donostia - Que la eutanasia no es un asunto menor ni sencillo es evidente. Tiene su aspecto cultural, su apartado de creencia religiosa, tiene el lado bioético, tiene todo el apartado de tratamientos paliativos, la atención humana a la dependencia y, por supuesto, asuntos testamentarios y de herencia que también inciden. Pero si hablamos de la libertad de las personas como un derecho al propio cuerpo, la eutanasia es un tema que mentiene al legislador en medio de un incómodo debate social.
El debate está abierto, como se visibilizará hoy en Donostia en una jornada organizada por la asociación vasca por el Derecho a Morir Dignamente, presidida por Concha Castells, al hilo del Día de la Muerte Digna.
¿suicidio encubierto? Hay quien sostiene que la eutanasia es una forma de suicidio encubierta. También quien aduce que es una manera de legalizar un crimen e incluso quienes plantean que se está jugando en el campo de la eugenesia. Pero también hay enfoques de la eutanasia como fruto de razonamientos que permitirían legalizar y normativizar un proceso de muerte digna..
Dolores es una señora de 97 años que hace diez sufrió varios ictus, por lo que es prácticamente dependiente total y está colgada de las máquinas que la mantienen con vida pese a que no reconoce a nadie y no es autosuficiente para nada. De hecho, si la desconectasen de la alimentación forzada y de las pastillas, el poco hálito de vida que tiene se le iría. La pregunta que se hacen sus familiares es si esa persona que ven en la cama es su abuela, no solo porque no les reconoce, sino porque tampoco ellos la identifican. Pero la ley no les ampara para decidir, porque cada vez que ha sido propuesta, por una u otra razón, su discusión y aprobación ha terminado posponiéndose.
La portugaluja Maribel Tellaetxe, al igual que Dolores, precisaba de la ayuda continua para seguir viva. Pero a diferencia de ella, sí dejó escrito antes de que el Alzheimer le impidiera ser ella misma que quería morir cuando no estuviera en plenas facultades. Tras quince años con la enfermedad del olvido, Maribel murió por una caída en su domicilio que le llevó al hospital, “donde estuvo otros cuatro días viviendo innecesariamente”, relata a DEIA, su hijo Danel Lorente Tellaetxe, autor del documental La promesa, en la que narra cómo era un día con su madre, “desde que la ayudábamos a levantarse hasta que se acostaba. Fue muy duro tanto para mi aita como para mí”, reconoce.
vivir a la fuerza A Maribel la obligaron a vivir contra su voluntad. “En este país hay una ley que defiende la tortura. Que no exista una ley de eutanasia es una apología al suicidio. La gente ve que no podrá quitarse la vida luego y entonces lo hace antes. Es muy triste”, se lamenta Danel, que en el mismo día con su madre pasaba de ser hijo a ser marido, amigo, enemigo... “Los últimos años la alimentábamos, pero ama ya se había ido. Es tremendamente doloroso”.
Danel Lorente decidió realizar el documental La promesa -que se proyectará hoy en Donostia, en el Palacio Miramar- en el que recoge el testimonio de un día en la vida de su madre. Su trabajo ha sido premiado en diferentes festivales, entre ellos el de Utah en Estados Unidos, y a pesar de la dureza del rodaje se muestra satisfecho, “porque allá donde se proyecta, la gente nos espera a la salida para darnos las gracias por nuestro relato y por la lucha que llevamos a favor de que se apruebe la ley de eutanasia”. Son, recalca Lorente, los únicos momentos positivos de una lucha que les llevó a acudir al Congreso de los Diputados con más 266.000 firmas de apoyo que recibieron a favor de que el hemiciclo diera un impulso definitivo a la eutanasia.
Con rabia contenida, Danel Lorente reconoce que en este país somos más bondadosos y tolerantes a la hora de acabar con el sufrimiento de los animales que de las personas. “El veterinario, cuando llevas a tu perro de 14 años, te recomienda que mejor que operarle o mantenerle con vida, es ayudarle a morir”, apunta Danel, militante de SOS Amatxu. “Ama había pedido morir cuando llegase ese momento”. No se respetó su deseo ni se le dejó cumplirlo y luchó por ello. “Ella sabía a qué le arrastraba el Alzheimer y demandó en su testamento vital que la ayudaran a morir cuando ya no nos conociese. Sin embargo, sus deseos están penados con la cárcel”.
