La semana pasada, tercer aniversario del 1-O, se conocía la inhabilitación de Quim Torra. Explica la situación el periodista Xevi Xirgo, autor de dos libros a partir de conversaciones con Carles Puigdemont, editados en castellano por Plaza Janés. El primer tomo, titulado Me explico, narra desde su llegada a la presidencia hasta su marcha a Bélgica (2016-2017). El segundo, La lucha en el exilio, cuenta los acontecimientos vividos desde 2018 hasta comienzos de 2020.

¿Cómo ha visto la inhabilitación de Quim Torra, y cuál es el contexto en Catalunya mirando ya a unas nuevas elecciones?

—Es la primera inhabilitación de un president en activo, pero en Catalunya llevamos tres presidents consecutivos con represalias, porque está Artur Mas con el 9-N, condenado por el Tribunal de Cuentas y luego también inhabilitado por el Supremo; está el president Puigdemont, que con el 155 quedó destituido; y este es el tercero. De los últimos 12 presidentes, 10 han recibido represalias. Esto es síntoma de que alguna cosa no funciona entre Catalunya y España, y el de Torra es un episodio más que no ayuda a un entendimiento.

Se percibe una división intensa dentro del independentismo e incluso dentro del antiguo espacio de CiU. A menudo las actuaciones del Estado han hecho de pegamento. ¿Puede ocurrir eso ahora o ya no?

—No es un tema para hacer broma, pero aquí siempre se concluye que el Estado nunca falla. Que cuando el independentismo está desunido, vacilante o no sabe mucho por dónde ir, el Estado o la jefatura judicial o la política toman una decisión y hacen de pegamento. Quiero recordar que el procés se ha dado por muerto o acabado desde que conozco esa denominación, y esto no se acaba. Los partidos catalanes independentistas están divididos en el cómo, pero no en el objetivo. Yo tampoco veo que entre el PSC, Ciudadanos o Podemos en Catalunya haya una comunión, y nadie habla de la desunión y las discrepancias en el unionismo. Y en cambio, del independentismo, sí, cuya división es también fruto en bastante medida de la represión. Uno ahora tiene la radiografía de los costes que tiene este proceso, y en Catalunya no se tenía antes del 1 de octubre.

Los dos tomos que ha escrito ayudan a ese análisis. ¿Qué se encuentran los lectores en cada libro?

—La idea era contar en directo, un método que creo que con pocos presidentes en el mundo se ha hecho. Nos veíamos cada semana y él iba contando qué le pasaba por la cabeza. Tienes un relato cronológico de qué estuvo pasando, pero tienes su visión.

Al inicio del primer libro se recuerda la llegada de Puigdemont a la presidencia. Tuvo que decidirlo en cuestión de minutos.

—Sí, en 10 minutos desde que se ve con Artur Mas. Hay quien dice que Mas tardó 10 años en ser president, y Puigdemont, 10 minutos. Tuvo que decidir en un lapso de tiempo brevísimo. Lo hizo consciente de lo que le venía encima, porque hace algunas reflexiones en el sentido de que había sido independentista toda su vida, era presidente de la Asociación de Municipios Independentistas, y en ese proceso de querer conseguir la independencia, decir no al ofrecimiento de poder capitanearlo le llevaba a dimitir e irse a casa, por ser una contradicción con lo que había estado haciendo. Sabe los costes que tiene personales y familiares y cómo le va a cambiar la vida, aunque no creo que tanto como lo ha hecho.

Relata con mucho brío periodístico conversaciones con distintos políticos y, al mismo tiempo, la soledad del poder.

—En el segundo volumen, le pregunto sobre su solitud como político y él dice que es normal que los líderes tengan que tomar algunas decisiones solos y no compartan. Su entorno decía que compartía poco, y una de las críticas que se le hacían era su solitud consciente y querida. En octubre de 2017 él redacta un dietario, durante cuatro o cinco días, donde escribe: “Me siento el pararrayos de Catalunya”, porque le caía todo, la presión del Estado, de los negociadores, de empresarios, de Urkullu, de su propio gobierno. Es evidente que hay momentos que humanamente son difíciles de soportar.

A él le crea desasosiego la falta de tiempo para pensar. Entre su solitud y esa imposibilidad de meditar suficientemente vemos un poder precario en su toma de decisiones.

