En sentido estricto, la campaña para las elecciones municipales y forales del 28 de mayo no comenzaba hasta la medianoche. Pero los partidos, como manda la tradición, ya habían celebrado sus mítines unas horas antes este jueves, aunque no pudieron pedir expresamente el voto para sus siglas. A estas alturas, esa limitación no importa a nadie, y menos aún cuando en estos comicios la clave parece radicar en el hecho de votar en sí mismo, en el nivel de participación, que puede decantar los resultados. El PNV trata de alentar una participación superior al 60% porque cree que, cuantas más personas vayan a votar, mayor margen de crecimiento tendrá por ser un partido de centro. Este jueves ha arrancado la campaña con actos simultáneos en Bilbao, Donostia y Gasteiz, donde Andoni Ortuzar y el lehendakari Urkullu han vuelto a poner el foco en que no es lo mismo votar que no votar, ni votar a un modelo que a otro, y trataron de ahuyentar cualquier confusión sobre la finalidad de estas elecciones, porque se decide la representación de las Juntas Generales y los ayuntamientos, y no quién gobierna en el Estado. 

Ortuzar defendió que no votar beneficia a los extremos y alumbra instituciones más débiles (con mayorías menos claras), y se comprometió a escuchar el mensaje de las urnas. Urkullu puso en guardia a la ciudadanía diciendo que no hay que dar por hecho el bienestar. Defendió el modelo vasco y el autogobierno. En el ambiente sobrevuela la Ley de Vivienda estatal que el PNV considera una invasión competencial, y que ha añadido un elemento de polarización del voto con EH Bildu.

Frente a esta estrategia de activación, que comparten también los socialistas porque su votante tarda en meterse en harina, el jeltzale Joseba Egibar opinó hace unos días que EH Bildu busca una campaña de perfil bajo, a hurtadillas. Un escenario de abstención podría ser favorable para EH Bildu (salvo que se abstengan los colectivos críticos de la izquierda abertzale) porque su electorado es fiel, y su capacidad para atraer apoyos de otros caladeros a medida que sube la participación es más limitada. Pero la campaña se ha caldeado más de lo previsto y el inicio se ha torcido para la izquierda abertzale, que trata de esquivar los debates sobre la autocrítica y ha vuelto a referirse desde Iruñea a esas discusiones como un “barro” en el que no va a entrar. 

El "barro"

Pero el barro no lo ha arrojado en esta ocasión la derecha española, con un uso electoralista de la violencia de ETA, sino que se ha producido una concatenación de hechos que ha vuelto a poner a la izquierda abertzale ante el espejo: el quinto aniversario de la disolución de ETA con la autocrítica aún pendiente, la polémica por las webs de memoria que mezclan a víctimas y victimarios sin concretar su historial delictivo y, finalmente, la inclusión de algunas personas condenadas por asesinatos en las listas electorales de EH Bildu. Este escenario puede romper esa campaña de perfil plano y movilizar el voto anti izquierda abertzale, que ya de por sí podía existir en Gipuzkoa, por el recuerdo que dejó su mandato con la recogida puerta a puerta de residuos. Además, le complica alcanzar pactos postelectorales con los socialistas, porque la polémica de las planchas ha tenido repercusión en Madrid. Incluso Podemos Euskadi se preguntó qué pasaría si el PP fichara a torturadores.

El 28-M serán las elecciones navarras, pero también las municipales en el Estado y varias autonomías, lo que añade un factor de distorsión que no beneficia a los partidos exclusivamente vascos. El PSE fía buena parte de su suerte a los conejos en la chistera de Sánchez, y ha abierto campaña con el primer paracaidista, el expresidente Zapatero, por su papel en el fin de ETA. El PP, testimonial, recupera este viernes al moderado Alfonso Alonso.