Bilbao - Las víctimas de violencia machista tardan una media de ocho años y ocho meses en denunciar a su agresor o en pedir ayuda desde que comienzan a sufrir malos tratos y aunque los motivos de este retraso son muchos, el principal es el miedo que sienten hacia el agresor. Un ejemplo de ello es el de Marian, que entiende que muchas mujeres víctimas de violencia machista se retiren del proceso judicial. “Yo misma lo he pensado”, reconoce esta mujer que, tras quince años de malos tratos, puso su primera denuncia en 2008.

“Yo fui la primera vez a los servicios de base y dije bajito: Necesito ayuda. Lo mínimo que pueden hacer es no hablar alto y preguntarme: ¿Qué te pasa? Pero no, todo fue frío, hablaban alto, no tienes intimidad, estás en un servicio de base donde al lado tienes una cola de gente para recoger empadronamientos. Me sentí muy mal”, lamenta. “Cuando una mujer viene a pedir ayuda, hay que tratarla con delicadeza, pero falta formación, empatía”, señala.

Marian conoce muy bien cómo funciona el sistema y ahora ayuda a otras mujeres que pasan por su misma situación a través de una asociación. A lo largo de estos once años, ha identificado varias carencias: en primer lugar, la falta de psicólogos en las comisarías. “Tú no vas allí a denunciar que te han robado el bolso; vas allí destrozada. Que haya un psicólogo contigo en esos momentos es superimportante”, explica. En cuanto al proceso judicial, los obstáculos empiezan desde el principio. “Cuando vas a poner una denuncia y te dicen: Mañana tienes que ir al juzgado. Por norma general, tú no sabes lo que es un juzgado, no sabes dónde tienes que ir, pero se piensan que lo sabes todo. Vas al mostrador, una secretaria judicial te lleva a una salita para que no coincidas con el agresor y ahí te dejan. Horas y horas, tú sola. Un juicio es rápido porque se suele hacer de un día para otro, pero yo he estado allí desde las 9.00 de la mañana y hasta más de las 5.00 de la tarde, allí metida, con otras mujeres llorando, con niños pequeños, no tienes ni para beber agua y si quieres salir al baño, tiene que acompañarte alguien que esté libre”, narra. “Después, te llama la jueza y te juzgan”.

Así de tajante se muestra María. “Yo entiendo que tengan que verificar que lo que estoy contando es verdad, pero yo soy la que he puesto la denuncia, soy la víctima y me tienes que tratar como me merezco, independientemente de si me crees o no”, argumenta. Marian ha tenido que hacer frente a preguntas del tipo: ¿Crees que si no le hubieras provocado la bronca habría sido menor? Mi abogado protestó, claro, pero ya te han hecho la pregunta. Y tú estás destrozada y has estado un montón de años pensando que todo lo que ha ocurrido ha sido culpa tuya”.

“En la primera denuncia, tú vas echa una mierda. No te sientes querida, ni valorada; te sientes menospreciada. Te sientas delante de una jueza y te hacen preguntas en relación a la denuncia que has puesto. Por ejemplo: Usted denuncia que llegó a casa tal día y que su marido le dio una paliza, ¿me puede explicar cómo fue? Tú eso ya lo has explicado antes, en la comisaría, y ahora tienes que volver a explicarlo delante de seis personas que no conoces. Si doblas las piernas te dice que, por favor, te pongas recta, si bajas un poco la cabeza, que te pongas recta”, escenifica.

“Es muy fácil decir: Es que retiran las denuncias o no se presentan a declarar... Las mujeres tenemos miedo. Después de una denuncia, ellos se enfadan y nadie te acompaña a casa. Poner una denuncia es muy duro. Él ha conseguido que no seas nada, que una hormiga del suelo sea más que tú, y cuando por fin lo haces, lo mínimo que pueden hacer es tratarte con delicadeza”, zanja.

Miedo, sentimiento de culpa... Son muchos los motivos por los que una mujer víctima de violencia de género no denuncia a su agresor: miedo, sentimiento de culpa, estigmatización, desconfianza en los sistemas judiciales, en la policía... Pero también son muchas las ocasiones en las que las mujeres que dan el paso de denunciar se retiran del proceso o no acuden a declarar. Esta realidad la conoce también muy bien María Ángeles Jaime de Pablo, presidenta de la Asociación de Mujeres Juristas Themis, quien tiene claro por dónde pasa la lucha contra la violencia de género. “En la inclusión de la perspectiva de género en la administración de justicia, que no esté contaminada por mitos y estereotipos, que no se exija a las mujeres determinados comportamientos para ser víctimas”. “Muchas veces, cuando las mujeres acuden a los tribunales de justicia y ven que el foco de las cuestiones se pone en sus comportamiento, en lugar del comportamiento del agresor, lo que se produce es arrepentimiento. Se arrepienten de haber confiado en la administración de justicia”, explica De Pablo, quien identifica otros dos problemas: la falta de medios para hacer frente a esta lacra y la falta de formación.

“Si un magistrado o una magistrada no quiere formarse no hay una exigencia y creo que tenemos que ser más exigentes, sobre todo en las jurisdicciones especializadas. Tenemos además otra queja que hemos visto que ha cambiado a peor en los últimos años: hay poca actuación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) para corregir estas actuaciones de falta de respeto a las víctimas”, denuncia. Desde hace treinta años, Themis ejerce acusaciones particulares con sensibilidad y con perspectiva de género, procurando que las mujeres que denuncian conozcan las claves del proceso penal. “Nosotras hemos observado que cuando a una mujer se le expone claramente cuáles van a ser las dificultades que va a tener, su victimización es inferior”.

La principal limitación es la falta de pruebas. “En estos procedimientos hay mucha dificultad de prueba, porque normalmente las agresiones se producen en ámbitos privados y la mujer lo oculta durante años. En esos casos, su declaración es clave, pero muchas veces las víctimas están devastadas psicológicamente para hacer frente a la dureza del proceso y deciden no declarar o apartarse del procedimiento. Incluso, cuando declaran no es suficiente”, analiza.