agradecimiento al bilbaino José María de Antzola y Eguidazu por “labores de espionaje realizadas con éxito”

“Sí, mi padre fue espía del Gobierno vasco para Estados Unidos. Su vida en Iparralde, su primer exilio, da para un libro”, atiesta Iker Anzola tras su mascarilla a quien fue su vecino en Caracas, el ex senador Iñaki Anasagasti. La confidencia de estos dos grandes amigos acontece en el Museo de Arte e Historia de Durango, pinacoteca que alberga desde ayer una recomendable exposición temática sobre el gudari que fotografió los primeros bombardeos planificados del mundo contra Durango o Gernika para el servicio de propaganda del Gobierno Provisional de Euzkadi en abril de 1937. El fotógrafo a quien el autor de la muestra, Mauro Saravia, distingue como “el Robert Capa de Euskadi” se le atribuye haber destapado el sistema de comunicaciones que tenía el autoproclamado Tercer Reich de Hitler entre Baiona y Hendaia.

“Lo que no sabemos es si formó parte de la Red Comete porque mi padre, como por ejemplo su familiar por parte política, el famoso cartelista Luciano Quintana Nik, eran una tumba. Gracias a mi madre fui enterándome de todo lo que aita hizo, que fue mucho”, amplía Iker quien acude emocionado a la inauguración desde Donostia, donde reside. También enternecen en el Palacio de Etxezarreta la hermana de este, Miren Zuriñe; su esposa Mari y los nietos Zuriñe y Javier, así como otros familiares del gudari que se afincó en Ustaritz en su primer exilio.

La Segunda Guerra Mundial les fue poniendo entre las cuerdas. El soldado de Aguirre, mientras trabaja para el servicio de inteligencia de Estados Unidos, contrajo matrimonio con María Inés Gainzarain, hija del director de la Caja de Ahorros Vizcaina de la época. Dieron a la Euzkadi por la que se dejaban la vida dos hijos: Iker Mikel en Baiona y Miren Zuriñe en Biarritz.

En aquellos días, el diplomático David K. E. Bruce (1898-1977) desempeñó el cargo de embajador en Francia, la República Federal de Alemania y el Reino Unido, el único estadounidense en ocupar los tres. Así, durante la iniciada Segunda Guerra Mundial, el norteamericano dirigió la rama europea de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), precursora de laCIA, con sede en Londres y que coordinaba actividades de espionaje a las líneas enemigas para las ramas de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos. Y la Delegación del Gobierno de Aguirre confió y encomendó a Anzola -“nuestro padre era un hombre extremadamente tranquilo”- para apoyar el servicio de “propaganda, subversión y planificación de posguerra”.

Siete años antes del agradecimiento del bando que acabó con el nazismo a Anzola, el nacido en el portal número 5 de Artekalea de Bilbao el 26 de julio de 1909 pisaba las laceradas calles de Durango. Acudía presto a documentar las devastadoras consecuencias del bombardeo que el bando golpista que lideraba el general Mola planteó a la dirección nazi. De este modo, la Legión Cóndor la coordinó y ordenó ejecutarla a la aviación legionaria italiana. Recordemos que un año antes, el líder del movimiento fascista de Mussolini ya hizo sus primeras pruebas sobre población civil de Abisinia, Etiopía.

El próximo martes se cumplirán 84 años del ataque aéreo genocida que acabó con al menos el 5% de la población de Durango con una demografía entonces de 8.000 habitantes. El bombardeo fascista a cielo abierto contra la villa vizcaina tenía como objetivo matar y destruir, incluso sabiendo que morirían personas de su propio bando antidemócrata. De este modo, tres potencias europeas pusieron su punto de mira en Durango en dos ocasiones el 31 de marzo de 1937 y días posteriores de abril.

Ante la alcaldesa de Durango, la soberanista Ima Garrastatxu, el hijo de Anzola, vistió con cariñosas palabras el perfil de su padre. “Ante todo y primero fue un patriota, un abertzale incondicional toda su vida. Soñando desde el exilio en volver a Euzkadi y pendiente del acontecer vasco hasta el punto que en uno de sus viajes se llevó con él tierra de la sierra de Aralar, del modo que cuando fuera enterrado parte de su tierra se fuera también con él. Y así se hizo. Aita era un caballero tanto en las formas como su comportamiento”, asentía a la regidora que minutos antes había compartido con él que un ascendiente suyo fue miliciano del batallón comunista Perezagua. “Yo -aportaba la alcaldesa de EH Bildu- cuando llegué a vivir a Durango no sabía mucho del bombardeo del pueblo, pero tras conocerlo siempre he tomado parte, todos los años, en el acto conmemorativo que se hace el 31 de marzo por la tarde con el grupo de danzas Kriskitin. Es algo que me conmueve mucho”.

Como ella, otros presentes, los hermanos Iñaki y Koldo Anasagasti señalaban en una vitrina de la exposición de una foto de su padre, José Luis, comisario político por parte del PNV del batallón Larrazabal y colaborador del consejero de gobernación Telesforo Monzón. “Las dos familias fuimos vecinas en Caracas”, evocaban.

Precisamente el exsenador ha aportado a esta muestra seis fotografías que Anzola reveló él mismo en la capital venezolana con el objeto de denunciar una vez más la sinrazón fascista del bombardeo de Durango en la publicación Euzko Deya. Estiman que es de los años 60 del siglo pasado. Junto a ellas, la reina de la corona de la muestra es una de las cámaras que el gran fotógrafo -adelantado a su tiempo- utilizó para demostrar al mundo la barbarie de las tres potencias atacantes, una Welta Perfekta con óptica de Leica. Se puede visitar de martes a domingo con entrada libre.

La responsable del museo, Garazi Arrizabalaga, puso redondo final al primer y emotivo tributo institucional con repercusión en medios que la figura de Anzola y su familia ha vivido. “Este es un homenaje a vuestro aita, Jose Mari, que se queda ya como parte de la familia de Durango y de la historia de Durango”, le agradece a aquel gudari hijo de Casilda Eguidazu López de Araya de Larrabetzu e Inocencio AnzolaLarrabe, de Algorta.

El patriota vasco falleció a los 88 años de edad en Venezuela. “Mi padre -atestigua su hija Zuriñe- murió allá en Caracas, pero sin probar en su vida la comida venezolana, solo quería comida al estilo vasco. ¡Él era así!”, se emociona.

“Ante todo y primero fue un patriota, un abertzale incondicional toda su vida”, resume Iker Anzola sobre la figura de su progenitor