Akhond Ishaq tiene tres madres: la que le dio la vida y lo crió durante su infancia en Pakistán; la montaña, su sustento durante doce años, y su amatxu de Lemoa, la madre del alpinista Alex Txikon que le acogió como a un hijo cuando llegó a Euskadi hace cinco años. “Yo estoy aquí gracias a la montaña”, cuenta este paquistaní de 34 años sentado en el comedor del Jauregibarria Jatetxea de Zornotza, donde trabaja. La montaña unió a Ishaq y Txikon hace cinco años, una amistad forjada en el campo base del Gasherbrum I y cimentada a base de compañerismo y apoyo mutuo.

Ishaq creció rodeado de montañas en el Valle de Hushe, en la región paquistaní de Baltistán. “Nosotros no entendemos la montaña como un deporte, veíamos a los extranjeros y pensábamos que eran unos locos”, se ríe. “Para mí fue un trabajo durante mucho tiempo”, cuenta el joven paquistaní, que durante tres años se empleó como porteador y otros nueve, como ayudante de cocina. Ishaq comenzó a trabajar desde muy pequeño, a los 7 años. “Trabajaba en la huerta, llevaba manzanas, melón, sandías, a vender a ocho kilómetros de casa, ida y vuelta, con la fruta a cuestas. Mi padre era mayor y yo trataba de que no trabajara, así que yo me encargaba también de las labores de pastoreo, me llevaba los yak a la montaña”.

Vivía con sus padres y siete hermanos en una vivienda sin electricidad. Dormían todos juntos en una habitación a ras de suelo, a veinte grados bajo cero en invierno y sin calefacción. “El invierno era muy duro. Las casas no estaban protegidas y nosotros tampoco teníamos ropa para protegernos. Desde pequeños nuestro cuerpo tenía que acostumbrarse al frío”, rememora. “Se abrió una escuela cuando yo tenía 4 o 5 años. Había un profesor para cuarenta niños y venía cuando quería. Ni siquiera aprendí a leer y escribir bien, no estaba preparado para dar clase a niños”, lamenta.

Con 12 años, Ishaq viajó a Lahore en busca de trabajo “porque no llegaba el dinero”. Empezó a trabajar en la cocina de un restaurante chino como friegaplatos. Y por las noches acudía a un taller de costura para aprender a coser. Estuvo dos años en la ciudad sin volver a su aldea, sin ver a sus padres ni hermanos. “Le pedía a la gente que me ayudara a escribir cartas a mis padres; no llegó ninguna porque no ponía bien la dirección”.

En el año 2000 fallecieron sus padres e Ishaq regresó a su casa a cuidar de sus hermanos pequeños. Fue entonces cuando un primo le propuso trabajar como porteador. “Nadie me explicó nada, me presenté allí con una camiseta y unas chanclas”. Su primera expedición fue un trekking a unos 5.800 metros de altura con dos parejas de alemanes. Duraba 22 días. “Yo tenía que llevar mi comida, un saco de dormir, alguna taza, cazuela, lo que necesitáramos, y luego 25 kilos más, en total 32 kilos. No tenía mochila ni cuerdas, así que el guía me dio un saco de harina y una cuerda y ahí metí todo. Compramos unos zapatos de plástico, una talla más grande, y así empezó el trekking”. Pensó que sería algo sencillo para él, un chico que había crecido entre montañas, pero “fue duro”. “Cuando llegué a casa estaba muy cansado, me dolía la espalda y vi que tenía sangre. Cuando mis hermanas y hermanos me preguntaron qué tal la experiencia, les dije que muy bien, que había sido todo precioso. Gané en el trekking un dinero que no hubiera conseguido ni con cinco meses de trabajo en el restaurante chino, era un buen sueldo y pagaban en el momento”, explica.

