UNIO de 2018, viernes 1. 11.32 horas. Pedro Sánchez saca adelante la primera moción de censura de la democracia apoyado en Unidas Podemos y las fuerzas soberanistas para capitular al Gobierno del único partido de Europa condenado por corrupción que lideraba Mariano Rajoy, arrastrado por el caso Gürtel. Efeméride de la que mañana se cumplen dos años en los que el líder socialista se ha deslizado por un tobogán de acontecimientos, decisiones, contradicciones, victorias electorales pintando el mapa de rojo, una coalición de la que él mismo renegó, la gestión de una pandemia devastadora y una geometría variable que le ha llevado a mirar a uno y otro lado de la Cámara baja, con poco disimulo, y que tiene en vilo el devenir de la legislatura donde aún se trabaja con los Presupuestos desfasados de Cristóbal Montoro. En verdad, los mil días que separan su segunda victoria en las primarias del PSOE, el 21 de mayo de 2017, de la inesperada crisis del coronavirus son un recorrido por una montaña rusa plagada de incendios. En continuo estado de alarma.

En Ferraz fue como encenderse la luz. Por entonces Ciudadanos mandaba en las encuestas y Albert Rivera, a quien Sánchez ya había hecho ojitos, opositaba a Moncloa, mientras los socialistas aún trataban de recomponerse de una fractura interna que casi les volatiliza. Con sus escasos 84 diputados aprobaron medidas como la subida del salario mínimo a 900 euros, aunque fuera una exigencia original de Pablo Iglesias, buscando enterrar la era de los recortes mientras mejoraban los indicadores económicos. La operación remontada arrancó con gestos pronto aparcados, como el de acoger a más de 600 inmigrantes del barco Aquarius, al tiempo que se hurgaba desde la oposición mediática en el historial de los ministros, dimitiendo, por ejemplo, el de Cultura y Deportes, Maxim Huerta. Después caería la de Sanidad, Carmen Montón. El enquistamiento del conflicto catalán, la estandarización de los bloques y la emergencia de Vox sacudían el tablero, con el decreto sobre exhumar los restos del dictador Franco sacándolo del Valle de los Caídos como línea divisoria ideológica.

En esos primeros meses Sánchez tuvo que someter su tesis doctoral a pruebas antiplagio y firmó el proyecto presupuestario con Podemos, a la vez que rompía toda relación con Pablo Casado por acusarlo de ser “partícipe de un golpe de Estado” en Catalunya, aunque pactara con el PP el nombramiento de Manuel Marchena al frente del Poder Judicial. En diciembre de 2018 el PSOE y su bastión andaluz sufrían el primer descalabro de su historia al tener que entregar Susana Díaz el poder al tándem de derechas PP-C’s, auspiciados por el extremismo del partido de Santiago Abascal que, solo dos meses después, se reproduciría con la famosa fotografía de Colón, amparados en unas “concesiones” del “Gobierno Frankenstein” al independentismo que nunca se produjeron. Internacionalmente, Sánchez tuvo que sumarse a la autoproclamación de Juan Guaidó como presidente de Venezuela, y un año después el ministro José Luis Ábalos puso en jaque al Ejecutivo tras citarse con la número dos de Maduro, dando munición a la oposición, que tampoco había dejado escapar la ocasión de hacer un sainete, con la colaboración del Ejecutivo, sobre la exigencia del Govern de que en la mesa de negociación existiera la figura de un relator que diera fe de las conversaciones. Es más, ERC y JxCat se negaron a apoyar los Presupuestos y el socialista tuvo que convocar elecciones para el 28 de abril.

Con un PP hundido en 66 escaños, C’s pisándole los talones (57) y Vox enseñando la patita (24), a Sánchez le sobraba con sus 123 asientos, la suma de los 42 de Podemos y la voluntad del soberanismo de apuntalar un Gobierno con un talante menos uniformador y más proclive al diálogo. En Moncloa ya ejercía de asesor Iván Redondo y, entre las elevadas pretensiones ministeriales del partido morado, y el derroche de petulancia del PSOE tras sus triunfos territoriales y europeo, el verano último transcurrió con una investidura fallida que abocó a la repetición de los comicios el 10-N, con la izquierda enfrentada y la derecha intentando rearmarse de votos. “¡Con Rivera, no!”. El grito de la militancia socialista en Ferraz aquella primera noche electoral no cuajó. Pero con Iglesias, de momento, tampoco. Ni siquiera con el anuncio del líder de Podemos de renunciar a entrar en el Consejo de Ministros un día después de que Sánchez revelara que el hoy vicepresidente segundo era el “principal escollo” para formar gobierno.

