Bilbao - “Cuando estoy cansada es como si me hubiese bebido siete copas de vino”. Antonia Gamero echa mano de este símil para describir el agotamiento físico y mental que le produce la fibromialgia que padece y que le ha apartado, muy a su pesar, del mundo laboral. “Me levantaba por la mañana y no podía con la vida. Iba a trabajar con la cabeza debajo del brazo porque no me quedaba otra”, recuerda esta vecina de Algorta, a quien el reumatólogo le dijo, siendo una treintañera, que tenía “el cuerpo de una mujer de 70”. Ahora tiene 54 y una pensión por discapacidad total que ha logrado tras pelear en los juzgados.
Por increíble que parezca, se queja Antonia, “todavía hay médicos que no reconocen la fibromialgia como enfermedad, que te dicen que todo está en tu cabeza”, pero los síntomas, atestigua, son reales. “Vives con un dolor insufrible, no descansas a las noches, tienes las mucosas secas, el colon irritable... Es incapacitante para cumplir un trabajo normal. Muchas veces vas y te encuentras mal al de dos horas. Hay gente con unos chutes de medicación, que no sabe ni lo que está haciendo, y está trabajando porque no le queda otra”, denuncia. Poco más o menos eso le pasó a ella, que empezó tomando vitaminas y terminó con infiltraciones, porque las “inyecciones de caballo” que le ponían no le hacían nada. “Trabajaba en un supermercado como reponedora y cajera. Al tener al crío, con el esfuerzo extra que conlleva, empecé a deteriorarme más”, recuerda esta mujer, que estuvo más de una década sin diagnosticar.
En 2004 Antonia se cogió su primera “baja larga”, de dos meses. Al volver, solo pidió que no la pusieran “en la fruta” porque le costaba “descargar pesos desde arriba”. Su jefa fue “comprensiva” y ella siguió trabajando, “haciendo un sacrificio enorme”, tirando de fisio y con la incertidumbre de no saber si tenía “un cáncer de huesos” o qué. “Les decía a mis compañeras: Vengo como si hubiese estado trabajando toda la noche”. De hecho, el fin de semana se lo pasaba “tirada en casa. Me arrastraba por la vida”, resume.
El cansancio y los dolores la tumbaron de nuevo. Otra baja, esta vez de siete meses. Fue entonces cuando una madre de la ikastola de su hijo le puso nombre a su enfermedad. “Con todo lo que me estás diciendo, igual tienes fibro, como yo”. Puestos sobre la pista, se lo confirmaron el fisioterapeuta y el reumatólogo y hasta el médico de la mutua, que no consideró, sin embargo, que era motivo suficiente para justificar su ausencia laboral. “Me dijo que no era en sí una enfermedad y me obligaron a volver a ir a trabajar. Digo: Pero si estoy igual de mal que cuando empecé la baja”. En definitiva, que Antonia y sus dolorosas circunstancias se tuvieron que presentar al día siguiente en el supermercado. “Estuve dos horas reponiendo y me tuve que poner en caja. Al final también tuve que dejarlo porque no podía”. Su abogado le aconsejó que siguiera acudiendo y que, cuando no aguantara más, fuera al médico de Osakidetza, quien le firmaba la baja”. “El de la mutua me decía que esa baja no servía” e insistía en que “tenía que trabajar”.
Un puesto a 30 kilómetros Antonia, que había “llegado incluso a sustituir al jefe de tienda”, solicitó que la recolocaran, pero no hubo manera. “En los años que había estado trabajando había hecho de todo, pero me decían que, como no tenía título de secretaria ni nada, no podían ponerme en otro sitio”. Además, “como, según ellos, yo estaba de alta y no iba a trabajar porque no me daba la gana, me dejaron de pagar”. No le quedó otra que acudir a los tribunales. “Por suerte, gané todos los juicios: a la mutua, a la empresa y a la Seguridad Social”. Gracias a esos fallos, quedó constancia de que “la baja de Osakidetza era legal”, se le pagó “hasta el último centavo” y se le concedió “la pensión, aunque no por fibromialgia, sino por las enfermedades y procesos degenerativos que la acompañan, como un espolón o tres protusiones”, detalla. Además, añade, “en mi sentencia pone que estaban incumpliendo uno de los derechos humanos al obligarme a ir a trabajar enferma”.
Una vez que le reconocieron la discapacidad, la empresa le ofreció un puesto a 30 kilómetros de su casa. “Yo no podía conducir por la falta de concentración y, además, era jornada partida. No lo acepté porque no lo podía cumplir. El abogado me dijo que podíamos actuar contra ellos, pero que esto era más difícil. Como ya estaba cansada de juicios, lo dejé”, admite. “Las empresas grandes tienen muchas bazas, como el cambio de puesto o la reducción de jornada, pero no están por ello”, censura.
Como presidenta de la asociación Eman Eskua, no conoce a afectadas a las que las hayan despedido “por fibromialgia” porque “la baja te la dan por lumbalgia u otra cosa. Ahora, a muchas no les renuevan. Van a trabajar porque saben que si no, las despiden. Una me dijo: Tengo que manejar una carretilla eléctrica y con lo que estoy tomando puedo atropellar a todos mis compañeros”.