SEGÚN el último sondeo de intención de voto EITB Focus, una de cada cinco personas que acudirán a las urnas el próximo 28 de mayo se encuentra ante la foto que ayer captó Oskar González por las calles de Bilbao: a pesar de que el tiempo se le estrecha, tiene en obras la capacidad de decidir y no sabe para dónde tirar.
Son personas que tienen claro que van a acudir al colegio electoral, a lo mejor por las rabas y el txakoli de luego, pero la papeleta, na, ignoran si esta, la otra o la de más allá.
A menudo, y paradójicamente, esa masa de gentes indecisas resultan decisivas en unos comicios. Es el personal de última hora, quienes siempre dejan todo para el final.
Por contra, quienes han leído hasta el último folleto, han seguido cada entrevista e incluso el debate más banal, quienes han pinchado en un gran corcho todas las medidas electorales de los partidos tras recordarlas y las han puntuado en plan comparativa, nada. No valen. Esa gente curranta y que se toma los asuntos importantes con seriedad, esa, justo esa, es la que no decide.
Así que partidos, coaliciones, candidatas y candidatos, se pelean estos días del fin de la campaña por el voto sinsorgo. El del personal que desconoce en qué día vive y si las del 28-M son elecciones municipales, europeas o generales.
Se rifan el apoyo de quienes juran desde hace 30 años que las próximas elecciones votan por correo, que es más cómodo, pero nunca se acuerdan de completar los trámites precisos en el plazo establecido. Y también el de quienes se han prometido no volver a votar la misma opción que la anterior convocatoria, si consiguieran recordar a quien votaron.
Ante tal tesitura, los distintos cuarteles generales de campaña de los partidos que están en la pomada se debaten siempre entre dos alternativas. Una, afirmar que el rival secular cuenta con una ligera ventaja y que su victoria supondría el inexorable hundimiento de cielos y tierra; esto siempre moviliza a simpatizantes en fase amuermamiento.
Dos, repetir hasta la saciedad, con el riesgo de desmovilizar a los propios, que está todo hecho y que la victoria es segura. ¿Por qué? Pues porque entre la población indecisa se suele generar cuando cada campaña agoniza algo que se denomina en sociología efecto vagón de cola. Bandwagon en ese idioma tan resumido que es el inglés. Al personal le gusta sentirse parte de la mayoría. Tranquiliza. Apetece ganar.
El empuje del vagón de cola no solo se produce ante una decisión política, también frente a decisiones de compra. Por eso existen campañas publicitarias que afirman que todo el mundo quiere tal producto, cuando, por lógica, es imposible ya que acaba de salir al mercado y aún no lo conoce el público.
Lo cierto es que genera inquietud pensar que, en política, sea el último vagón el que pueda decidir la dirección que tomará el tren. Como si, en el Tour, el conductor del coche-escoba cruzara la meta en primer lugar y levantando los brazos.
Existe una fuerza política a la que los sondeos afectan poquito: Ciudadanos. En realidad no se trata ya de una fuerza. Es mas bién un ectoplasma. Una psicofonía electoral. Se oyen voces en sus sedes, pero hace meses que no se ve a nadie, quizá alguna luz prendida a altas horas de la noche. Y lamentos espeluznantes.
Los sondeos no afectan a Ciudadanos porque se quedan en la superficie. Innecesario sondear. No hay dónde. En colegios electorales con una veintena de cargos del partido censados, su candidatura corre el riesgo de recibir un voto. O ninguno. Se trata del caso harakiri electoral más radical de los ultimos años.
En estas municipales les atropellará el bandwagon.