Los vascos y la centenaria Gran Vía de Madrid
Gentes de Euskal Herria han escrito pequeñas y grandes líneas de la historia de esta mítica calle
Asfalto, luces y bullicio. Punto de encuentro, de compras, de risas, de negocios, de amarguras, de noches en blanco, de cafés apresurados, de mil historias personales pateando sus baldosas... La centenaria Gran Vía madrileña aguanta bien el paso de los años. Hay quien dice que los tiempos pasados fueron mejores, cuando los cines todavía eran los señores de esta arteria, y las estrellas del celuloide se dejaban ver por sus distinguidos comercios y sus elegantes cafés. Los trece cines que llegó a tener la Gran Vía han ido desapareciendo y hoy solo quedan tres. Las grandes franquicias de moda y los establecimientos de comida rápida se han apoderado de la calle. Pero la Gran Vía resiste el tirón y, a pesar del alboroto de sus heterogéneos viandantes y del ritmo propio de las urbes del siglo XXI, sigue manteniendo el porte señorial de su época más esplendorosa.
Los madrileños exhiben con orgullo esta Gran Vía que ha sido durante décadas receptora de gentes de todas partes del Estado que acudían -y acuden- a la capital para trabajar, para emprender un proyecto de vida o simplemente para visitarla. Y los vascos han hecho lo propio, escribiendo humildes y grandes líneas en la historia de la Gran Vía.
Las primeras contribuciones de los vascos a esta calle hay que buscarlas en el propio nacimiento de esta arteria. En 1910 comenzó a caminar este importante proyecto urbano. Por aquellas épocas, el País Vasco, y concretamente Bilbao, vivían un claro auge económico. "En esa época el País Vasco y Bilbao estaban esplendorosos. La siderurgia, la minería y la industria naval estaban florecientes y no cabían allí mayores inversiones. Coincide ese instante con la gran obra de urbanismo y de especulación que fue la Gran Vía de Madrid. Y vinieron arquitectos y capital bilbainos", explica el periodista Alfredo Amestoy, gran conocedor de esta calle, nacido en Bilbao, y que hoy es el presidente de la Asociación de Amigos de la Gran Vía.
Uno de los que recaló en Madrid para dejarse los cuartos en este proyecto urbanístico fue Horacio Echevarrieta. "Sin él no se concebiría la Gran Vía", afirma Amestoy. Es imposible resumir la intensa vida y la actividad de este industrial y político nacido en Bilbao en 1870. Inició su vida comercial como continuador de los negocios mineros de su padre y emprendió otros muchos, entre ellos los marítimos. Fue él quien construyó el Palacio de la Prensa, ubicado en una de las zonas más populares de la Gran Vía, la Plaza de Callao.
Y si el capital vasco tuvo aquí una presencia relevante, más aún la tuvieron los arquitectos vizcainos y guipuzcoanos de la época, que construyeron casi la mitad de los edificios de la Gran Vía. Entre ellos está Pedro Muguruza, nacido en Madrid en 1893, pero hijo del ingeniero vasco Domingo Muguruza. Fue precisamente él quien llevó a cabo el proyecto y construcción del Palacio de la Prensa entre 1924 y 1928. También realizó el proyecto del Edificio Coliseum, en el que se encuentra el teatro del mismo nombre, y que hoy día programa populares musicales. Muguruza es también conocido por otras obras al margen de la Gran Vía, alguna de ella bastante más polémica: y es que se encargó del proyecto y construcción del Valle de los Caídos junto al arquitecto Diego Méndez. Fue él quien construyó también el Sagrado Corazón de Jesús de Bilbao entre 1921 y 1925.
También dejaron su impronta en la Gran Vía los hermanos Otamendi, de Donostia. Así, el ingeniero José María Otamendi y el arquitecto Julian Otamendi, construyeron, entre otros el complejo Lope de Vega, y el Edificio España, ubicado en la Plaza de España y que lleva los números finales de la Gran Vía. Así mismo, el arquitecto bilbaino Secundino Zuazo proyectó y construyó el Palacio de la Música y el bermeano Teodoro de Anasagasti se encargó del desaparecido Teatro Fontalba y de los Almacenes Madrid París.
Asfalto aparte, fue notable la aportación de la familia Urgoiti al ámbito empresarial y cultural de la Gran Vía. Empresarios papeleros guipuzcoanos, los Urgoiti supieron extender este sector al mundo de las letras, de modo que fueron los responsables de la fundación a principios del siglo pasado, de los periódicos El Sol y La voz, de la editorial Calpe, de Radio Unión y de la inauguración de la conocidísima Casa del Libro, que hoy es punto de encuentro en la Gran Vía de los amantes de la lectura.
el bardo en madrid Si el viandante hace una parada en el 21 de la Gran Vía, justo donde ésta se une con la calle Montera, podrá tomar un refrigerio en el café San Luis, un establecimiento antiguo y vinculado a un personaje muy relevante en la historia de Euskal Herria: Jose Mari Iparragirre. El bardo cantó en este café una de las canciones más simbólicas para Euskadi y para los vascos: el Gernikako Arbola. A la entrada del establecimiento una placa del Ayuntamiento de Madrid rememora el acontecimiento: En este lugar estuvo el café de San Luis donde en el año 1853 Jose Mª Iparragirre interpretó por primera vez en España el zortziko Gernikako Arbola.
