Bilbao - En un tiempo en el que se construye un nuevo orden sexual día a día, la reflexión política sobre la cuestión de los sexos se convierte en una asignatura obligatoria todavía pendiente. Con el fin de poner su granito de arena, Bilbao celebra las primeras Jornadas de Sexología Sustantiva, organizadas por la Escuela Vasca de Sexología Landaize, bajo el lema Tradición y vanguardia: En conversación con la ciencia política. Igor Ahedo, politólogo de la UPV/EHU, adelanta algunas de las reflexiones que pretende compartir en este foro sobre el sexo desde la perspectiva de poder.

¿Qué relación tiene la política con la sexualidad?

-La política es el estudio del poder y el poder es algo que está fuera, pero que también está dentro de nosotros. Ahora sabemos que el poder nos moldea. La forma en la que interactuamos con las personas está mediada por relaciones de poder: interactuamos de diferentes maneras con las personas poderosas que con las que no tienen ese poder. Es decir, el poder se corporaliza. Y la sexualidad es la expresión más íntima de lo corporal. Por tanto, puede ser el nexo en el que se exprese con mayor virulencia ese poder. Porque la forma en la que expresemos y practiquemos nuestra sexualidad dependerá de la persona con la que lo estemos haciendo en base al contexto de igualdad o desigualdad simbólica.

¿Cómo habría que gestionar el sexo desde esta perspectiva de poder?

-El ser humano es un animal que, por su lógica evolutiva, ha pasado de una sexualidad reproductiva a una sexualidad de carácter social. La pérdida de la visibilidad del periodo de fertilidad, la práctica del sexo cara a cara, la pérdida del hueso del pene, etc., están indicando que hemos trascendido el sexo entendido solo como reproducción. Por tanto, es una fuente de sociabilidad, de empatía, de vinculación, de establecimiento de lazos afectivos, de creatividad y una potencia transformadora positiva. Pero al mismo tiempo no hay que olvidar que a día de hoy todavía vivimos en una sociedad patriarcal, en la que existe una lógica de dominación sexo-género que adjudica a lo femenino un valor negativo y, además, un valor asociado a completar el elemento positivo: lo masculino. En consecuencia, la sexualidad no es solo el espacio de la potencia sino también del poder. Partiendo de estas premisas, la política de la sexualidad debería partir de la potencialidad de la sexualidad como espacio de libertad pero sin perder la conciencia de que vivimos en un espacio de poderes en la que hay que ser en ocasiones precavidos y proteger nuestra propia integridad.

También hablará del Sexual Harria al Sexual Irria. ¿A qué se refiere con este juego de palabras?

-Precisamente a lo que acabo de comentar. El Sexual Irria remite a una sexualidad asociada a la sonrisa, a lo positivo, a lo proactivo, a la potencia transformadora y liberadora. Pero el Sexual Harria nos remite al principio de realidad, a esa losa que lleva con nosotros 6.000 años que es el patriarcado y que es una lógica que adjudica a uno de los sexos o géneros un rol de dominación y al otro, uno de sometimiento. Una cosa es desear una lógica sexual asentada en la lógica de la potencialidad liberadora y otra es no ser consciente de que vivimos en una sociedad en la que existe la dominación, en la que las mujeres son maltratadas, en la que las violaciones son herramientas de sometimiento e incluso herramientas de sometimiento de los pueblos, como se vio por ejemplo en Yugoslavia. Desde la política, el acercamiento a la sexualidad no debe perder la lógica del deber ser, el Sexual Irria, pero tampoco renunciar a obviar el contexto del ser: el Sexual Harria en el que vivimos.

A día de hoy no solo se hacen políticas sobre la cuestión de los sexos, sino que la cuestión de los sexos se utiliza para hacer política. ¿Por qué?

-Tal y como he comentado, la sexualidad, al igual que muchos otros elementos, se puede poner y se pone al servicio de los intereses del poder. Por ejemplo, la caza de brujas no es más que un mecanismo de control de la sexualidad femenina en un contexto de acumulación primitiva del capital. El capitalismo en el siglo XII necesitaba mano de obra barata y para solucionarlo pone a las mujeres al servicio reproductivo, por lo que todas aquellas que disocian esta dimensión de su sexualidad, como las brujas, las curanderas, las prostitutas, las ancianas o las comuneras, son quemadas en la hoguera. El poder siempre ha utilizado la sexualidad como una herramienta a su servicio.

¿Cuál sería un ejemplo más actual?

-La no aceptación de las lógicas binarias. En este caso, las realidades intersexuales son negadas y las prácticas médicas intervienen a las criaturas antes de que puedan manifestarse son intervenciones políticas en las que las políticas quirúrgicas están interviniendo en la naturaleza.

¿Hasta qué punto deben regular las políticas públicas, garantes de la racionalidad, sobre el ámbito de lo privado, más ligado a la emocionalidad?

-Como profesor de ciencia política no aspiro a un estado que regule todo. Tampoco admito una selva en la que no haya la más mínima regulación. Ambos casos son distopías. Más aún cuando a medio camino entre una estrategia hiperregulacionista y una estrategia absolutamente desregulacionista hay un espacio tremendo para el sentido común. Y ese espacio remite a nuestra lógica animal y mamífera: a nuestra empatía. Creo que en ese espacio de lo privado lo que debe funcionar es una lógica horizontal que se sostiene sobre elementos que tenemos integrados en el ADN: la capacidad de comprender al otro, de divertirnos, de jugar y de evitar el sufrimiento. Los mamíferos nos definimos por esas características empáticas y no hay sitio más fácil de verlo que en la sexualidad. Aunque ojo: si esto es cierto también lo es que vivimos en una sociedad patriarcal, por lo que siempre hay que defender al sujeto vulnerable.

¿Y cuál es ese punto intermedio?

-La sensatez, la responsabilidad y el principio básico de la igualdad. Desde este plano hay una frontera clara entre lo que es la libertad y lo que es la agresión. Y eso en la cama se puede practicar sin ningún tipo de problema y sin que haya ninguna posibilidad de confusión. Sobre todo porque la hiperregulación obliga a consentir todo y, cuando se entra en esa dinámica de consentimiento absoluto, se pierde el deseo, porque una propiedad básica del deseo es que este se construye bajo lo prohibido. Pero una cosa es lo prohibido y otra lo robado? o lo violado. Es muy diferente. El sentido común distingue lo que es una violación de lo que no lo es y lo que no se puede consentir es salvaguardar al más poderoso. Por tanto, ante la duda, el sujeto débil.

Parece que plantea la sexualidad casi como un campo de batalla político.

-Porque lo es. El derecho al control sobre los cuerpos está en el centro de la reivindicación de la segunda y tercera ola feminista, lo cual provoca el auge del feminismo y pone en cuestión los privilegios del machismo. Pero en un sentido inverso, cuando el sector privilegiado se ve atacado en sus privilegios también se defiende.

¿Qué retos tiene por delante la política en la gestión de la dimensión sexual?

-Para empezar, un reto importante es que hubiese una mayor vinculación entre sexualidad y política en términos teóricos y académicos, porque si la política es el estudio del poder, la sexualidad es uno de los espacios en los que ese poder está operando en términos tanto positivos como negativos. En cuanto a las políticas públicas, creo que la intervención debería estar más vinculada a la educación: a educar en la responsabilidad y la libertad, en el respeto y el disfrute, en la creatividad y en el cuidado. Y en tercera instancia, considero que hay que entender la sexualidad en términos no binarios y términos inclusivos que no generen nuevas exclusiones.