Bilbao - Le fascina la figura de Tomás Zumalacárregui. Pero se niega a quedarse con los grandes titulares que ha dado la historia. Lo que más le interesa de este general carlista es su faceta más humana, más pegada a la tierra. Enrique de la Peña, médico de profesión y apasionado de la historia, ofrece hoy, a las 19.30 horas en la kultur etxea de Sondika, una charla coloquio sobre la figura de este personaje histórico, acto en el que presentará su libro El tío Tomás. Los 20 memorables meses de Zumalacárregui.
Usted es médico. ¿De dónde le viene esta afición por la historia?
-Me ha gustado la historia siempre, desde que era chaval. He leído mucha historia. Yo trabajo en Sondika y paso todos los días por Enekuri. Muchas veces me he preguntado lo que pasó en Lutxana porque allí se libró una batalla que fue trascendental para la historia del Estado: la batalla de Lutxana de 1836. Empecé a leer sobre el tema, fui ampliando mi visión más allá de esa batalla y tropecé con la figura de Zumalacárregui. Sabía que era una figura un poquito mítica, un poquito romántica, un hombre que murió en lo mejor de su carrera militar y demás? Pero yo me preguntaba por qué fue absolutista, si realmente fue tan buen general, por qué nos ha dejado ese legado que parece de honestidad, de honradez? Empecé a leer biografías de detractores, de gente a favor, documentos y periódicos de la época y me pareció una historia tan bella, tan interesante, que pensé que esto la gente tenía que conocerlo.
Y de ahí surge el libro?
-Comencé a hacer un resumen para mí y fue surgiendo la obra. Es un libro artesanal. Yo nunca he estudiado sobre cómo escribir. Me ha costado tres años y medio documentarme y escribirlo. He hecho a mano los 26 mapas que aparecen. Plasman los lugares donde ocurrieron los hechos.
¿Y es justificada esa imagen romántica que se le da a Zumalacárregui?
-Yo creo que nunca más justificada que en él. Cuando un personaje es tan honesto, noble, y se dirige a su destino final, un destino tan trágico, y de una forma tan directa, no puede dejar de ser romántico. Es un hombre que parte del pueblo, que es un autodidacta, que es un auténtico virtuoso de su trabajo; un hombre totalmente volcado con su causa, protector de sus soldados y de sus pueblos, que tuvo rasgos de crueldad y muchísimos rasgos de generosidad. Pero fundamentalmente, fue honesto y leal a su causa.
¿Por qué sigue ejerciendo esa fascinación como personaje histórico?
-Porque representa dos valores fundamentales, que son lealtad y honestidad. Y eso sigue siendo vigente siempre. Es un hombre que tuvo el poder absoluto en su mando, nunca se lucró, fue muy generoso, murió con los bolsillos vacíos. Es un permanente ejemplo. Y, además, yo creo que si miramos al arquetipo del vasco, a todas esas connotaciones positivas del carácter vasco, vemos que se ajustan perfectamente a este personaje. Era una persona callada, muy reflexiva, con una mirada inquisitiva, calibraba muy bien a las personas. Era muy generoso, enormemente trabajador. Era un virtuoso en su trabajo.
Veo que se ha quedado usted ‘pillado’ con este personaje?
-Sí, porque no me esperaba encontrar una persona tan pura. Muchos detractores llegan a decir de él que era monjil, cosa que no es cierta; que era un fundamentalista, que tampoco lo fue. Había gente que decía que tenía pretensiones de ser rey, que quería enriquecerse? Todo lo contrario. Murió con los bolsillos vacíos.
¿En qué medida influyó su figura en el carlismo?
-Totalmente. Era general en jefe de Navarra. Tenía un ejercito de poco más allá de 1.500 hombres. Bilbao, Bizkaia, tenía más de 20.000. Pero a la primera embestida del ejercito liberal, Vitoria y Bilbao se derrumbaron y la mayor parte de los dirigentes carlistas huyeron. La causa estaba perdida pero Zumalacárregui llegó a Alsasua cuando solo llevaba 14 días en el poder en Navarra. Y supo galvanizar los restos del naufragio y provocó un cambio. Dicen que los campesinos que habían visto derrotados a aquellos soldados, les veían desfilar animados y se preguntaban qué milagro había ocurrido. El milagro era Zumalacárregui. Replanteó a los dirigentes carlistas que había que seguir la lucha sobre una base de disciplina y lo consiguió. Lo que era un ejército de desarrapados se convirtió en un ejército que puso en jaque a un Estado que dominaba el 90% de los recursos del país. Y puso una parte importante en la organización del estado carlista.
¿Si le tuviera delante qué le preguntaría?
-Si Carlos V estaba a la altura. Aquel al que defendía. Si estaba a la altura de él y de sus voluntarios. Que yo creo que no.