LA comunidad cinematográfica dijo ayer adiós al director “de las pasiones”, Vicente Aranda, fallecido a los 88 años y recordado como un realizador prolífico, “cariñoso, exigente y algo cascarrabias” que “elevó el nivel” del cine español incendiando con su cámara sábanas y viejas trincheras.

Su muerte, acaecida de madrugada en su casa de Madrid, pone fin a más de 40 años de una carrera trufada de títulos como Cambio de sexo (1977), La muchacha de las bragas de oro (1979), El Lute, camina o revienta (1987), El Lute, mañana seré libre (1988) o Juana la Loca (2001), quizás su último gran éxito.

De todas, sobresale el filme que a Vicente Aranda (Barcelona, 1926) le proporcionó los Premios Goya al mejor director y a la mejor película, Amantes (1991), con Maribel Verdú, Jorge Sanz y la que fue su actriz fetiche, Victoria Abril.

La intérprete, a la que la noticia le sorprendía en el rodaje en Francia de la serie de televisión Clem, se ha sumido en “un duelo” que le impide hacer declaraciones. Juntos hicieron películas como Tiempo de silencio (1986), Intruso (1993) o Libertarias (1996), y a ella le ofreció su papel favorito, el de Luisa, vértice imprescindible de ese triángulo amoroso devenido en pasión enfermiza de Amantes.

“Las mujeres que le gustaban eran las Luisas”, ha recordado la intérprete Marta Belaustegui, que encarnó ese mismo rol hasta el pasado verano en la adaptación teatral que fue supuso su último trabajo, cuando la salud del director ya se resentía. Su cine se nutrió de la fuerza de otras intérpretes importantes, como Ana Belén, Paz Vega, Pilar López de Ayala o Aitana Sánchez Gijón, protagonista de Celos (1999), que ha destacado que “rodaba como Dios” y que siempre tenía como centro “los ojos del actor”.

Así le han recordado muchos colegas de profesión, como “un gran narrador y director de actores”, entre los que despuntó un hombre, Imanol Arias, que halló en él “un padre y un maestro muy grande, con mucho carácter, que te llevaba al límite en el trabajo y en la vida”.

APASIONADO El “cineasta de las pasiones”, como se ha referido a él su amigo, catedrático y escritor Román Gubern, fue un hombre autodidacta, procedente de una familia obrera, “inteligente y culto, de ideología libertaria”, al que la Guerra Civil, recreada en su filmografía con el recuerdo impreso de su propia infancia, le privó de estudios. Su carrera comenzó en la ciudad condal gracias a un ardid, el carné que Gubern obtuvo de la Asociación Sindical de Directores y Realizadores Españoles de Cinematografía y que le permitió rodar su primera película, Brillante porvenir (1965), a la que siguió Fata Morgana, origen de la Escuela de Barcelona.

El ministro de Educación Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, ensalzó ayer a “una de las figuras más significadas de la renovación del cine español, sobre todo a partir de la desaparición de la censura en las primeras etapas de la democracia”.

“Comenzó con un cine más comprometido, más contracultural, siguiendo las líneas que llegaban especialmente desde Francia, y después supo encontrar (...) su inserción en lo que podríamos denominar un cine comercial de prestigio”, resaltó Ferran Mascarell, conseller de Cultura de la Generalitat catalana.

Premio Nacional de Cinematografía en 1988, rodó Luna caliente (2009), y eso que él hubiese querido ser escritor, como quedó patente en las múltiples adaptaciones que realizó de obras literarias, como Si te dicen que caí (1989) de Juan Marsé o La pasión turca (1994) de Antonio Gala. - Efe