Bilbao - Aunque sus etapas más conocidas son las de consejero de Interior en los tiempos duros de ETA -que planeó asesinarle cerca de una decena de veces, incluso en la boda de su hijo- y de presidente del Parlamento Vasco, donde se las tuvo tiesas con el Tribunal Supremo, este hombre hecho a sí mismo que escaló también en el ámbito profesional en la Caja Rural Vasca y en la Caja de Ahorros Vizcaina (ahora BBK) ha sido también concejal, juntero de Bizkaia y diputado foral de Agricultura. En la última etapa, y durante más de 14 años, ha presidido la Fundación Sabino Arana, de la que se despidió el pasado 31 de enero.

La última etapa como presidente de la Fundación Sabino Arana ha sido quizá la más tranquila. ¿También la más satisfactoria?

-Satisfactorias han sido todas. Recuerdo la etapa en la que estuve desde el 7 de febrero del 91 hasta el 25 de noviembre del 98 en Interior, aquellos años fueron convulsos, como consecuencia de que había una gente que ejercía el terror. A lo largo de esta trayectoria que he tenido el honor de desarrollar me he sentido en todas ellas a gusto, pero en ésta especialmente porque han sido 14 años y pico en los que he tenido plena colaboración por parte del equipo de la Fundación, así como los distintos miembros del Patronato. Es una satisfacción haber prestado un servicio público desde una fundación privada, eso es un aporte para la sociedad.

Lo ha sido casi todo, solo le ha faltado ser lehendakari. ¿Le hubiera gustado?

-¡A quién no le gustaría ser lehendakari, la máxima figura institucional de este país! Otra cosa es que Juan Mari Atutxa si algo ha tenido de virtud ha sido reconocer su capacidad y su incapacidad. Yo jamás de los jamases hubiese podido ostentar la responsabilidad y la representación que tiene el lehendakari. Nunca se me pasó por la cabeza.

¿Le hubiera gustado formar parte del gobierno de Iñigo Urkullu?

-Sí. Yo estuve muy a gusto con el lehendakari Ardanza y compartí también la segunda legislatura con Juan José Ibarretxe como vicelehendakari, pero la nobleza, la honestidad, la transparencia, el carácter de rigor que traslada el lehendakari Urkullu, para mí hubiese sido sin duda alguna una gran oportunidad de la que me hubiese sentido muy satisfecho.

¿Qué le habría dicho al lehendakari Urkullu en la consulta que hizo al Consejo de Gobierno sobre la fecha de las elecciones?

-Posiblemente le habría dicho lo que el otro día escuchaba de su boca: que la decisión que tome la hará en favor de Euskadi. Yo le hubiese dicho qué tenemos nosotros pendiente en nuestro Departamento, qué puede ser aprobado si es que las elecciones son en octubre... cuestiones de esta naturaleza. Soy consciente, como lo era antes, de que la decisión última la tiene el lehendakari. Pero no me cabe la más mínima duda de que él será leal a lo que ha manifestado: hará lo que crea que más convenga a Euskadi. Y eso es lo que yo le hubiese dicho.

¿Se parece la Euskadi actual a aquella que soñó cuando se afilió al PNV y decidió dar el paso a la política activa?

-Cuando me afilié al partido, la verdad es que nunca me hubiese imaginado que podría ostentar un cargo público de responsabilidad. En aquel entonces imaginarse solamente la situación, el estatus que este pueblo ha conseguido era una locura. Era dificilísimo imaginarse siquiera a qué nivel iba a llegar este pueblo a día de hoy. En mi caso, nunca me hubiese imaginado siquiera entrar en la política. Cuando el 29 de enero de 1991 el lehendakari Ardanza me propuso ser consejero de Interior le dije que se equivocaba, que yo no era la persona adecuada. Le dije algo así como que yo la policía solo la conocía de haber corrido delante de ella, de los grises, en aquellas huelgas de bandas, etc.

Mi tránsito por la política ha afectado directísimamente a mi casa. Mi mujer era consciente de los riesgos pero me decía: Juan Mari, alguien lo tiene que hacer. Y es cierto. Y no me arrepiento en nada.

¿Está ilusionado con la perspectiva del cumplimiento íntegro del Estatuto y la posibilidad de un nuevo estatus?

-Estoy ilusionadísimo. Si se cumpliera íntegramente el Estatuto, y algunas de las competencias que quedan por transferir son mínimas, luego tiene que venir también nuestra presencia directa en Bruselas. Entonces estamos tocando con la yema de los dedos eso que pudiera considerarse como un Estado en el mundo. Porque ya la independencia como tal no existe, es la interdependencia. ¿Qué Estado es independiente?

No ve clara la opción de la independencia.

-Yo me declaro independentista, pero del siglo XXI, no del XIX. Y creo que sería beneficioso para este pueblo. Pero hay que tener en cuenta que todo eso se consigue paso a paso.

ETA ha marcado la vida de Euskadi durante 50 años. Sus nietos no vivirán esa pesadilla.

-Eso es un triunfo.

¿Un triunfo de quién?

-De la misma sociedad. Porque aquí a determinados políticos del entorno de la organización terrorista o de quienes la comprendían y hasta la aplaudían se está diciendo que han dado pasos, como si hubiesen sido generosos. Y yo digo ¿dónde está la generosidad? ¿El "ya no te voy a matar" es ser generoso? ¿O lo que habría que hacer es revisar lo que pasó, al haber asesinado a tantísima gente? ETA y su entorno tendrían que hacer un balance, poniendo en una columna los sufrimientos, incluidos los propios suyos: asesinatos, secuestros, extorsión, familias destrozadas... y en la otra columna los logros: cero, absolutamente nada. Esta es la realidad. El triunfo se lo debemos a la sociedad misma, que no se ha agachado en su gran mayoría y ha conseguido que dejaran la violencia.