En la cafetería, tras la barra, cuelgan dos láminas en las que se aprecia la inconfundible imagen de Iparraguirre, y en un lateral un escrito enmarcado narra cómo esta cafetería fue escenario de esa noche de 1853, en la que el bardo interpretó el Gernikako Arbola junto al pianista durangués, Juan José Altuna. "El entusiasmo fue tan indescriptible que las ovaciones y vítores a nuestro cantautor acompañaron a Iparragirre y a Altuna cuando salieron del café por toda la calle Montera...", concluye el texto.
hoy por hoy Los años han pasado y en la Gran Vía han quedado estos y otros vestigios del paso de los vascos por Madrid. Pero a lo largo de las décadas también han sido muchas las gentes anónimas de Euskadi que han vinculado momentos de sus vidas a este trozo de ciudad. Hoy día muchos vascos siguen vertiendo vivencias y sueños en esta calle.
Un ejemplo lo encontramos en Lina de Assas. Esta donostiarra es la gerente del hotel Senator Gran Vía. Después de estudiar Turismo en Donostia recaló en Madrid hace catorce años para hacer un curso de dirección hotelera y acabó asentándose en esta ciudad.
Lina recuerda la Gran Vía de hace años, cuando salía con sus amigos de noche y acudían a la desaparecida Sala Sol, o a aquellos cines "que tenían los carteles pintados a mano". Hoy día, tal y como comenta Lina, solo los cines del Palacio de la Prensa conservan estos anuncios artesanales. "También íbamos mucho a Madrid Rock, que era una tienda de discos mítica que cerró hace algunos años", narra.
Lina contempla la Gran Vía desde la azotea de su hotel. No acaba de convencerle la evolución de esta calle. "Para mí la Gran Vía va a peor", afirma. "Ahora hay mucha franquicia y eso hace que las ciudades y las calles pierdan un poco su identidad. Han ido cerrando muchos establecimientos típicos y cines de toda la vida. No me gusta en lo que se está convirtiendo la Gran Vía. Prefería la de antes", asegura, mencionando además los conflictos como robos etc. propios de las grandes urbes. Pero Lina reconoce que la Gran Vía " tan viva y tan bulliciosa", sigue albergando encantos. "Es una zona multicultural donde encuentras todo tipo de gente. Eso me va: las mezclas, el pluralismo", concluye.
Como si del argumento de una película se tratara, Ernesto Santos llegó a Madrid persiguiendo un sueño. Este joven bilbaino de 26 años está enamorado del baile. Recuerda cómo siendo un niño cantaba y danzaba en las fiestas de su colegio en Artxanda. Partió a Madrid porque creía en su potencial y hoy día forma parte del cuerpo de baile del espectáculo 40 el musical. Los musicales se han convertido en uno de los principales atractivos de la Gran Vía y este bilbaino, cuyo nombre artístico es Unax, ha logrado un hueco en uno de los más populares por cuyo patio de butacas han pasado ya más de 350.000 personas.
Llegó a Madrid "con una mano delante y otra detrás" y tras mucho trabajo le admitieron en este espectáculo. "El día que me cogieron llamé a mis padres llorando porque no podía creer que me dieran la oportunidad", asegura. Ernesto reconoce estar enamorado de la Gran Vía. En esta calle trabaja, va de compras y sale de noche. "Para mí la Gran Vía es mágica", dice. Ahora seguirá trabajando para lograr su "gran reto": lanzar el disco que está grabando.
las noches de la urbe Por la noche la Gran Vía se transforma. Se viste de luces, de establecimientos que no duermen, de noctámbulos que rompen las normas de la rigidez del resto de la semana. A Leixuri Zubizarreta le gustan esas madrugadas. Salió de Ajangiz hace trece años para estudiar Magisterio de Audición y Lenguaje, y Psicopedagogía y acabó quedándose en Madrid. Hoy día vuelca todos sus esfuerzos en el colegio Gaudem, donde trabaja con niños sordos. Pero cuando llega el fin de semana, esta vizcaina se deja seducir por las noches de Gran Vía. Leixuri recuerda aquellas primeras quedadas en esta zona, hace ya años. "Era como estar en el Brodway de New York", afirma. Hoy, no duda en dejarse enredar por esta calle que "está viva 24 horas". "Puedes hacer compras, ir al teatro, al cine, a un pub...", explica. Pero lo que más le gusta hacer en Gran Vía cuando el sol se pone es pasear y ver gente. "Aquí se concentran personas de diferentes ciudades y países, diferentes culturas", afirma.
Leixuri respira lanzando bocanadas de vaho en la gélida noche madrileña. Alza la vista. "Me gusta como aquí se mezcla la tradición con lo más moderno. Los limpiabotas de toda la vida conviven con las pantallas de LED", comenta. "Y entre semana, al anochecer, te puedes encontrar con que Angelina Jolie presenta su nueva película y está todo lleno de gente y de fotógrafos", ríe. Asegura que las noches de la Gran Vía son "mágicas y especiales". Cuenta que aquí es fácil ver famosos y que de madrugada aparecen chinos vendiendo furtivamente tallarines o cervezas para aquellos que tengan estómago para tragar esos manjares de dudosa procedencia. "Muchos jóvenes lo comen antes de coger un autobús o un taxi para ir a casa", explica.
"Aquí nunca sabes lo que te puede ocurrir...", concluye.
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