Bilbao - El olor y el calor es lo primero que le llamó la atención a Iratxe Ugalde cuando llegó a Benín por primera vez hace dos años. La joven bilbaina, de 25 años, se encontró con una realidad radicalmente diferente a la que estaba acostumbrada y quedó fascinada. “En los países de África del Este, el norte y el sur son como dos países completamente diferentes. En Benín, el sur es más parecido a lo que nosotros conocemos, pero el norte no tiene nada que ver. Hay mucha pobreza, pero no hay miseria. Se vive en comunidad, todos los vecinos se conocen, si la madre va a viajar deja a los hijos con el vecino. No existe el individualismo que tenemos en Occidente. Me ha llamado mucho la atención la tolerancia entre religiones, entre cristianos y musulmanes. Aquí conviven con total normalidad, se casan entre ellos”, explica Iratxe, vinculada a la Asociación Africanista Manuel Iradier (AAMI).

La joven bilbaina forma parte los 303 cooperantes vascos que en estos momentos realizan su labor en el extranjero. Según un estudio hecho público ayer por la Agencia Española de Cooperación (AECID), con motivo del Día del Cooperante, un total de 2.842 ciudadanos del Estado español trabajan actualmente en todo el mundo y de manera profesional en tareas vinculadas con el ámbito de la cooperación internacional, de los que el 11% son de la CAV y Nafarroa. Este informe recoge los datos de aquellas personas registradas en las embajadas y consulados españoles. Según la AECID, casi la mitad de los cooperantes -un 47%- trabaja en África Subsahariana, mientras que el 22% está asentado en América del Sur, el 15% en Centroamérica y el Caribe, y el resto se encuentra entre Asia y Pacífico, Magreb y Oriente Medio.

Además, la mayor parte -el 37%- está vinculado a organizaciones religiosas. El segundo grupo mayoritario (27%) trabaja bajo la coordinación de Organizaciones no Gubernamentales de Desarrollo (ONGD), mientras que el 11% lo hace para organismos internacionales dedicados a la cooperación. En cuanto al perfil del cooperante sería mujer y mayor de 35 años. De hecho esta franja de edad representa el 77% de los cooperantes.

Iratxe Ugalde, 25 años Colabora en el norte de Benín con la Fundación Vida para Todos, con la que realiza proyectos de educación y empoderamiento de la mujer. Trabaja en un internado y da clases de castellano en un colegio. Además, participa en un plan de soberanía alimentaria. “Muchas mujeres no tienen el control de las tierras, no tienen nada a su nombre, entonces la fundación ha creado una huerta para que puedan labrar ellas mismas los productos de aquí, como cacahuete, maíz, pimientos, y así poder venderlos y ser más independientes económicamente. Llevamos desde noviembre, ya han plantado y ahora va a ser la recogida”, explica Iratxe.

La realidad que se ha encontrado esta joven bilbaina es radicalmente diferente a la que tenía en Bilbao, dos años antes. “Vivo en un sitio donde no tengo agua corriente, el agua se coge del pozo, donde puedes estar una semana entera sin electricidad, donde dependiendo de la época del año es imposible conseguir algunos alimentos, con lo cual comes todos los días lo mismo”, cuenta.

Una realidad a la que se ha ido acostumbrando y que, al regresar ha chocado frontalmente con la vida en Euskadi. “Al principio me enfadaba con la gente. Aquí tenemos todo tan a mano y aún así nos quejamos. Me daba rabia, pero yo también lo he hecho, quejarme por cosas que ahora me parecen una chorrada”, asegura, un sentimiento que comparten la mayoría de los cooperantes que regresan tras largas temporadas en países en desarrollo.

Beñat Arzadun, 43 años Eso mismo le ocurrió al guipuzcoano Beñat Arzadun, que lleva 15 años de estancia intermitente en Mozambique. “La vuelta cuesta. Eso es algo general a todos los cooperantes. Todo se te hace extraño, la forma de vivir, la conversación misma”, asegura. La primera vez que viajó al país africano tenía 28 años. “He hecho la vida aquí en gran medida. Es una vida diferente a la que habría vivido si me hubiera quedado en Errenteria”. Y, de momento, sus planes no pasan por regresar. “Hay mucho trabajo todavía por hacer”, sostiene. Aunque añade: “He aprendido que la vida tiene muchas curvas”.

Beñat es miembro de la organización Mundukide Fundazioa, con la que realiza proyectos relacionados con la agricultura en el norte de Mozambique. “Lo que hacemos es mejorar las técnicas, introducir nuevos cultivos, conectar a los campesinos con los compradores. El objetivo es que puedan producir más variado tanto para el consumo doméstico como para vender y tener algún ingreso”, afirma.

Cuando llegó al país, hace 15 años, “no hacía ni diez años que había acabado la guerra”. Se encontró con otro mundo. “Nuestro trabajo es en el campo, no es en una ciudad o un pueblo, estábamos sin electricidad, sin agua corriente, sin médicos, sin bancos, sin teléfonos”. Sin embargo, a pesar de las carencias, sostiene que ha sido “la oportunidad de mi vida”. “Hay que tener ojos para ver y oídos para escuchar y no siempre se tiene. Una cosa es que confrontes una realidad muy diferente y otra es que sepas ver. Que no sea algo pasajero. Ahí depende mucho de la permeabilidad de la propia persona”, opina.

Esther Domínguez, 46 años Lejos de África, concretamente en El Salvador, se encuentra Esther Domínguez desde hace año y medio. Es la coordinadora de Farmacéuticos Mundi-Farmamundi en el país centroamericano y su representante. Esther gestiona más de una decena de proyectos de salud con las ONG locales ASPS y APROCSAL. En especial, Farmamundi trabaja en favor del derecho a la salud, la reducción de la violencia contra las mujeres y la gestión integral de los medicamentos.

Natural de Ortuella, lleva siete años en el mundo de la cooperación fruto de una inquietud que fue aumentando con los años. Antes estuvo también en Nicaragua. “Me parecía una cosa necesaria, que se tiene que hacer. Yo quería estar en contacto con otras realidades”, explica. “Esta experiencia te hace más consciente de que no somos el ombligo del mundo y que hay otras realidades muy diferentes. Te hace aprender a ubicarte, a empatizar, a ser más humilde”, añade.

Lo que más le ha llamado la atención del país es el nivel de violencia y su normalización. “La gente me pregunta si en mi país existe esta violencia y se sorprenden cuando les digo que no”, asegura. A pesar de ello, de momento se queda en El Salvador.