A punto de incorporarse a la UPV/EHU como profesora en el Departamento de Sociología y Trabajo Social, Beatriz Acha se ha adentrado en este ensayo en una materia que le ha interesado desde que estudiaba Sociología y Ciencias Políticas en la Universidad de Deusto. Máster en Ciencias Sociales en el Instituto Juan March, centró su tesis doctoral en esta cuestión, y se convirtió en doctora en Ciencia Política por la Universidad Autónoma de Madrid. Cree que como “objeto de estudio” este fenómeno “a veces se pretende explicar con claves muy simplistas cuando es todo menos sencillo, obedece a muchas causas, y ya tiene una historia a sus espaldas”, por lo que “ha entroncado con esfuerzos explicativos propios de otras épocas y está dentro de una transición hacia nuevos modelos”. Entre las distintas denominaciones potenciales, Acha prefiere el término ultraderecha, porque entiende que “engloba tanto a posibles candidatos de extrema derecha como de derecha radical”, dejando claro que estas formaciones ultras “no son partidos de derechas al uso, ni conservadores sin más”, ni “populistas”, concepto este último que cree que “confunde”.

Analizar el auge de la ultraderecha se llama su libro. ¿Queda pendiente una reflexión más profunda?

—No sé si tanto como pendiente, pero era una de las lagunas que creo que existía en España. Hay una literatura académica de proporciones descomunales en otros países sobre este mismo fenómeno, pero en España, debido a la tardía irrupción de un partido de estas características, los análisis estaban esperando. A raíz de la irrupción de Vox se ha producido casi una sobre reacción, una cobertura mediática y académica quizá en algunos casos un pelín acelerada, movida por la necesidad de dar respuesta a algo que hasta ahora no nos había planteado prácticamente ninguna incógnita. En apenas unos meses pasamos de explicar el por qué del fracaso histórico de la ultraderecha en España a súbitamente pretender explicar todo lo contrario, el éxito impresionante. De ahí mi interés en ver si lo que se conoce sobre otros países nos ayudaba a entender lo de aquí.

Pensar por ejemplo en los factores de la irrupción de Vox lleva también a cuestiones de carácter emocional.

—Hay gente que se ha centrado en explicar las grandes tendencias de cambio estructural, que sin embargo, por muy valiosas que son, fallan en explicarnos qué hace que en un momento determinado una persona que reúne una serie de características, seguramente identificables en términos sociodemográficos, decide votar a un partido de ultraderecha.

“Hay más gente que piensa como la ultraderecha que la que de facto vota por ella”, escribe. Individuos que no se consideran a sí mismos ultras.

—Esto ha sido un clásico, gente que niega ser racista, cuando alimenta claros prejuicios racistas. Decir de uno mismo que es de extrema derecha o de ultraderecha es muy poco habitual. Sabemos por ejemplo que entre las mujeres en muchos países pueden alimentar prejuicios antiinmigración poderosos, y sin embargo tienen más reticencias a la hora de emitir un voto a favor de la ultraderecha. Puede haber mucha gente que no considerándose de ultraderecha comulga con algunos de los principios que la ultraderecha proclama, y no con otros. No se trata de decir que hay un porcentaje de ultraderechistas muy superior, ni ver a sus votantes como exclusivamente emocionales.

¿Cuál es la posición más inteligente para censurar a la ultraderecha evitando cohesionar a sus votantes?

—No es una pregunta con respuesta fácil. Es una cuestión de clara actualidad, pero no estoy segura de que el planteamiento sea qué es lo más inteligente. Desde un perspectiva electoralista pudiera ser poco inteligente para los partidos involucrados tratar de aislar o marginar a estos grupos de ultraderecha a través del famoso cordón sanitario. Sabemos que sometidos a dicho cordón explotan la condición de víctima que eso les regala, lo que en el corto plazo puede traerles frutos. Conocemos también por otros casos, como por ejemplo el belga, que cuando uno está condenado a no impactar de ninguna manera en política, a no tocar poder, eso genera una sensación de desazón y hasta de hartazgo en el propio electorado, y puede llevar a que parte al menos vote por otro partido que tenga más posibilidades de hacer algo. Tenemos las dos posibilidades y decidir cuál es la más inteligente antes de aplicarla es muy difícil. Pero además habría otras consideraciones en términos de qué es lo mejor para el conjunto de la sociedad. Quizá optar por poner algún coto a la expresión de determinadas ideologías cuando estas atentan contra principios democráticos puede ser un ejemplo, como ha resultado en Alemania. Uno de los países que más tarde ha tenido un partido de ultraderecha en el Parlamento, desde 2017. Quizás durante décadas ha tenido éxito esa política que ha implicado a los partidos, las instituciones, y los medios de comunicación, que ha pasado por decir ‘esto no es aceptable, no lo vamos a tolerar’. Un mensaje claro al electorado, más allá del cálculo de qué es lo más inteligente que podemos hacer, planteando la pregunta en otro plano más normativo, sobre qué debemos hacer ante esto.

