J.V.- Ni santos ni diablos. Lo dejamos en una media de regular, ¿no? Y en las siguientes preguntas, vamos afinando....
I.Q.- Empiezo devolviéndote la pregunta que me haces: ¿qué es un santo y qué un diablo? Porque según lo que esté en juego y con quién, lo que en unas ocasiones es una cosa, en las otras otra.
J.V.- Totalmente cierto. Obviamente, juego con estereotipos maniqueos. El santo por excelencia podría ser Ned Flanders, el personaje de Los Simpson. Para diablo escojo a un clásico del mal, también de ficción: J.R., el de la serie Dallas.
I.Q.- Lo de Ned Flanders no admite dudas porque es, efectivamente, el bueno por antonomasia, pero J.R. de Dallas tenía su corte de individuos a los que les parecía un buen elemento, claro que para hacer sus negocios y urdir todas sus intrigas a costa y en perjuicio de otros. Por ahí iba yo. Conozco gente deleznable que se alía con otros haciéndose pasar por bueno y, sin embargo, escondiendo lo peor de lo peor de los seres humanos.
J.V.- ¿Hay, en cualquier caso, gente que por naturaleza está inclinada a hacer el bien o el mal?
I.Q.- Sí, desgraciadamente así es. Hay gente absolutamente desalmada y por el contrario, gente cándida y dedicada a los demás. Los primeros son de naturaleza dominante, cruel y perversa, y los segundos, de naturaleza dependiente, humilde e ingenua.
J.V.- El problema con algunos malvados es que tal vez no distinguen entre lo que está bien y lo que está mal. Me imagino que ahí entramos, incluso, en el terreno de los graves trastornos de la personalidad.
I.Q.- Yo creo que no, que salvo los peques cuando son muy peques o las personas con sus facultades mentales muy perturbadas, todos sabemos cuándo algo que hacemos está mal. Lo que sí ocurre es que unos acompañan esa conciencia de hacer el mal con remordimientos y otros no. Entre estos últimos están las personas con personalidades psicopáticas o antisociales. Ellos, además de no tener remordimientos, disfrutan haciendo el mal.
J.V.- Dejemos a un lado los casos extremos, que darían para un espacio más técnico y, desde luego, extenso. Centrémonos en los (con perdón) cabroncetes corrientes y molientes. Basta mirar a nuestro alrededor para comprobar que hay unos cuantos...
I.Q.- Sí, sí, tengo una buena amiga que me decía un día que el número de este tipo de personajes ha ido creciendo mucho y que antes, cuando veías a alguno, podías mirar a otro lado y que hoy, sin embargo, mires a donde mires tienes un corro de sinvergüenzas pasando por buenos y por víctimas.
J.V.- ¿Qué lleva a ser así, por ejemplo, al boicoteador contumaz o al que no dudaría en apuñalarte por la espalda?
I.Q.- Muchas cosas, desde la debilidad hasta la ambición insana, pasando por la envidia, la inmadurez, etc.. Su incapacidad para construir nada noble les lleva a destruir todo lo bueno que se pueda hacer. Estas personas son como la bruja de Blancanieves, o ellas o el diluvio.
J.V.- Lo mencionamos cuando hablamos de los depredadores: no todos llevan su maldad escrita en la cara. A veces actúan bajo la apariencia de hermanitas de la caridad.
I.Q.- Es cierto, lo que ocurre es que a estos individuos se los termina pillando porque todos ellos son mentirosos y la mentira, como se dice, tiene las piernas muy cortas. Hace poco decía en esta misma sección que se puede engañar a la gente un día, pero no a toda la gente todos los días. Lo malo es que estos muchachitos y muchachitas (que no son otra cosa) siempre saben dónde poner la lengua, independientemente de los sabores que les toca catar y duran más que ciertas pilas. Eso es así también porque hay otra gente peor que ellos que necesita de estos pelotas de buena cara para que les hagan los juegos sucios sin mancharse la ropa.
J.V.- ¿Es realista pensar que puedan cambiar de forma de ser y de actuar?
I.Q.- Sí... pero a peor. Aunque parezca mentira, ese ser malvado como él solo en el que están pensando todos y cada uno de los lectores, puede cambiar y lo hace a peor.
J.V.- ¿Es una opción razonable tratar de ganarles en su terreno, es decir, ser tan malos como ellos?
I.Q.- No siendo malo, pero sí usando sus reglas del juego. ¿Cómo? Estableciéndolo todo como una metodología de trabajo que te ponen encima de la mesa de la supervivencia. Vamos, que no se hace con mala fe, sino con espíritu de supervivencia en un fangal que crean otros. No hay nada que les saque más de quicio que el que se use su lenguaje y su despliegue. Es muy importante que se use solo con esa gente y olvidarlo una vez terminada la tarea. Es divertido porque en estas situaciones suelen invocar valores éticos, palabra esta, ética, que ellos la escriben siempre con hache y sin acento porque no la han aprendido nunca.
J.V.- Vamos al otro extremo, al de los que son buenos como el pan. Son minoría, pero haberlos haylos. Y lo son, aunque no tengan recompensa.
I.Q.- Hay más de los que creemos, lo que ocurre es que los malos son tan activos que borran casi todo lo demás. De todas maneras, creo que era Gandhi el que decía que gran parte del éxito de las malas personas reside en el silencio de las buenas y de esto hay que tomar buena nota. Tampoco estoy de acuerdo en que las buenas personas no tienen recompensa; les cuesta mucho más conseguirla y no les dura tanto, pero la reciben, ya lo creo que sí.
J.V.- ¿Crees que cualquiera de nosotros podría llegar a ser como ellos o ellas?
I.Q.- Nunca sabemos adónde podemos llegar en función de lo que nos exige el medio en el que nos desenvolvemos y lo que nos toca vivir. El odio, la codicia y la ira son sentimientos terribles, capaces de acabar con todo y siempre estamos en riesgo de experimentarlos. Creo que no hay que perderse la cara y que hay que trabajar por ser una persona decente, respetuosa y solidaria, porque ese lado oscuro que tantas veces hemos visto reflejado en el cine y la literatura como una de nuestras dos mitades está ahí, latente, esperando a ser activada. De nosotros depende que siga dormida o, en el peor de los casos, aletargada.