madrid- Casi 300 de los 215.000 enfermos terminales que hay en España mueren al día sin haber recibido cuidados paliativos, y dos tercios de ellos lo hacen con “dolor emocional”, sin el apoyo de psicólogos y trabajadores sociales que les ayuden a mitigar el sufrimiento en los últimos días de su vida. Del total de enfermos terminales, 105.000 deberían tener acceso a atención especializada por parte de profesionales con formación específica en paliativos, según las estimaciones que ayer hicieron públicas la Sociedad Española de Cuidados Paliativos (Secpal) y la Asociación Española contra el Cáncer (AECC). Sin embargo, la mitad de los pacientes que requieren cuidados paliativos generales -107.000- y de los que necesitan los especializados -54.000- morirán con dolor por falta de recursos.
Al dolor físico que sufren esos 295 enfermos terminales cada día, 221 suman el denominado dolor emocional, imposible de evitar sin la ayuda de psicólogos o trabajadores sociales con los que abordar los momentos previos a la muerte, ya que en la actualidad, solo el 25% de los equipos paliativos cuenta con este tipo de profesionales.
Con motivo del Día Mundial de los Cuidados Paliativos, que este año se celebra bajo el lema Vivir y morir con dolor, algo que no debería suceder, la integrante de la Junta Directiva de Secpal, Ana Tordable, abogó por aumentar y redistribuir mejor los recursos y ofrecer formación específica a todos los trabajadores sanitarios. Unos cuidados que, en palabras del presidente de la AECC, Ignacio Muñoz, constituyen un “derecho”, y como tal es urgente garantizar la equidad entre las comunidades autónomas para que todos los enfermos que los necesiten tengan acceso a ellos con “independencia del lugar de residencia”. Muñoz incidió además en la necesidad de proporcionar una atención integral para mejorar la calidad de vida no solo del paciente con enfermedades en estado avanzado, también de sus familiares.
Como la que recibió Daniel Griffin en las últimas semanas de enfermedad de su esposa, Lola, que luchó contra un cáncer de mama y una posterior metástasis en el hígado durante ocho años y medio. “Esos años los viví como un estado de sitio, como una guerra; era como tener una guillotina encima”, explicó Griffin, que ha agradecido a la psicóloga que le atendió en las últimas semanas de vida de su mujer por haber sido su “teléfono de rescate”. Para él, como para todas los allegados de un enfermo terminal, “ver aquel sufrimiento en una persona querida te marca de por vida”.
Lola, relató, se resistía a recibir atención paliativa porque “para ella quería decir: Ya”; pero él la solicitó cuando llegó el momento en que empezó a sentir el “declive del cuidador” y a pensar en que “no podría con esto”. Incluso a veces se “sentía egoísta” por quejarse y hablar de sus propias necesidades, del “miedo y terror” que le acuciaban por no saber cómo hacer frente a la muerte de su compañera.
Aunque contó con el apoyo de amigos y familiares, no fue “bastante” porque requería de atención especializada, de pautas que solo profesionales como su psicóloga le podían proporcionar; “hay que pedir ayuda, no hay que estar solo en esta batalla”, subrayó. Los paliativos consiguieron dar a su esposa la “muerte que ella quería”, en casa, y a él le ayudaron durante la enfermedad y también después, para soportar el duelo y la pérdida. - Efe