Oriol Junqueras fue personaje clave en aquella para algunos epopeya y, para otros -el centralismo español-, infamia. Pagó caro su liderazgo incuestionable en el procés y, desde la reclusión en la cárcel, siguió siendo guía y referencia para el partido político que presidió y que, tras resultar vencedor en las elecciones, ostenta hoy el Govern de la Generalitat. Lejos quedan ya aquellos días heroicos del votarem!, de las urnas ocultas y emergentes, de la feroz represión contra los millones de votantes pacíficos, del entonar multitudinario y estremecido de Els Segadors, en fin, de aquella DUI -Declaración Unilateral de Independencia- aclamada contra viento y marea. Fueron días, también, de la autonomía secuestrada por el 155, de la cárcel y el exilio. Y se abrió el capítulo de pensar.

La carta de Oriol Junqueras, como si fuera una epístola apostólica, ha abierto una nueva perspectiva, una inédita reflexión estratégica que, de no tratarse de un recurso táctico impropio del personaje, supone una catarsis a la que correspondería el reconocimiento de un inmenso error de método abocado indefectiblemente al fracaso.

Resulta casi insólito que un político rectifique, reconozca que lo suyo fue un error y anuncie que no volverá a repetirlo. Oriol Junqueras se ha retractado urbi et orbi para los suyos y para los adversarios, ha rectificado una decisión de altísima tensión y de trascendencia histórica. Ignoro cuál será su sentimiento personal al evaluar las consecuencias del error reconocido, al calcular el efecto que su rectificación vaya a producir en sus incondicionales, que hasta ahora eran muchos. Si el personaje resulta ser como parece, si es cierta su honestidad política y personal, debería suponérsele una auténtica conmoción interior, un poderoso impulso de arrepentimiento por los desastrosos resultados de aquella DUI que como dirigente político defendió, impulsó y proclamó.

Es duro sentir cómo se desvanece una utopía, constatar cómo se pudieron hacer las cosas tan mal, reconocerse a uno mismo equivocado, exponerse a ser acusado de traidor y, a estas alturas, animar a explorar nuevos caminos alejados del error. Es de admirar el gesto de Oriol Junqueras, un gesto que sin duda va a provocarle una turbulenta conmoción personal, va a desconcertar a sus compañeros de viaje y, lejos de aplacar la ferocidad de sus enemigos, van a redoblar su rencor y van a cebarse con él.