BILBAO. Una de cada cuatro personas sufre en algún momento de su vida una enfermedad mental. En la gran mayoría de los casos, la superará y en otros, si bien la dolencia perdura, el paciente, con ayuda de profesionales, familiares y amistades, será capaz de afrontar su situación. Puede ser un proceso largo y doloroso, no sólo por la gravedad de su patología, sino, en gran medida, por la imagen negativa que la sociedad posee de las personas con enfermedad mental. La sociedad no tolera de buen grado a estas personas y ellas hacen suyo este estigma. Gran parte del sufrimiento que padecen estas personas tiene su origen en el rechazo, la marginación y el desprecio social que tienen que soportar, y no en la enfermedad en sí misma.

Con motivo de celebrarse hoy el Día Mundial de la Salud Mental, la Asociación Vizcaina de Familiares y Personas con Enfermedad Mental (AVIFES) inicia la campaña de concienciación social Cambia el chip, dirigida a romper los tradicionales prejuicios, estereotipos y el estigma que sufren las personas con enfermedades psíquicas. Para visibilizar la dolencia instalará en las 25 estaciones de Metro Bilbao y en otras 20 marquesinas paradas de Bizkaibus carteles de su campaña.

Casi siempre el estigma es inconsciente y basado en concepciones erróneas, pero arraigadas en la percepción colectiva. "Es muy difícil entender el dolor que sufren las personas con un problema mental. Eso no sale en las radiografías ni en los análisis", señala Luis Rodríguez, marido de Almudena, aquejada de trastorno bipolar, una de las dolencias mentales que afecta a 2,4 millones de personas solo en Europa.

El silencio que rodea a un problema de salud mental forma parte del problema. Porque aunque estas dolencias permanecen invisibles la realidad es que un 9% de la población estatal sufre una enfermedad mental. Cifras que van en aumento en el mundo occidental.

trastorno bipolar Entre las dolencias mentales, el trastorno bipolar es una de las más graves con unos efectos de gran impacto entre los afectados, sus familias y la sociedad. Quienes la padecen pasan de la tristeza a la desesperanza en las fases depresivas a la euforia y la irritabilidad en las fases de manía, a menudo con periodos de humor normal entre ambas fases. Los cambios en el estado de humor van asociados, además, a cambios extremos en el comportamiento y en la energía.

Para la doctora Consuelo de Dios, responsable del Programa de Trastorno Bipolar del Hospital Universitario La Paz de Madrid, "el trastorno bipolar puede ser una patología muy incapacitante; un paciente que tiene una depresión aguda o una manía aguda no se ve con la capacidad de trabajar, puede ser precisa la hospitalización y ello conlleva una estigmatización acusada".

En la fase depresiva de la enfermedad bipolar, los pacientes pierden el interés por casi todo. Almudena Sánchez, una de las muchas personas que viven en el Estado aquejadas por el mal reconoce cómo en las fases depresivas perdía el gusto por las actividades del día a día. "Me daba miedo hasta coger el autobús por si me perdía", relata.

Las creencias erróneas de las enfermedades mentales persisten e incluso la propia familia, que por causa del estigma siente vergüenza y esconde la patología, la niega. "Esta falta de conocimiento sobre lo que significa el trastorno bipolar hace que buena parte de la sociedad estigmatice a los enfermos", señala Julio Rodríguez, marido de Almudena, enferma.

De estos pacientes, la sociedad piensa que tienen coartada su libertad por tomar medicamentos, asegura Francisco Piedra, psiquiatra de la Unidad de Media Estancia del Hospital de Toledo. "Nuestro trabajo consiste en hacerles ver lo contrario, que el tratamiento es esencial para la conquista de la libertad que la dolencia les ha quitado".

Además de las campañas de sensibilización, la atención en la comunidad con servicios sanitarios y sociales de calidad, y sobre todo el contacto directo y en lugares normales de vida con las personas afectadas, son, según los expertos, las estrategias más eficaces contra el estigma.

Una de las consecuencias de ese estigma que sufren las personas bipolares es la pérdida de oportunidades laborales. Es el caso de Almudena que lleva diez años sin trabajar. "Era oficial de primera en una fábrica de molduras, pero no me podía concentrar. Estuve una semana ingresada sin que me diagnosticaran el trastorno bipolar", explica.

El diagnóstico de la enfermedad es otro de los grandes retos a los que se tienen que enfrentar estos pacientes. Si bien las primeras manifestaciones suelen aparecer entre los 15 y los 19 años de edad, los especialistas estiman que existe un lapso de hasta ocho años entre la aparición del primer episodio de alteración del humor y el diagnóstico de trastorno bipolar. "Hay que buscar el diagnóstico correcto lo antes posible para hallar la terapia farmacológica adecuada desde el inicio, pero también hay que proporcionar al paciente acceso a programas psicoeducativos que mejoren su pronóstico. Se debe educar a los pacientes en la importancia de mantener el tratamiento más allá de las fases agudas y de llevar una vida sana que mejore el pronóstico", remacha la psiquiatra.