Las páginas y páginas de Historia escritas por el lehendakari Juan José Ibarretxe (su aparición en escena fue espectacular: el gentío puesto en pie como si saludase el regreso de un general romano perdido en el campo de batalla. Su despedida tuvo el acento sentimental de un diálogo imposible con Begoña Revuelta, su jefa de secretaría y amiga, cuando miró al cielo y exclamó ¡ya sé Begoña! Ya sé que me he pasado con el tiempo…) y el gesto insólito de Manuel Elkin Patarroyo de regalar a la Humanidad la vacuna que previene contra la malaria, mientras veía pasar, bajo su ventana, la tentación vestida con millones de dólares. También la todopoderosa batuta de acebo ayalés de Inma Shara -"hoy, entre vascos y en mi tierra, Inmaculada Saratxaga", dijo en un emotivo discurso...-, una mujer que ha roto la barrera del sonido de sus congéneres en el campo de la dirección de orquesta y los cien años de vida de la Real Sociedad, para quien su presidente, Jokin Aperribay, bien escoltado por Luis Miguel Arconada e Ignacio Eizagirre, pidió un aliento que le empuje de nuevo a Primera mientras del patio de butacas saltaba un grito, ¡Eeereala! que llevó al dirigente albiazul a espantar su miedo de aparecer "en territorio comanche"; la tenacidad y empuje de la empresa Altuna y Uria, Construcciones, con Fernando Lucas, José María, Imanol y María Uria, al frente, e Inaxio Uria en la memoria de los presentes y el colectivo Gure Arran-tzaleak, con Argi Galbarriatu, Iñaki Zabaleta, Eugenio Elduaien, Serge Larzabal, José Luis Telletxea, Juan José Salazar, Mari Luz Arizmendiarrieta, Raquel Bilbao y Josune Renteria pasándose el trofeo de mano en mano, como si estuviesen en pleno faenaje en medio de una tempestad de emociones. He ahí el retablo de los premios de la Fundación Sabino Arana 2010, una escena que ayer barnizó de emoción todos los rincones del teatro Arriaga.
La voz del presidente de la Fundación, Juan Mari Atutxa, escoltado en el escenario por la directora, Irune Zuluaga, tronó al hablar de este "olimpo de seres humanos" y recordar la figura del lehendakari José Antonio Aguirre en el quincuagésimo aniversario de su muerte. Fueron, las suyas, palabras cercanas en una gala donde Udane Goikoetxea y Aitzol Zubizarreta marcaron el compás mientras el grupo musical Oreka TX (parecen descendientes de los legendarios luthiers...), las voces polifónicas de Amaren alabak y la compañía de danza Kukai regalaban al auditorio un espectáculo original y sensible, una joya digna de estuche de terciopelo.
Fueron testigos de todo ello, amén de los premiados, el lehendakari José Antonio Ardanza, el presidente del Euskadi Buru Batzar, Iñigo Urkullu, los diputados generales de Bizkaia, Gipuzkoa y Araba, José Luis Bilbao, Markel Olano y Xabier Agirre, el alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna, el rector de la UPV/EHU, Iñaki Goirizelaia, la presidenta de las Juntas Generales de Bizkaia, Ana Madariaga; Peio Salaburu, Juan Ignacio Vidarte, junto a su padre, Juan Mari; Javier Viar, Xabier de Irala, el cónsul inglés Dereck Doyle, Iñaki Azua, el obispo auxiliar, Mario Iceta, el historiador Jesús Altuna, Begoña Arregi y las hermanas Eneritz y Nekane Ibarretxe, el director artístico del Teatro Arriaga, Emilio Sagi, Daniel Bianco, José Ángel Hernández, Cecilio Gerrikabeitia, Xabier Kintana; el presidente de Eusko Ikaskuntza, José María Muñoa, Miguel Madariaga, acompañado por Igor González de Galdeano, el viejo gudari Javier Moreno, quien saludó, emocionado, al lehendakari Ibarretxe, Iñaki Etxezarreta, en nombre de Ikastolen Konderazioa, Begoña Urtzaga, Arantza Muro y políticos de toda clase y condición, alcaldes de infinidad de latitudes que sabrán comprender su ausencia en este relato. Mencionarlos a todos requeriría un largo aliento y más metros cuadrados de página.
Tras los cristales un aguacero destemplaba una mañana cálida en interior. Vivieron con vehemencia alrededor de la hoguera las andereños que trabajaron en la clandestinidad (María Ángeles Garai, Nekene Auzmendi y Frantziska Arregi, entre otras, al aparato...), la escritora Toti Martínez de Lezea, Jon Ortuzar, Juan Ignacio Vicinay, Pedro Aurtenetxe, Josu Urrutia, Mikel Arieta-Araunabeña y diversos miembros del patronato de Sabino Arana Fundazioa como José Mª Otxoa de Txintxertu, Ana Galarraga, Begoña Aiarza, Peru Ajuria, Gabriel Mariscal, José Luis Aurtenetxe, Begoña Ezpeleta, Ramuntzo Camblong, Antón Taramona entre otros. En esta procesión de nombres propios también entraron, al compás, José Javier Arteche, Julio Roca, Adrián Zelaia, José Ángel Iribar, Xabier Jon Davalillo, Antón Erkoreka, en nombre del Museo Vasco de la Medicina, Itziar Irazabal, Mónica Sánchez, María López, Txema Montero, Mariví Larrauri, Joseba Esnal y así hasta poblar el Teatro Arriaga hasta la última butaca. Hubo, ya está dicho, momentos para la alegría y la emoción, para el recuerdo a los ausentes y la gratitud a los hombres y mujeres de voluntad de hierro, un mineral fecundo en esta tierra. Ahí estuvo presente la todopoderosa energía de la buena gente, esa fuerza que contrarresta, que se opone y que se impone al error esencial de concebir la violencia como una fuerza y no una debilidad.