Para Concha Castells, presidenta de la Asociación Vasca por el Derecho a Morir Dignamente (DMD), que la eutanasia sea un delito es una anomalía democrática: “La sociedad civil va por delante de las leyes. Todas las encuestas indican que el 80% de la población está por la labor de despenalizar la muerte asistida. Solo el 10% se opone”, explica.
bloqueo de pp y CIUDADANOS Porque desde DMD Euskadi tienen claro que las personas son dueñas de su vida y su cuerpo y tienen el derecho a decidir cuándo y cómo morir. “Hemos estado cerca de ser el cuarto Estado de la Unión Europea en despenalizar la muerte asistida, pero la situación del Gobierno más el bloqueo del PP y Ciudadanos ha hecho que estemos a la espera”, señala Castells, quien considera que toda la ciudadanía tendría que contar con los mejores cuidados al final de su vida, pero asimismo con el derecho a decidir hasta cuándo quieren ser cuidados. “En los países donde la eutanasia es legal, muy pocas personas demandan ayuda para morir. Sin embargo, la mayoría de ellas afrontan el final de su existencia con la tranquilidad de que disponen de una salida digna para cuando ya no pueden más con su sufrimiento”, añade Castells.
Para el antropólogo Iñaki Olaizola, que será uno de los ponentes en la Jornada de Donostia, “de la misma manera que las personas somos titulares de nuestra vida, en el episodio de la muerte también debiéramos de serlo. Tenemos que actuar conforme a nuestra identidad, a cómo vemos las cosas, alejados de cualquier dogmatismo religioso. La muerte es un acto civil y también religioso para quien lo desee. Pero al ser civil, no tendría que estar bajo el influjo de la religión. La Iglesia ejerce demasiada influencia, no solo en las personas, sino también en la legislación y eso sorprende más”, explica este ingeniero naval reconvertido en antropólogo que realizó su tesis doctoral sobre Las transformaciones en el proceso de morir y el debate de la eutanasia.
Molesto por la actitud de los políticos en relación a la legalización de la muerte voluntaria, cree que son cómplices de una mala práctica, del mucho sufrimiento que podrían evitar y no lo hacen. “Con su negativa a legislar sobre estas cuestiones llegan a la crueldad máxima”, apunta.
“apostolado democrático” La motivación máxima de Olaizola por la muerte voluntaria en su inicio fue académica, pero ahora intenta “con mi minúscula fuerza, restituir un orden democrático”. Piensa que hay un déficit democrático importante en la manera en que se trata a las personas, a los grupos y a las sociedades que postulan por el derecho, que no obligación, de ejercitar y recibir ayuda en el momento de la muerte. “Lo mío es un apostolado democrático”, dice.
El antropólogo critica que los grupos sociales que postulan a favor de ejercitar el derecho a la muerte digna son grupos discriminados “y eso requeriría una atención muy especial. No debemos aceptarlo como normal. Hay que eliminar la discriminación e igualarnos en derechos a todas las personas. Quienes creemos en la muerte voluntaria tenemos legítimos derechos a ser respetados en nuestras convicciones, modos de encarar la vida y la muerte”, indica.
La eutanasia es una cuestión prejurídica, porque no todos los temas se basan en una declaración jurídica. “El derecho a la vida entraña el derecho a vivir la vida que queremos vivir, pero no la obligación a vivir la vida que no deseamos vivir”, apostilla, al tiempo que reconoce que en el trabajo de campo para su tesis doctoral se encontró con que mucha gente tiene más miedo a morir mal que a morir. “A determinada edad y circunstancias sabes que la muerte es inevitable, pero las personas temen mucho más morir mal”.
¿Qué es una mala muerte? “La que no cumple tus voluntades, como ocurrió con Maribel, aquella muerte que te organizan los demás. En la antropología distinguimos lo que es la muerte propia de la del otro. Una persona que ha desarrollado su vida con plena consciencia tiene el legítimo derecho, el atractivo de organizar, de elegir las circunstancias y el cómo, dónde y con quién morir”, explica Olaizola, para quien la muerte de calidad es ejercitar la libertad de autonomía. “Hay personas que piensan que la vida no tiene sentido cuando falta un mínimo de calidad, porque han dejado de ser ellas mismas, sobre todo entre las mujeres que no quieren ser una carga excesiva. Los atributos de una muerte de calidad, al ser el de morir un proceso cultural, son cambiantes”.
Una conclusión que el antropólogo obtuvo tras los debates es que las personas tienen la oportunidad de aprender a morir, entendiendo como vida el proceso de vivir, como mínimo en tres etapas: el de la enfermedad, la dependencia y el rito funerario. “Hemos pasado de una época en la que había un único ritual funerario de obligado cumplimiento pasando por la Iglesia, a una diversidad de comprender el ritual, cubriendo dos partes importantes del mismo: cómo despedirse y el destino del cuerpo. En Euskadi, más de la mitad de la población opta por la incineración”.
Luego está cómo estructurar el recuerdo, cómo construir el adiós. “No hay duda de que la despedida, el homenaje debe ser personalizado, acorde a su biografía. El ritual funerario debe hacerse, según un modelo antropológico, en un espacio querido. Afortunadamente estamos asistiendo a un cambio de ritual funerario. La despedida tiene que hacérsela quien conoce y quiere al difunto. Ademas hay que proteger, como en vida, la intimidad de las personas”.