo porque el Gobierno decretó el cierre de varias provincias. Después, el momento de máximo agobio fue cuando las aerolíneas empezaron a anular los vuelos y, como no habíamos vivido nunca una situación similar, no sabíamos qué hacer. A partir de ahí el Gobierno empezó a tomar medidas muy estrictas en algunos casos y había mucho desconocimiento acerca del por qué.

¿Pasó miedo en algún momento?

—No, miedo no. En China las medidas de prevención son muy estrictas y eso da cierta seguridad. Por ejemplo, yo voy al trabajo en moto eléctrica, así que no tengo contacto con nadie en transporte público, pero, aunque lo hiciera, el uso de mascarillas es obligatorio. Asimismo, cada vez que entro al edificio donde trabajo me desinfecto las manos y me miden la temperatura. Tengo que apuntar mi nombre, la hora y la temperatura corporal que he dado y me desinfecto otra vez las manos. Y cuando salgo tengo que hacer el mismo proceso para entrar en casa. Pasa lo mismo cuando vas a cualquier otro establecimiento: para entrar tienes que enseñar el código verde, porque utilizan un sistema de evaluación del peligro de contagio en el que el color verde significa que estás sano y puedes entrar a los establecimientos; el amarillo, que estás en cuarentena, y el rojo, que eres peligroso, ya que has estado en contacto con personas contagiadas o estás contagiado.

¿Pensó en volver a casa al ver que la situación se complicaba en China?

—Sí, de hecho lo hice. Mi marido entonces estaba trabajando en la India y decidí volverme a Pamplona el 3 de febrero para dos semanas. Cogí un avión que iba lleno y, cuando llegamos a El Prat, nos recibieron sin mascarillas y no nos midieron la temperatura. Nada de nada. Con las medidas de prevención a las que estaba acostumbrada en China, me sorprendió. Por mi cuenta intenté que en el hospital me hicieran un test del coronavirus por si acaso, pero no me lo hicieron. Si no habías estado en la provincia de Hubei, cuya capital, Wuhan, es la ciudad donde se originó el virus, no te hacían la prueba, a no ser que pagaras 300 euros por ella a través de una clínica privada.

¿Tuvo algún problema para salir del país? ¿Por qué decidió volver a casa?

—Decidí volver para quince días porque tenía mucha presión y me agobié, y además podía seguir trabajando desde fuera de la oficina. Al ser on line, he tenido más trabajo que nunca. Yo no tuve ningún problema ni para entrar ni para salir de ningún país. Cuando yo viajé no habían establecido la cuarentena obligatoria en Shanghái. De hecho, el confinamiento en China ha sido siempre para casos individuales de peligro y dependiendo de los bloques de edificios, cada uno tenía unas medidas diferentes. Si habías viajado, tenías que declararlo y no podías volver a tu puesto de trabajo en catorce días por precaución, pero eso fue más adelante. Después, las cuarentenas fueron haciéndose más estrictas. Conozco varios casos de personas a las que durante catorce días les visitaba cada día un médico, una enfermera y un policía a su casa a las 9.00 y a las 15.00 horas para hacerles chequeos médicos. Esto se lo han hecho a personas que habían coincidido con algún positivo.

¿Cuál es la situación actual en Shanghái?

—La vida está volviendo a la normalidad. El Gobierno mandó un aviso de que ya no era obligatorio el uso de mascarillas en la calle, aunque nadie se las quita. Al menos en Shanghái ya han abierto incluso los restaurantes, bares y discotecas, aunque los colegios siguen cerrados y al gimnasio solo puedes ir con mascarilla y dejando mucha distancia entre personas. Aún así, en cada provincia de China la situación es diferente.

Identificador. Los ciudadanos llevan un identificador: el verde indica que pueden acudir a sitios públicos y transitar por la calle; el amarillon, que está en cuarentena, y el rojo, que ha pasado el virus.

Temperatura. Antes de entrar en cualquier establecimiento miden la temperatura corporal, que no puede pasar de 37,3 grados.

Registro. Al entrar a los establecimientos hay que apuntar en un registro, al menos, la hora de entrada, nombre, si se ha estado en un lugar considerado foco de la pandemia, la temperatura corporal y el número de teléfono.

Distancia. En los restaurantes y bares, la distancia entre mesas ha de ser la máxima posible, mínimo entre 1,5 y 2 metros, y los grupos grandes quedan excluidos.

Desinfectante. Superficies metálicas y sin ventilación son las más peligrosas, ya que el virus puede permanecer hasta 72 horas.