J. V.: Como las meigas, personas tóxicas, haberlas, haylas... Y sospecho que en abundancia.
I. Q.: Pues sí, desgraciadamente hay muchas, demasiadas. Una de las cosas peores es que se las apañan para ir sobreviviendo y al tiempo, desplegando sus artes fundamentales, que son la mentira y la ambigüedad, expresada de palabra y a través de la imagen (todo lo que llevan encima es artificial). Siempre con la flauta de encantar serpientes y con una sonrisa que es más una mueca que una expresión afectiva, su frialdad les impide reír con naturalidad.
J. V.: Se puede hacer una clasificación minuciosa, pero de partida se me ocurren dos grandes categorías: gente a la que se ve venir y gente a la que no se ve venir. Los últimos son especialmente preocupantes. ¿Cómo sospechar de ese tipo que siempre tiene una sonrisa en la boca y parece la encarnación de la bondad?
I. Q.: Hombre, eso te ocurre una vez; a la segunda ya no te atrapan con su discurso falso, indocumentado y ambiguo. Yo creo que son preocupantes y peligrosos los dos porque suelen ir a buscar a gente con influencias para contarles sus mentiras, y así como se descubren delante de algunas personas, engatusan a otras. Recomiendo vivamente a quien quiera conocer a la perfección a este tipo de espécimen, un libro que se titula El manual del perfecto canalla de Rafael de Santa Ana, porque los pinta como auténticos profesionales y deja claro que, al final, se las apañan para hacer aparecer como los malos de la película a aquellas personas honestas que les combaten.
J. V.: Cuanto más tóxicas, más hábiles en el disimulo y en la manipulación.
I. Q.: Es que si no lo fueran (manipuladores), no serían tóxicas. Una cosa es la influencia y eso lo hacen personas como Descartes, Spinoza, Fleming, Russell, etc..., y la otra, la toxicidad, que es esa intervención orientada hacia alguien seleccionado, casi nunca pobre ni anónimo, y que lleva la intención de obtener un beneficio y, de paso, descalificar a quien se oponga a las aviesas intenciones del canalla tóxico de turno.
J. V.: Cuando nos damos cuenta de que nos han envenenado suele ser tarde. E incluso nos resistimos a admitir que hemos sido víctimas de su ponzoñoso comportamiento.
I. Q.: Nunca es tarde si la dicha es buena, querido amigo. Hay que navegar por este valle de lágrimas (así lo decía la Salve) con espíritu crítico, algo que resulta imposible de ejercer sin evidencias. Los canallas tóxicos se adornan con citas que suenan bien pero que suelen decir "hay estudios que indican", "algunos científicos dicen", "me han dicho", "los jefes han dicho"... Luego, cuando preguntas por los documentos que den soporte a esas afirmaciones, se suelen resumir en el mejor de los casos a correos electrónicos ambiguos y sin evidencias. Al final, ante la evidencia, terminamos convencidos de que el engaño se ha producido. En estas personas el engaño suele ser una cosa, pero su impenitente tendencia a la traición a quienes les han ayudado es algo sin lo cual no saben vivir. Se ahogan.
J. V.: Siempre me pregunto si actúan así conscientemente o, simplemente, como en la fábula de la rana y el escorpión, lo hacen porque es su carácter.
I. Q.: Ambas cosas. Nacen y se hacen. Y no suele faltar una tradición familiar, aunque en el caso del personaje del libro que te he mencionado no es así. Suele ser gente sin prestigio, mentirosa, que te cuenta sus mentiras utilizando kilogramos de papel en forma de documentos a cuatro colores, con gráficos y tablas ininteligibles que a los incautos les hacen pensar lo listos que son, cuando en realidad la inteligencia y la transparencia de las personas es directamente proporcional a su inteligibilidad. Me recuerdan a otro personaje de un libro de Pedro Emilio Coll titulado El Diente Roto, en el que un granujilla al que le parten un diente se pasa el día en silencio rozando la superficie serrada de la pieza rota con la punta de la lengua. Como de repente deja de hablar, le consideran víctima del mal del pensar (mira tú también que el colega que le diagnostica?) y viendo en él un genio en ciernes, le rodean de todo tipo de lujos a la espera de que para una idea de trascendencia sideral, algo que por supuesto no ocurre. Y es que nos dejamos seducir por el oropel con demasiada facilidad.
J. V.: Una vez descubiertos, negarán la mayor. Te preguntarán "¿Cómo puedes pensar eso de mi?"
I. Q.: Sí, y siempre tienen un primo de Zumosol al que le organizan un drama para buscar la manera de salirse con la suya. Es para lo único que expresan emociones, para hacer sentir culpables a personas que les pueden facilitar la ruptura de las reglas, el ninguneo, etc...
J. V.: Darles una segunda oportunidad sería de tontos, ¿no?
I. Q.: No hay segunda oportunidad para estas personas porque te van a volver a traicionar. Son compulsivamente insatisfechos y envidiosos. Por eso no les vale con conseguir sus prebendas utilizando su única habilidad, que es la de mantenerse horas o incluso días en posición genuflexa, sino que mientras que de rodillas sacan brillo a los zapatos de sus ingenuos benefactores, van extendiendo infundios contra quienes les plantan cara, para ver si a través de las personas poderosas, y ya que a ellas no les da el prestigio ni el conocimiento, consiguen neutralizarlas.
J. V.: La cosa es que es difícil recomponer lo que han roto. Son dañinos para los individuos, pero también para los grupos.
I. Q.: Eso creo yo. Esa es una frase que repito mucho últimamente aludiendo a personas de este perfil. Rompen relaciones humanas operativas gestadas a lo largo de muchos años de contacto y lo hacen sin el más mínimo escrúpulo. Tienen de bueno que actúan como prueba del algodón de las personas en las que crees que puedes confiar.
J. V.: Algo que me preocupa especialmente: a veces se diría que su comportamiento es contagioso. Logran contaminar a personas que, a primera vista, no actuarían de un modo tan rastrero.
I. Q.: Hay dos niveles. El primero es la persona con influencia a la que envenenan con sus infundios para conseguir medrar. El segundo es el del corro de individuos acólitos, todos ellos tan mediocres como estos fulanos, y que se sienten seguros bajo el paraguas del primo de Zumosol en el que se convierten para esas personas sin nivel.
J. V.: Una de las consecuencias más letales de su proceder es que generan desconfianza en el prójimo. Quien ha sido víctima de uno de estos elementos tiende a no fiarse ni de su sombra. ¿Cómo evitar que paguen justos por pecadores?
I. Q.: Pues se aprenden cosas, pero es inevitable volver a tropezar en la misma piedra porque no fiarse de nadie no es recomendable Es como eso de no volverse a enamorar, que igual conduce a no sufrir, pero desde luego, tiene que resultar muy aburrido.