La política líquida es el signo de los tiempos, se ha inyectado en la dieta de la formación de la opinión pública. Es una política sin memoria ni necesidad de auditar sus propuestas o contrastar sus usos más recientes. En ese marco, al PNV le frustra en esta campaña la dificultad de lograr que la ciudadanía valore el proceso de cuatro décadas de construcción del modelo de bienestar vigente cuando los mensajes que marcan la agenda carecen de perspectiva de la víspera. Su candidato, Imanol Pradales, volvió a intentar ayer ofrecer un diagnóstico razonable de los márgenes de los servicios públicos, de la realidad objetiva de Osakidetza, que solo se obtiene por comparación con otros servicios, pero carece del factor espectacular del discurso de lo absoluto: más y mejor siempre. Se reivindica en las políticas sociales impulsadas en Euskadi que esa izquierda federalista –con Pablo Iglesias a la cabeza– se ha dedicado a copiar en el Estado con éxito relativo y la hoy transmutada a confederal desprecia por insuficiente.

Los jeltzales no ocultan su preocupación porque el trabajo de construcción institucional, competencial y de servicios pueda quedar en manos del modelo ideológico que tanto lo desacreditó, entorpeció y combatió, incluso físicamente.

EH Bildu está en la cresta de la ola y aplica con éxito una estrategia de silencios de la parte menos popular de su programa –la que afecta al bolsillo–, de eslóganes que no provoquen reacciones e irritación. Incluso proyectando la ficción de estar dispuesta a acordar con el partido al que quiere desalojar –agitaba ayer Nerea Kortajarena el ejemplo navarro, donde EH Bildu no ha apoyado nunca al PNV pero se ha beneficiado del respeto de Geroa Bai a la mayoría ciudadana en Iruñea–. Una vez se ha mostrado como alternativa, la coalición está obligada a ganar o a afrontar el riesgo del efecto suflé en cuatro años más de oposición sin el consuelo de ser primera fuerza.

Pero, a estas alturas, todo el mundo va midiendo la dimensión de su músculo. Así el PSE parece estar entendiendo que su disputa es, en primer lugar, con las fuerzas a su izquierda. Andueza ponía ayer en valor a su partido frente a Sumar y Podemos y recordaba cómo estas coaliciones están sirviendo para arrastrar voto hacia Otxandiano. Pero, dolido por la polarización, trata de hacerse hueco también frente al PNV y reclamaba ayer todas las carteras del Gobierno para gestionarlas tan bien, dijo, como las que ha tenido. No citó medioambiente ni vivienda, ejes de muchas críticas y que han sido ámbitos de gestión socialista.

Los aludidos, a su izquierda, se tientan la ropa ante la perspectiva de los sondeos. Podemos entiende ahora que la decepción es abstención y reclama que nadie se quede en casa el 21-A. Mientras, la mucho más institucionalizada Sumar –con vicepresidenta del Gobierno español incluida– se viste de contrapoder apuntándose a la huelga y la pancarta. Volvió a hacerlo ayer Alba García tratando de arramblar de la inflación de convocatorias sindicales de protesta sectorial propias de una campaña electoral.

La perspectiva de que la última semana de campaña active al indeciso va también en detrimento del PP, cuya expectativa de crecimiento va cayendo a medida que se moviliza el electorado. Así que De Andrés ya ofrece apoyar, si se da el caso, al PNV o al PSE, asumiendo que sus votos solo son útiles si apoyan a otros de mayor dimensión. Puestos a encarar esa realidad, mejor decide el voto útil antes el votante que después el presidente de los populares vascos.