Entre el conjunto de temas que describen a la ultraderecha, uno de ellos es el ultranacionalismo.

—El nacionalismo que la extrema derecha representa es de corte profundamente antidemocrático. Por excluyente, porque se alimenta del miedo y del rechazo al extranjero. En el caso español es bastante innegable que ha existido una corriente de nacionalismo español y ha tenido distintas plasmaciones, pero no habíamos tenido a una fuerza política que hiciese de esto abiertamente su bandera, no al menos desde que se consolidó la democracia. Las encuestas nos hablaban de que había un porcentaje de votantes del PP y de sus precursores que sí se sentían fuertemente nacionalistas, y hemos visto subir y bajar los porcentajes de personas que se declaran exclusivamente españoles y que alimentan algún tipo de resquemor contra los nacionalismos periféricos en las últimas décadas. Esto ha sido una constante.

¿La ultraderecha, y en concreto Vox, ha aprendido a manejarse en estrategia política electoral? ¿A venderse y a colocar temas en la agenda?

—Absolutamente. A colocar su producto, y a llegar al público más receptivo, a través de los medios que más les atraen, que ya no son los convencionales, sino las redes sociales, y obtener mucha cobertura seguramente con menos esfuerzo y recursos. Los partidos ultraderechistas en los años ochenta en el conjunto de Europa presentaban un perfil de militantes y de cuadros internos que eran ajenos a esto que comentamos. Una obra muy interesante de David Art analiza que si un partido se conforma por viejos y nostálgicos de regímenes antidemocráticos y totalitarios, que no saben nada de marketing, ni cómo liderar una organización, ni pueden ofrecer ningún tipo de estímulos a quienes estén pensando en ingresar en sus filas, eso tiene muy pocos visos de tener éxito. Ahora asistimos a la eclosión de movimientos constituidos en organizaciones muy modernas, que contratan con éxito agencias para sus campañas exactamente igual a partidos mucho más establecidos.

¿Qué parte del éxito electoral de Vox calcula que viene de la televisión, la radio o la prensa en papel y digital?

—No sabría especificar tanto. El electorado de Vox no es voraz consumidor de medios de comunicación tradicionales, y sí más de otros medios más novedosos. Hay signos que apuntan a que el conjunto de la cobertura que ha recibido de entrada ha sido muy superior a la dimensión que venía adquiriendo el fenómeno en sus inicios, y esto solo con Vox, sigue pasando también en otros países europeos. Y luego incluso cuando encontramos reportajes y titulares críticos, ni siquiera está claro que en ese caso esto ayude a frenar ese crecimiento. Porque la propia cobertura se convierte para ellos en notoriedad, que es muy valiosa, lo ha sido en sus inicios, y fue crucial a cuenta de las elecciones andaluzas de 2018, que marcan un antes y un después. Yo no sé lo que hubiera sido de Vox si los medios no se hubieran lanzado sobre ellos en ese momento. Pero desde luego en diciembre de 2018 se produjo un auténtico terremoto. Y en muchos medios se hablaba de que Vox había llegado para quedarse. Esto se repetía constantemente y me parece llamativo, por muy deslumbrante que fuese esta irrupción.

Plantea si partidos como Vox surgen tras una moderación o radicalización de la derecha. Asunto nuclear en el PP.

