Se llame José Luis, Iñaki o Gorka, siempre que baja, la arma gorda. Aunque su visita dura bien poco, algunos agradecen que no se deje ver más por estos lares por aquello de que uno debe cuidar su salud. Sin embargo, cada vez que se acerca el momento de su despedida, el nudo del pañuelo se instala en la garganta. Es el momento de recordar las mil historias, sueños y proposiciones que han dejado estos seis días de fiesta y asumir que lo que empieza ahora es sólo una cuenta atrás.
Ayer también se descorcharon botellas de champán, aunque muchas menos que en la bajada, y seguramente se bebieron miles de litros de cerveza, porque aquí todo se celebra, pero el anochecer no pudo evitar dejar un sabor agridulce en todos los vitorianos al ver desaparecer a Celedón en lo alto de la torre de San Miguel. Los incondicionales de La Blanca, aquéllos que no han hecho las maletas antes de tiempo para escaparse a una playa en algún lugar remoto, se dieron cita en la plaza y sus alrededores para asistir a la emotiva despedida.
El silencio se hizo presente. La música, los bailes y las risas de días anteriores parecían haber llegado a su fin, aunque a algunos todavía les quedaban fuerzas para hacer un último esfuerzo. Eso sería ya bien entrada la tarde. La jornada, de hecho, amaneció gris y fresca, con las calles casi vacías de gente por el cansancio acumulado por todos estos días de fiesta y con escaso público en las actividades programadas tanto para mayores como para pequeños.
Las txarangas esperaron al mediodía para empezar a amenizar el centro de la ciudad, ya sin visitantes y con un aspecto más bien de un lunes normal. Los gigantes y cabezudos, las fanfarres y los distintos conciertos musicales dieron paso a los dos actos con mayor afluencia de gente: la exhibición de arrastre de piedra con bueyes y la actuación de los bertsolaris, a cargo de Ander Sorozabal, Unai Iturriaga, Maialen Lujambio, Igor Elortza y Jone Uria.
Sin embargo, los que más empeño pusieron fueron los blusas, que aunque apenas había rastro de ellos a primera hora de la mañana, a medida que se acercaba el momento de comer se les volvió a ver haciendo de las suyas. Los integrantes de las 23 cuadrillas, supervivientes a base de ojeras y voz rota, lo dieron todo en el último paseíllo de las fiestas.
Las manchas rosáceas de vino incrustadas en sus camisas daban cuenta, al igual que sus rostros de cansancio, de lo vivido durante los últimos días. Para algunos ha llovido más que para otros. Y es que, a medida que fue pasando la jornada, crecieron las caras desencajadas, los ojos amodorrados y los cuerpos perdidos en aceras y parques. Pese a ello, todavía algunos consiguieron alcanzar el coso para asistir al espectáculo ofrecido por los rejoneadores Fermín Bohórquez, Pablo Hermoso de Mendoza y Diego Ventura.
Ayer, en Gasteiz, aunque estaban pocos, todos los que estaban pusieron la carne en el asador: las blusas, las neskas, los gasteiztarras vestidos con los trajes tradicionales, los que sólo se atrevieron con el pañuelo, el rojo o el de cuadros..., todos dijeron agur a Celedón. Ahora es momento de hacer balance, de ensalzar la participación de las fiestas, de calcular cuántas botellas menos recogieron el día 4 los servicios de limpieza o de conocer cuánta gente fue intervenida por cortes en el pie. Números que seguramente pasarán desapercibidos por todos aquéllos que ahora sólo piensan en descansar de unas fiestas que han dejado una huella imborrable en la memoria de muchos y para cuya próxima edición ya queda menos.