¿Esperaba o imaginaba el desarme y la disolución de ETA tal y como se han producido?

-Que tenía que llegar sí, pero con esa parafernalia no. Aquí artesanos por la paz ha habido muchos: la gente que no se agachaba eran artesanos por la paz.

¿Cree que la decisión de acabar con la violencia ha sido estratégica o solo táctica? ¿Ha pesado algo el componente ético?

-Yo creo que no. Han visto que después de tantos años secuestrando, asesinando, chantajeando la gente no cedía.

Usted ha sido una de las personas más odiadas por ETA, que le declaró enemigo y objetivo militar e intentó asesinarle en una decena de ocasiones, y también por la izquierda abertzale. ¿Qué le queda de ello, odio, resquemor...?

-Ni ápice de odio. Ni en mi casa, ninguno de mis hijos. En mi casa no se olvida, pero no se odia. Yo he estado 26 años y 115 días con escolta, de los cuales aproximadamente 21 años fueron noche y día. Los escoltas entraban en mi casa a las siete de la tarde y salían a las siete de la mañana, y cuando salían, nosotros ya nos habíamos ido antes. Eso condiciona la vida de la familia. Eso no se olvida. Mi hijo venía diciendo que en la ikastola le preguntaban por qué a su aita le querían matar.

Odio no, pero me imagino que miedo sí habrá sentido.

-Miedo sí. El miedo es algo inherente al ser humano. Miedo, claro que sí, conocidas además las diversas ocasiones en que habían intentado matarme. Si el miedo me hubiese arrastrado a ceder, yo hubiese firmado un papel delante del lehendakari y le hubiese dicho: me voy, porque no voy a cumplir mi cometido como debe ser.

¿Y la tentación alguna vez de dejarlo todo, de abandonar?

-No, nunca. En ningún momento pasó por mi cabeza. Una vez, en un momento especialmente duro, le dije al lehendakari: estos no me van a echar.

¿Qué sentía cuando le llamaban cipayo?

-Bueno, a mí me subían de categoría, me llamaban cipayo mayor. La verdad es que me resbalaba. Yo ya sabía lo que esa gente quería: que la Ertzaintza mirara para otro lado, lo cual hubiese sido una traición al pueblo al que tiene que servir. En el año 92, al año siguiente de ser nombrado consejero, ordené poner en todas las comisarías un cuadro con la reproducción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y decía: tenemos que perseguir hasta el último rincón del mundo a aquella persona en quien recaiga un indicio claro de haber cometido un delito y mucho más todavía si es el de terrorismo, pero tengan ustedes en cuenta que cuando pongan la mano encima a un ciudadano les venga inmediatamente a la mente que le asisten unos derechos. Así actuábamos.

Pero el informe del Gobierno vasco sobre torturas señala algo más de 300 denuncias atribuidas a la Ertzaintza.

-De momento no ha habido ni una sola condena a la Ertzaintza por tortura y no sé si en la etapa inicial hubo una por maltrato. Ninguna más. Yo no puedo garantizar, porque yo no estaba en todas partes, que a alguien no se le haya ido la mano pero lo que sí digo es que nunca hubiese sido con mi aceptación ni beneplácito; y en segundo lugar, que nunca ha habido una condena.

¿Sigue percibiendo ahora miradas de odio?

-Sí. Algunas que casi siegan. No es lo que más me preocupa. Todavía mantengo algunos tics de la época en la que estaba amenazado, después de tantos años que tenía que ser muy disciplinado con los servicios de seguridad, porque gracias a ellos estoy aquí. El día que me dejaron solo tras esos 26 años y 115 días, envié una carta a los servicios de escolta de Berrozi felicitándoles por haber conseguido un milagro: que yo pudiera remitirles esa carta ese día. Aun hoy entro a un bar y me voy al fondo, de frente a la puerta. Hay miradas, sí. Pero desde que ando solo, no he tenido nunca ningún problema con nadie.

Pero en aquella época sí tuvo que hacer malabarismos para seguir vivo.

-El objetivo era llegar vivo.

Mientras estuvo amenazado, ¿tuvo alguna muestra de apoyo o solidaridad por parte de algún dirigente de la izquierda abertzale?

-Ya estando en la Fundación, en un restaurante de Amorebieta, un ciudadano que conozco de hace muchos años y que militaba muy intensamente en ese mundo se me acercó y me dijo: Juan Mari, quería decirte una cosa, que lo tuyo ha sido una injusticia. Nunca más, nadie. Ni antes ni después, nadie. Nunca.

¿Cuándo ha llorado más?

-Una de las veces que lloré fue cuando en el año 80 recibí una carta de ETA pidiéndome cinco millones de pesetas. En casa, con mi mujer, leyendo aquella carta modelo, diciéndome que me pusiera en contacto con la organización OTXIA, que era Organización Txomin Iturbe Abasolo. Y fui, a través de una persona de Herri Batasuna, a San Juan de Luz, tuvimos una bronca de primera división, con Txomin y otro. Lloraba de impotencia. Yo era subdirector de Caja Rural. Después, en otras ocasiones, cuando he llorado ha sido de emoción.

¿Ha pensado en escribir sus memorias?

-(Ríe). En eso me insisten mucho, pero me he negado. Creo que no merece la pena.