"En España parece que los hombres no tienen ni padres ni hijos y las mujeres todo eso triplicado"
“La pereza es la madre mala de casi todo lo que te pueda pasar”, señala Begoña Zunzunegui, fundadora hace 52 años de la icónica empresa de decoración Becara
bilbao - “No hay éxito sin trabajo”, sentencia esta vitalista empresaria, bilbaina por los cuatro costados, afincada en Madrid, que a sus 78 años trabaja sin descanso con una energía envidiable. “Soy una entusiasta de lo que hago”, reconoce Begoña Zunzunegui, creadora y presidenta de Becara la empresa pionera en el comercio exterior en España, que este año ha sido la invitada de honor en la cena anual de la Asociación de Mujeres Empresarias y Profesionales Liberales, Mujer Siglo XXI, presidida por la doctora Magdalena Múgica. El éxito de su empresa es fruto del infatigable espíritu emprendedor, “un poco aventurero también” de su fundadora. El mismo espíritu que la llevó en 1973 a viajar sola a la China maoísta.
Joven, mujer.... dejaría a más de uno con la boca abierta.
-En aquella época no había ningún español, ni hombre ni mujer, en China; la única que estaba en la Feria de Cantón era yo, que era el único sitio donde te dejaban ir. Más tarde me dieron un salvoconducto para otras ciudades, pero eso fue a posteriori. Mi primer viaje fue con Mao vivo -muere en el 76-. Fue muy interesante.
¿Siempre quiso ser emprendedora?
-No, que va. Mi suegro, Félix Aranguren, que era catedrático e ingeniero geológico y todo un personaje en la vida industrial española en aquella época tenía una fundición de metales especiales en Madrid y además catorce hijos, y el cuarto es el que se casó conmigo. En esa fundación trabajaba mi marido. Primero estuvimos un año en Estados Unidos haciendo un curso de ingeniero metalúrgico en Pittsburgh. Fue una suerte porque mi hijo mayor nació allí cuando yo tenía 20 años, a una edad en la que eres una esponja. Una esponja en Nueva York con 20 primaveras; comparada con la España de entonces fíjate lo que me formó vivir allí ese año.
¿Trabajaba en Pittsburgh?
-No podía trabajar porque no tenía carta verde. Cuidaba al niño y hacia cosas sociales. Pero antes de mi estancia en Estados Unidos había estado un año interna en Inglaterra. Viví en México y Filadelfia.... Lo que quiero decirte es que para aquellos años había pocas chicas que hubieran hecho tantas cosas en tantos lugares. Por eso cuando la fundición de mi suegro no marchaba bien en Madrid, es cuando decidí trabajar yo también cuando vi que en América todo el mundo lo hacía.
¿El choque cultural a su vuelta sería fuerte?
-Aquí casi ninguna mujer trabajaba y menos de mi edad y con niños, porque enseguida me quedé embarazada de la segunda. Pero me dije: yo voy a poner una tienda de regalos.
¿Por qué de regalos?
-Es verdad que he tenido una familia a la que le encantaban las antigüedades, tanto a mi abuelo como a mi tía Amalia; la casa tenía un valor. No éramos una familia al uso. Mi padre había vivido en Inglaterra cinco años, tenía una formación bastante anglosajona; yo había vivido un año allí, también en Norteamérica... Todo eso me animó a montar una tienda de regalos. Además, me encontré con que las tiendas vendían lo mismo. Les pregunté por qué y me comentaron que no podían importar nada. Franco no dejaba que se trajera nada de frivolidades, porque el dinero se necesitaba para máquinas o medicinas... pero no para los cacharros que yo quería vender.
¿Entonces qué se le ocurrió?
-En lugar de una tienda, que tampoco hubiera tenido dinero para abrirla, se me ocurrió poner un negocio haciendo reproducciones de cosas que tenía en casa. Fue un éxito absoluto. Así estuve cinco años.
Hasta que decidió abrir su tienda.
-Sí. Empecé en unas cocheras de la familia en la calle Juan Bravo, detrás del Hotel Palace: no había ni luz eléctrica, ni teléfono, ni suelo que era de tierra prensada y estaba lleno de ratas, que dabas cuatro chalos para que se fueran.
¿Tuvo problemas por ser mujer?
-No. Había poca gente que fuera como yo y menos que vendiera algo; estaban los artesanos que hacían lo que tú les decías que hicieran, pero ellos no sabían qué hacer con el producto final. Había joyeros, plateros... de todo, pero sin embargo objetos que no fueran de plata, sino ornamentales, bonitos, de buen gusto y que no costaran mucho, prácticamente no había.
¿Su marido le animó, le apoyó?
-Mi marido nunca puso pegas y eso ya es bastante. Mi madre me decía que estaba loca, que eso era un desatino y no sé cuántas cosas más, aunque luego me creía como al oráculo de Delfos; me preguntaba todo cuando ya vio que aquello era un éxito.
Los comienzos serían duros.