Entre tanto, los líderes del procés, con Oriol Junqueras a la cabeza, ya habían sido condenados por el Supremo pero no por rebelión, como pretendía la Fiscalía, sino por sedición y malversación, hurtándoles de paso al líder republicano y al president en el exilio Carles Puigdemont sus derechos como eurodiputados electos. El fallo fue recibido en Catalunya con una oleada de protestas, marchas cívicas y graves disturbios que dejaron 600 heridos entre agentes y manifestantes, 199 detenidos y 2,7 millones de euros en daños. El peor sedimento para retomar el contacto.

De cara a la nueva cita con las urnas, Sánchez adoptó un discurso muy beligerante contra el independentismo y contra Unidas Podemos. La mano de Redondo -y del polémico Tezanos al frente del CIS- decía que ello podría propulsarlo en escaños desde el mismo momento en que el 26 de mayo había completado su triunfal triplete electoral. “No dormiría tranquilo por las noches con Podemos en el Gobierno”, aventuraba tras volver a convocar a los ciudadanos. Tal era su guion antisoberanista que en pleno debate electoral propuso tipificar como delito el referéndum al estilo del 1-O y prometió traer de vuelta al Estado español a Puigdemont, saltándose cualquier jerarquía judicial. Argumentos que molestaron incluso a su socio más leal, el PNV, que le abrió la puerta de la victoria en aquella moción de censura y siempre dispuesto a que ese bloque cuajara ante la oleada recentralizadora que supondría el éxito de la derecha más radical, que retrocedía hasta la era de Aznar en forma y fondo. El periodo de interinidad no era excusa para el Gobierno vasco para no poner en marcha las transferencias pendientes. La apuesta por infraestructuras correspondientes al Estado y retrasadas como el TAV, encauzar las discrepancias en las relaciones en el ámbito fiscal en el Concierto, y la futura transferencia de Prisiones, entre otras, allanaban el camino, con la competencia de la Seguridad Social en la sala de espera. Una confianza madura y trastabillada en pleno desconfinamiento.

Aquel 10-N el movimiento de escaños no alteró la suma de bloques. La peor noticia llegó en la fulgurante ascensión de Vox (52) pero que junto al repunte del PP (88) no cambiaba las tornas ante el despeñamiento de C’s (10) que supuso el adiós de Rivera y su política de veleta naranja. PSOE (120) y Podemos (35) retrocedían ligeramente pero el soberanismo y otras pequeñas fuerzas engordaban y servían para, esta vez sí, reconfigurar el bloque de la moción. Lo que no pudo fraguarse en varios meses apenas tardó unas horas y el Gobierno de coalición, el del pacto del abrazo, era ya un hecho. Franco ya no descansaba en el Valle de los Caídos desde el 24 de octubre sino en Mingorrubio, pero ni ese arma arrojadiza le bastó a la derecha para evitar lo que despectivamente llaman “gobierno bolivariano y separatista”, rescatando incluso a ETA en su argumentario. En paralelo, pese a estar el president Quim Torra cercado por una posible inhabilitación por colocar lazos amarillos en campaña, la mesa de diálogo se reunió por vez primera en La Moncloa el pasado 26 de febrero, justo cuando más distanciados estaban los socios del Govern.