—Sí, y entiendo que lo seguirá siendo, porque lo que muchas veces caracteriza las estrategias de los partidos es la inconsistencia. Y esto se aplica, yo creo que de manera especial, al PP de Casado. Ha ocurrido por supuesto en otras muchas ocasiones, con partidos que anuncian una política con respecto a un nuevo competidor. Las dos tesis de la pregunta hasta cierto punto son compatibles para los partidos conservadores, vista la evolución desde los años setenta. La cuestión es que una vez en escena este nuevo competidor en el flanco de la extrema derecha, es cuando cobra máxima importancia las actitudes y estrategias de los partidos establecidos. En el caso español, el momento crucial fue el de las elecciones andaluzas, y ahí se dirime por parte del Partido Popular que Vox no era un enemigo ni un rival, sino alguien que el PP se podía ganar para recuperar ese terreno perdido. Y eso creo que ha tenido consecuencias y las sigue teniendo.

Otra cuestión que analiza es el techo de estas formaciones ultras. Si quieren crecer deben buscar nichos menos extremos, pero también pueden alcanzar un porcentaje de voto menor, aunque con mayor influencia. Algo así le podría pasar a Vox en Madrid.

—Madrid es un caso especial, por el perfil que Díaz Ayuso representa, pues confluye con algunas de las ideas vertidas por Trump, y que ha hecho gala de este estilo de hacer política tan crispado y polémico en el cual Vox se siente muy a gusto. No sé muy bien qué va a pasar, pero el escenario puede servir para analizar esta estrategia de Casado bastante inconsistente. Parecía que había apostado por la moderación en la moción de censura de Vox, y sin embargo no sabemos muy bien qué ha quedado de esto en la campaña que lidera esta mujer. Con lo cual pudiera haber un escenario como el que menciona.

Dedica un epílogo al asalto al Capitolio en vísperas del nombramiento de Joe Biden. Donald Trump aún es un fenómeno durmiente.

—Sí, y creo que el poder último sobre el alcance que resta a este hombre está donde estaba, dentro del Partido Republicano, un actor que miramos con muchísima menos frecuencia porque Trump daba en sí mismo para tantísimos análisis, que hemos adolecido de mirar en la dirección correcta. Había muchos indicios que en su ideario el respeto por los valores constitucionales fallaba en buena medida. No sé si el Partido Republicano va a caer en la misma tentación de volverle a proclamarle candidato por mantener ese electorado tan voluminoso favorable a Trump, que todavía defiende sus tesis sobre un fraude electoral. A mí se me hace difícil visualizar ese escenario, pero tampoco veo de momento en este partido un movimiento claro de rechazo y separación con respecto a su anterior candidato.

¿Cómo debe encarar la izquierda el actual panorama, siendo leal a sus posiciones, para que en el Estado no se alimente más el espacio que ahora mismo representa Vox?

—Creo que la izquierda debería hacer lo mismo que la derecha, no dejarse llevar por cálculos electoralistas. A nadie se le escapa que la izquierda es la gran beneficiaria de la división en la derecha. Esto no es óbice para que todos a una, en una posición casi de Estado, defendiendo sus propias ideas, no incidan demasiado en el peligro que implicaría que la gente no les apoye, porque puede ser que las políticas que apliquen no lleguen a quienes deben llegar, que son esas personas más susceptibles de acabar votando a la ultraderecha, y puede ser que perdiéndonos en este debate, se nos vaya de los ojos la gestión de las políticas públicas. Hay un voto proletario que ha nutrido los éxitos de muchos partidos de ultraderecha en Europa y que sin embargo no parece todavía estar girando hacia Vox. No hay un peligro inminente para la izquierda, pero ya se han producido corrimientos de tierra importantes en ese electorado desde hace décadas. Habría que pensar en estrategias conjuntas y aplicarse a hacer pedagogía y a desmontar esos grandes mitos, pero sin obsesionarse tampoco con el crecimiento de la ultraderecha, renunciando a hacer de ello una bandera electoralista, y prestando atención a quienes se sienten claramente desoídos. Esto pasa también por dignificar la política, y terminar también con este circo que nos están regalando continuamente unos y otros.

Colección. El ensayo de esta socióloga y politóloga es la novedad de la serie ‘Más Democracia’ coordinada por Cristina Monge y el navarro Jorge Urdánoz, publicada por la editorial Gedisa, dentro de la colección 360º Claves Contemporáneas.

La autora. Acha fue profesora de Sociología de la UPNA desde 1999 hasta 2019. Ha sido docente durante año y medio en la UNED en Nafarroa, y ahora está a punto de incorporarse a la UPV/EHU.

“La ultraderecha ha aprendido a colocar su producto y a llegar al público más receptivo”

“La izquierda debe prestar atención a quienes se sienten desoídos; esto pasa también por dignificar la política”