el tiempo. Es misterioso cómo funciona y todavía más curioso cómo lo percibimos. Hace un instante cruzaba la frontera rusa dejando atrás Kaliningrado y ahora estoy entrando en la República Checa después de tres semanas y 803 kilómetros pedaleados a través de Polonia. Pero vayamos paso a paso.

Empezando por Grudziadz, una ciudad del norte de Polonia, y continuando hacia el sur por Bydgoszcz, Znin y Gniezno, nuestra aventura ha proseguido sin problemas por el corazón rural del país. Sin apenas desnivel que salvar y coincidiendo con días de recolección, nos hemos cruzado con más tractores que coches y de postre nos han invitado a café con galletas en varios pueblos de la zona.

Aunque claro, de este modo resulta todo un poco aburrido, así que ¿por qué no probar suerte por una pista de cross? Definitivamente no lo recomiendo con los monstruos que llevamos por bicicletas. ¡10 km en casi cuatro horas! Creo que con estos datos os podéis hacer una ligera idea de cuánto pudimos pedalear y cuánto nos tocó empujar los triciclos por cuestas de arena y barro. Aun así, la recompensa mereció la pena: Poznan, una de las más antiguas y grandes urbes polacas. Convertida a día de hoy en una ciudad universitaria, en verano parece desértica en comparación con el resto del año. Aunque para bien o para mal la movida universitaria todavía estaba dando los últimos coletazos cuando llegamos. Y si además coincide con el partido de la Eurocopa Polonia vs Portugal, el ambiente está asegurado. Eso sí: más interesante que la fiesta que se cuajó ese jueves -pese a que la selección polaca perdiera- e incluso más seductor que el aquapark de la ciudad -calificado como el más grande de Europa- fue la conversación con Lukasz Chru?ciel.

Empleado en una pequeña empresa polaca que distribuye películas LGTB, Outfilm, Lukasz está en contacto con personas que viven en el anonimato su homosexualidad. Al igual que en Rusia, en Polonia las orientaciones sexuales que escapan de la normatividad son un tema tabú, algo que se aprecia sobre todo en los pueblos pequeños más que en grandes ciudades como Poznan.

Precisamente, las películas LGTB son importantes para todas esas personas que “por su situación o por falta de coraje” no son capaces de vivir su sexualidad y gestionar su deseo con libertad, en opinión de Lukasz. “Ya que no pueden de vivir su vida como les gustaría, utilizan el cine como una vía de escape”.

Tras Poznan, nuestra ruta mantuvo dirección sur primero por Srem y luego por Pakoslaw hasta que, por fin, alcanzamos la Cocapitalidad Europea de la Cultura de este año: Wroclaw. No sé si será casualidad, pero el tiempo de esta ciudad nos recuerda sospechosamente al de Donostia: sol, lluvia, sol, lluvia. También el continuo ajetreo y las interminables listas de eventos. Y junto con sus calles adoquinadas y multitud de bicicletas rodando por todas partes, es difícil no quedar atrapado por su encanto.

Allí nos reunimos con Pawel Czajkowski, sociólogo de la Universidad de Wroclaw, quien nos habló de los cambios que se están sucediendo en lo referente a la sexualidad y a su manera de entenderla en Polonia. Resulta ilustrador que asegurara que un proyecto como el nuestro -cuya temática central es la sexualidad- no pudiera tener cabida en Wroclaw 2016 debido a que la sociedad polaca todavía se siente más que incómoda al hablar de ella en público.

También en Wroclaw aprovechamos a comer en uno de los denominados Bar mleczny. La traducción literal sería Bares de Leche y son unos restaurantes donde se sirven menús y comidas a precios muy económicos. Su origen data de finales del siglo XIX, cuando un agricultor abrió un local con un menú rebajado que se basaba en platos con productos lácteos y verduras. La rentabilidad del negocio y la baja renta de los polacos propiciaron la apertura de otros locales en el periodo entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial.

Pero no fue hasta el establecimiento de la República Popular de Polonia -en 1945- cuando los Bar mleczny, promovidos por el gobierno socialista, se expandieron por todo el país, creando de una red de locales subsidiados por el estado. Algo que se ha mantenido hasta día de hoy, si bien en la actualidad además de los lácteos y las verduras de sus orígenes también sirven platos polacos tradicionales, como podrían ser el zurek -una sopa muy popular cuyo sabor es ligeramente ácido y está elaborada con harina de centeno y carne- o los pierogi, una pasta rellena de diferentes tipos y variedades de vegetal.

Lo más curioso: los polacos tienen 365 tipos de sopa, una para cada día del año. Aunque eso sí, no pidáis demasiado pan. “¿Pan para qué?”, os responderán la mayor parte de las veces con el ceño fruncido, incluso teniendo todos los platos intactos encima de la mesa.

Swidnica, un descubrimiento Para despedirnos de Polonia y de la infinidad de bidegorris que hay por todas partes, pasamos por Swidnica. Realmente fue todo un descubrimiento. Más allá de su impresionante catedral -de estilo gótico por fuera y barroco por dentro-, esta ciudad posee la mayor iglesia de entramado de madera de Europa, además de varias torres y monumentos destacables. Pero sobre todo tiene a Iwona, a Claudia y a Adi -un perro muy amistoso-, quienes nos hicieron una animada visita guiada por el centro histórico de la población.

Hasta el momento, lo más duro han sido las cuestas de la frontera entre Polonia y la República Checa, aunque el viento que nos ha pillado durante un par de etapas tampoco se queda atrás. Lo mejor: la gente que conocemos, que no deja de sorprendernos con su hospitalidad. Lo peor: que nuestra estancia en estas tierras ha llegado a su fin. Pero la República Checa nos espera. Así que con nostalgia e ilusión al mismo tiempo, proseguimos nuestra aventura con una idea muy clara: volveremos, Polonia.