La expedición que lo cambió todo En 2003 empezó como ayudante de cocina y así siguió ascendiendo montañas durante nueve años más. “La expedición invernal de 2012 al Gasherbrum I con Txikon fue clave para mí para llegar hasta aquí”, relata Ishaq, quien asegura que “fue una de las cosas más duras de mi vida”. En aquella expedición perdieron la vida tres compañeros: el austriaco Gerfried Göschl, el suizo Cedric Hählen y el pakistaní Nissar Hussain. Debido a las graves congelaciones en los dedos de los pies, Txikon tuvo que esperar en el campo base la llegada de un helicóptero, que tardó “ocho o nueve días” por las malas condiciones climatológicas. “Y yo decidí quedarme con él. Pensé, he perdido tres amigos en esta expedición, no quiero perder un cuarto”, cuenta Ishaq. “Estuvimos allí como dos pajaritos. Cuando llegó el helicóptero nos dijo que tenía permiso para llevar a un extranjero, pero no al paquistaní. Me quedé blanco, pensé aquí me voy a morir, pero Txikon se negó a subir si yo no subía. Al final nos bajaron a los dos”, relata.

Juntos visitaron a la familia de Nissar Hussain, de la misma aldea que Ishaq. “Estuve con Nissar los setenta días de expedición, hicimos una amistad fuerte, comíamos juntos, dormíamos juntos, hablábamos mucho, fue muy duro”, rememora. Tras aquella experiencia, Txikon decidió ayudar a su amigo y le convenció para que viniera a Euskadi. “Me decía si no vienes, cualquier día tú también vas a morir”. No hablaba en balde. El alpinista conoce los riesgos de la montaña. Ishaq también. Durante sus doce años en las alturas, fue testigo de experiencias dramáticas. “En verano el verano de 2011 se desprendió una roca y mató a doce porteadores. Y, en 2004, vi cómo el río se llevaba a cuatro compañeros; logramos rescatar a un quinto. Muchos chicos de mi pueblo tienen amputaciones por las congelaciones”, cuenta. “Tengo amigos que, cuando iban a hacer una invernal, le decían a su familia igual no vuelvo más. Yo no, no tenía miedo. Siempre iba contento, aunque sabía que era un trabajo peligroso”.

En Euskadi Txikon realizó los trámites burocráticos necesarios y, en el verano de 2012, Ishaq ya estaba en Amorebieta. Allí vivió durante los primeros tres meses con el alpinista y después se trasladó a Lemoa con dos compañeros paquistaníes, originarios de la región del Punyab. “Cuando llegué hablaba en inglés, no sabía castellano ni euskera. La familia y amigos de Txikon me ayudaron mucho a integrarme en la cultura de aquí. Sin ellos no lo hubiera logrado”. Inmediatamente empezó a trabajar en el restaurante Jauregibarria y recuerda cómo “no sabía cómo era la patata, la cebolla, la bechamel”.

Cinco años después ha agregado el castellano y el euskera a su largo historial de idiomas: habla baltí de nacimiento, urdú como idioma oficial de Pakistán, aprendió inglés y coreano en la montaña, y punjabí con sus compañeros de piso. Por las tardes estudia para sacarse el graduado en ESO y ha hecho varios cursos de informática y fotografía. Ha regresado en dos ocasiones al Baltistán, donde ha montado una agencia de viajes con sus primos. “Las cosas están cambiando en los últimos años”, asegura. “Después de la guerra de Afganistán no había apenas turistas, ahora hay tanta gente en verano que no hay porteadores suficientes. En la época de mi padre, los hombres caminaban durante tres meses para ir a buscar trabajo a Lahore, ahora hay trabajo allí”, explica.

“Hay gente que escala, que hace cumbre y vuelve a casa, pero la gente que va de aquí tiene otro pensamiento. Gracias a Baltistan Fundazioa, por ejemplo, se están dando cambios importante s. Antes la gente no quería que sus hijas estudiaran y ahora la mayoría de profesores son mujeres”, cuenta con orgullo e ilusión. Ishaq dejó tres hijos de 11, 9 y 7 años en Pakistán, pero le gustaría que estudiaran aquí. Su idea es quedarse, porque “esto es un paraíso”. “Ahora subo montañas como deporte”, confiesa sonriente.