—Esto hay que entenderlo en un devenir de acontecimientos nunca visto. Una situación en la que no hay manual de instrucciones. Aquel 26 de octubre, el día en el que convoca una rueda de prensa para decir que va a ir a elecciones, pasan tantas cosas esa mañana, que es muy complicado mantener la cabeza fría, porque tienes a tus socios de gobierno que amenazan con irse a la oposición, gente en tu partido que te aprieta para que haya comicios, gente que te aprieta para lo contrario... es normal que todo el Govern tuviera muchas dudas. Hay otro momento donde intenté sacar mucho la parte humana, cuando la gente estaba sola en Bélgica sin saber qué iba a pasar. Hay un momento en que el cerebro de todos se quedó en blanco. No es que no supiesen qué hacer, es que los acontecimientos eran de tal magnitud, no saben si se están jugando 10 años o 15 de prisión, si quedarse en el exilio o en Catalunya… Yo los acabo entendiendo a todos.

Se vislumbra la falta de empaste con Oriol Junqueras. Esa carencia de confianza entre ellos debilitó la apuesta.

—No estoy de acuerdo, hay retratos de momentos determinados en que sí hay discrepancias con el socio de Govern, que es con quien más habitualmente está hablando y convive políticamente. Es cierto que hay muchos días en que salen discrepancias, pero hicieron un 1 de octubre, y en estos momentos continúan hablando, y supongo que van a llegar a algún tipo de acuerdo. Pero esto no se rompió nunca, a pesar de que hubo momentos duros.

Otra crítica que surge leyendo el libro es que no hubiese un plan B, y no se midiesen las consecuencias de la reacción del Estado.

—En eso están en esos momentos. Las discrepancias actuales serán porque la radiografía no la tenían bien hecha, y en todo caso la están preparando para el próximo envite. Unos y otros han dicho que no estaban preparados. No es que no hubiera un plan B, sino que había un convencimiento total de que, si se hacía el 1 de octubre, se forzaría al Estado, al Gobierno español, a sentarse a negociar, y les generó perplejidad la reacción de todos los aparatos del Estado y su contundencia.

¿No faltó más conexión con Euskadi previa al intento de mediación del lehendakari Urkullu, para preservar la cohesión interna o ver qué grietas podían surgir?

—No es que Puigdemont no se fíe de los vascos, sino que dice que son realidades distintas. En un momento de la negociación con el lehendakari, Puigdemont hace una reflexión diciendo que el PNV está de parte de, que el PNV siempre trabaja para el PNV, y que el principal interés que tuvo el PNV es que no hubiera contaminación del procés en el País Vasco porque les generaba un problema. Lo dice como haciendo una radiografía de dos realidades distintas. Creo que no hubo voluntad desde Catalunya de hacer un procés de la mano del País Vasco porque son dos realidades muy similares pero muy diferentes a la vez.

Urkullu le emplazaba a preservar las instituciones y el propio Puigdemont estuvo a punto de convocar unos comicios. ¿Qué le llevó a cambiar de opinión aquel 26-O? ¿El 155?

—Él siempre estuvo dispuesto a parar. La noche antes hizo una reunión con Esquerra, la ANC, Òmnium..., y cuando están todos reunidos el president comunica que al día siguiente iba a convocar elecciones. Él estaba negociando, a través de Urkullu y de otros interlocutores, que el Estado diese garantías de que, si él convocaba elecciones, no iba a haber 155, y que el dispositivo de las fuerzas de seguridad del Estado trasladado antes del 1-O se retiraría de Catalunya. Se añadió también que Esquerra Republicana le presionó, que había gente en la calle acusándolo de traidor, pero el factor mayor venía de la negociación con el Estado. Y sin un papel por escrito o una llamada telefónica, no se fía. Hay un momento en que Artur Mas le dice que le ha llamado un ministro que afirma que podría hablar con Rajoy para pactar. Puigdemont dice que sí, que ningún problema, y al cabo de 10 minutos, el ministro que había hablado con Mas le llama y le cuenta que Rajoy le dice que no, que ya no es momento de hablar. No hubo ni un intento final de llegar a un acuerdo.

“No es que Puigdemont no se fíe de los vascos, sino que dice que son realidades distintas”

“Había un convencimiento total de que el 1-O forzaría al Gobierno español a sentarse a negociar”

“Con la inhabilitación de Quim Torra llevamos tres presidents consecutivos con represalias”

“La radiografía no la tenían bien hecha en 2017, pero la están preparando para el próximo envite”