-Sí. Pero llenos de entusiasmo. Luego el seguir, el seguir prosperando, el crear una empresa grande; el conseguir el premio nacional de la internacionalización de la empresa; el que el Rey me diera la medalla del Oro del Trabajo en el 2002; todos los premios que he tenido, que son muchos, les han agradado a toda la familia. A todo el mundo le gusta que las cosas que están bien hechas te las reconozcan.
Sus tiendas están distribuidas por todo el mundo.
-En España, al margen de nuestra tienda Juan Bravo que tiene 1.800 metros cuadrados -que es el buque insignia- , tenemos franquicias en Bilbao y en otras zonas del Estado. Pero siempre he creído en la internacionalización de la empresa. Desde hace más de treinta años expuse en París, porque yo comprendía que España era muy pequeña y que fuera de España se gastaban mucho más dinero que aquí. Como creía en eso, me fui a París donde tuve un éxito grande. Luego expuse en Frankfort, en Milán y otras ferias internacionales. Para ello antes había pasado por todas para ver qué hacían los otros y me di cuenta de que mucho de lo que se vendía como europeo aquí estaba fabricado en China. En 1973 me enteré por la prensa que el ministro López Bravo había firmado un acuerdo con China que consistía en unas cuotas libres de impuestos para la compra de artículos que se hiciesen o estuviesen tejidos a mano. Fue mi oportunidad. Después de lograr el visado, me fui allá. Lo cierto es que hice negocios fantásticos en China y a los tres años estaba diseñando en ese país. Con ese viaje abrí una ventana nueva en España para mis clientes. Todo se fundamenta en la capacidad de trabajo que tengas. Hay que ser sana de mente y cuerpo porque hace falta mucha vitalidad para ser empresaria.
¿Cómo ve el avance de la mujer?
-Ha mejorado muchísimo, pero todavía creo que son demasiado temerosas. La vagancia es la madre mala de casi todo lo que te pueda pasar, porque si tú haces algo que está mal pero insistes al final acabas haciéndolo bien. Pero si no insistes, no lograrás nunca hacerlo bien. Hay un poco de eso. Si te propones una cosa tienes que intentar conseguirla aunque te cueste. ¿En qué se materializa eso? Una mujer en su vida laboral necesita siempre por lo menos, si tiene hijos, dos horas y media más de trabajo que el hombre; eso es así, o lo aceptas o toda la vida equivocada. Las mujeres tienen una carga añadida, porque en España, los hombres parece que no tienen padres, ni madres ni hermanos ni nada, y las mujeres tienen todo eso multiplicado por tres. Siempre les pasa algo. Laboralmente, para los empresarios son más pesadas porque la sociedad está montada así.
En una empresa como la suya, con muchas sonrisas, las lágrimas llegaron con el incendio de 2006.
-Sí. Se quemó absolutamente toda la tienda. Pero la empresa y la ideología de la empresa es como una familia y eso no se quema; lo que se te quema es la casa material, pero te mueves de sitio y empiezas de nuevo.
¿Está siendo peor la crisis que el incendio?
-Sí. La estamos notando una barbaridad. Ten en cuenta que nuestro producto no se rompe; los coches sí, pero quién se compra un sofá quitándole una clase de inglés a un niño: nadie.
El 92% de sus ventas son en el exterior.
-Sí. Echo mucho de menos el sur de Francia, Italia, Grecia, Portugal... todos los que están cerca; mis cosas cuestan mucho mandarlas porque son grandes. La crisis ha sido tremenda; para el sector lo sigue siendo. Aquí hemos tenido hasta 380 personas en nómina en Madrid, con oficina en Pekín, Delhi, Dakarta... Estamos esperando a ver si sobrevivimos.
¿Pero van a abrir más tiendas?
-Sí. En el extranjero tengo muchas: tres en Moscú son franquicias; en Arabia Saudí, otras tres, que también me perturba el tema del petróleo; tengo una en Casablanca, otra en Milán, otra en Bogotá y tenemos una en el mejor sitio de México D. F. A mediados de mes abrimos otra en Qatar. Fuera de España todo, y marcha bien.
Para tener éxito hay que ser muy entusiasta y gustarte lo que haces.
-No le quepa la menor duda. El entusiasmo mueve montañas y se contagia. La desgana y el desánimo también se contagia y hay que huir de ellos porque es de vagos. El desánimo es de vagos; es más fácil decir que no se puede que hacerlo. Si crees de verdad que no vas a sacar la cabeza dedícate a otra cosa, igual aciertas. Lo que no puedes es estar ocupándote de una cosa por la que no tienes entusiasmo.
¿Para ser empresario hace falta una creatividad innata?
-Tienes que ser un poco mejor que los que ya están. Igual no es más ni mejor, pero sí más acertada. Hay mucha gente lista, pero que se creen demasiado. La humildad para un empresario es absolutamente necesaria; pensar que todos los demás son igual de buenos que tú o mejores. Eso te hace mejorar. Si tú crees que eres el mejor probablemente no lo seas, como pasa casi siempre; los que no reconocen sus fallos no llegan a ningún lado nunca.
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