Pero para distancia, la social, la que llegaría el 14 de marzo, cuando Sánchez decretó el estado de alarma porque el rastro del covid-19 empezaba a dejar miles de muertos e infectados, ensañándose el virus con la Comunidad de Madrid, donde su presidenta, Isabel Díaz Ayuso, aprovechó para erigirse en lideresa de la oposición al Ejecutivo y tapar el desmantelamiento de la sanidad pública que durante años practicó el PP. Aunque la gestión del Gobierno de coalición durante la crisis sanitaria no ha estado exenta de errores de cálculo, decisiones erráticas en la compra de material y aires recentralizadores hasta proclamarse como “mando único”; la derecha tardó poco en desmarcarse de la imagen de unidad, señalando la marcha del 8-M como foco de contagio y no otros eventos. Eso sí, los líderes territoriales no cesan de pedir a Sánchez una cogobernanza, con el lehendakari Iñigo enarbolando esta bandera, en cada estéril cumbre telemática dominical. El grado de las condiciones de aislamiento fue tan polémico como la rivalidad por salir los primeros en las fases de desescalada. Las votaciones de prórroga de la alarma se complicaron y el líder socialista ha tejido de forma unilateral pactos que, por mirar a C’s, llevaron a ERC a abandonarlo, o a que el PNV lo avisara de que “el depósito de confianza tiene la luz de reserva”. El acuerdo con Bildu sobre la reforma laboral ha sido el penúltimo sofoco. Está por ver si mira a la mayoría de la moción de censura para las Cuentas de reconstrucción, aunque comienza a recomponer la relación con el PNV por el pacto del ingreso mínimo vital, y también con ERC para la última prórroga. El último incendio atañe al cese del director de la Guardia Civil, Pérez de los Cobos, que elaboró un informe repleto de fallos sobre la manifestación del 8-M. Los fatales efectos socioeconómicos y los consensos de legislatura amenazan a Sánchez. ¿Le quedarán flotadores?

2018

Pedro Sánchez será nuevo presidente tras salir adelante la moción de censura presentada por el PSOE contra Mariano Rajoy con 180 votos a favor (PSOE, Podemos, ERC, PDeCAT, PNV, Compromís, EH Bildu y Nueva Canarias).

El Congreso aprobó los Presupuestos que había elaborado el Gobierno del PP y con los que tuvo y todavía tiene que trabajar el Ejecutivo de coalición.

El Gobierno aprueba el real decreto ley para sacar del Valle de los Caídos los restos mortales de Franco, a lo que se opone la familia del dictador.

Sánchez rompe desde el Congreso su relación con el presidente del PP, Pablo Casado, por hacerle partícipe de un “golpe de Estado” en Catalunya.

Se cumple el acuerdo presupuestario pactado con Unidas Podemos.

2019

La figura del relator en las conversaciones entre el Govern y Moncloa genera una polémica que la oposición busca rentabilizar como “concesiones” al independentismo junto a los 21 puntos de la reunión de Pedralbes celebrada el 20 de diciembre.

PP, Ciudadanos y Vox recrudecen su ofensiva contra el Ejecutivo con esta manifestación.

Su rechazo a los Presupuestos obliga a convocar elecciones para el 28 de abril.

El PSOE vence con 123 escaños mientras que el PP se queda en 66, seguido muy de cerca por C’s y con la irrupción de Vox, pero la derecha no suma. En la sede socialista de Ferraz los militantes reciben a Sánchez con gritos de “¡con Rivera, no!”.

El mapa del Estado se tiñe de rojo con la victoria del PSOE en las autonómicas, municipales y europeas; el PP se consuela al recuperar Madrid capital y mantener la Comunidad.

Las exigencias de Podemos y la negativa a tener a Iglesias en el Gobierno tensan la relación en la izquierda y obligan a una nueva convocatoria electoral.

En puertas de la campaña, con Sánchez atacando a Podemos y al soberanismo, Franco ‘parte’ hacia Mingorrubio-El Pardo.

Con el apoyo del bloque de la moción, PSOE y Podemos tardan horas en forjar la coalición, con Iglesias de vicepresidente. Vox se dispara y C’s se hunde.

2020

Se fragua la mesa entre los gobiernos catalán y español justo antes del estado de alarma.

Cuando las cifras todavía no mostraban su letal crudeza, Sánchez dicta el confinamiento.

Quizás sean Podemos y los aliados de la moción quienes no concilien ahora el sueño si Sánchez corteja a C’s para las Cuentas de la reconstrucción

Catalunya, Franco, el 8-M... La derecha, sometida a Vox, aprovecha los pasos en falso de la coalición, y hasta el virus, para acorralar al Ejecutivo