Bilbao - La búsqueda de personas desaparecidas durante la Guerra Civil parte en muchos casos del desconocimiento absoluto de su destino: dónde fallecieron y en qué lugar reposan sus restos. Las razones que llevan a sus familiares a tratar de localizarles convergen en el objetivo de cerrar una herida abierta durante décadas. El descubrimiento posterior de que sus allegados se encuentran en el Valle de los Caídos, atendiendo a la orden de Franco en 1959 de trasladar allí cuerpos de prácticamente todo el Estado, no ha amilanado a una docena de familias vascas, que han iniciado los trámites para tratar de recuperar los restos y devolverlos a Euskadi. Según el Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos (Gogora), en el Valle hay al menos 1.231 vascos, una cuarta parte de ellos sin identificar. La gran mayoría fueron además trasladados sin el consentimiento familiar.

Cuando se reúne a personas que se han embarcado en este mismo proceso, enseguida surge el interés por el caso del otro: los ritmos son diferentes y hay quienes, como Juan Ramón Sertucha Larrea, de Erandio, ya han cumplimentado todos los trámites a través de Gogora y la Sociedad de Ciencias Aranzadi para tratar de recuperar a su tío, Santiago Sertucha Larrea, y ha recibido incluso el acuse de recibo por parte de Patrimonio Nacional. Otros, como Isabel Salazar, de Getxo, están dando los primeros pasos para trasladar a Euskadi a su abuelo Melchor Lázaro Soto, por lo que se interesa sobremanera por el papeleo llevado a cabo por Juan Ramón.

Además, bastan unos minutos de conversación para que surjan coincidencias del todo llamativas: Tanto Santiago como Melchor combatieron en el batallón Fulgencio Mateos, de UGT (“me sorprende porque mi familia es de tendencia nacionalista”, sostiene Juan Ramón). Más aún, en ambos casos el impulso para intentar localizarlos surgió en 2004. Juan Ramón explica que “tengo 82 años y cuando me jubilé empecé a hacer el árbol genealógico de la familia en el Archivo Diocesano de Derio. Llegó un momento en que me quedé estancado porque no tenía más parientes que buscar y pensé en los que están en el olvido”.

“Esa es la clave”, apostilla Isabel, que reivindica sacarles del Valle de los Caídos para que “no caigan otra vez en el olvido”. En su caso, en cambio, fue su madre Consuelo la que empezó a indagar en 2004 para dar con su padre. Consuelo falleció y ahora es Isabel, junto a sus dos hermanos, la que ha retomado esta tarea para recuperar a su abuelo, una vez el seguimiento realizado por Gogora y Aranzadi ha llevado hasta el Valle de los Caídos. “Es una manera de ir cerrando capítulos de la historia de mi familia y de ver si podemos terminar nosotros lo que empezó mi madre”, explica. Mientras Juan Ramón tiene perfectamente localizado a su tío, Isabel y los suyos aún no saben en qué columbario se encuentra Melchor ni si su recuperación es posible.

Isabel explica que “lo primero es localizarle, saber en qué columbario está, y luego volver a enviar todos los datos y solicitar la exhumación... si es posible”. Esta última coletilla apunta al necesario impulso político que facilitaría la salida de estos represaliados, lo que depende en buena medida del partido que esté en Moncloa. A estos dos casos se suma el de Maite Aristegi Larrañaga, vecina de Berango que, junto a sus hermanos, ha presentado toda la documentación para recuperar a su tío José Larrañaga Sarraoa, también en el Valle de los Caídos. “Cumplimos con todas las verificaciones y se suponía que estando el PSOE le daría impulso, pero claro, con la actual situación de la formación del gobierno todo está un poco empantanado”, lamenta.

Sacar al dictador Fue la llegada de Pedro Sánchez a Moncloa y una de sus medidas estrella, exhumar a Franco del Valle de los Caídos, la que puso el foco de atención sobre el mausoleo. Juan Ramón Sertucha considera que “por lo que me han dicho, la exhumación de Franco facilitaría la del resto”, pero advierte de que esta reivindicación “no se ha activado por el tema de Franco”. No en vano él mismo, como único familiar directo de Santiago Sertucha, empezó hace 15 años la investigación para dar con su paradero.

Sobre la posible salida del dictador, el marido de Isabel Salazar, Juan Pedro Sarria, considera que “en cuanto abras la puerta para sacar a Franco, todo lo demás va a sobrar. No va a haber que pedirlo, van a venir ellos a ofrecerlo”. A juicio de Juan Ramón, “lo de Franco es un tema político, jurídico y económico”, y Juan Pedro advierte de que, para un sector de la población, “eso es un búnker y no van a permitir que se abra bajo ningún concepto. Y mientras la llave esté cerrada, todas las posibilidades, instancias y ganas se van a estrellar”. Isabel censura que “están enterrados junto a la persona que dio la orden de sus muertes, lo que es una contradicción en sí misma”, y Maite Aristegi apostilla que la salida de Franco “posibilitaría que podamos recuperar a nuestros seres queridos y es una forma de recuperar la memoria y reparar aquello de alguna manera”.

Símbolo de paz

Cuando empezó a indagar en su pasado, Juan Ramón Sertucha no solo tenía como objetivo a su tío Santiago Sertucha, sino a otro tío, Julián Ramón Santiago. Miembro del batallón Eusko Indarra, de ANV, fue apresado y llevado al penal de El Dueso (Santoña), donde fue torturado hasta morir. “Según el informe de la penitenciaria fue una muerte natural, y yo digo que natural que muriera porque fue sometido a tortura”, dice. Respecto a su abuelo Eduardo Ramón, le llevaron al campo de concentración de Camposancos en La Guardia, Pontevedra, donde falleció por caquexia, “un estado del ser humano en el que se queda con los huesos y la piel”. Por todo ello, Juan Ramón pide que no se actúe solo en el Valle de los Caídos, que es “más mediático”, sino también sobre el resto.

Se muestra a su vez partidario de no demoler el Valle, entre otras cosas por el elevado coste que supondría, y coincide con el resto de familiares en vaciarlo de contenido y que sea “un símbolo de paz”. Reclaman a su vez que, si se exhuma a Franco -también a José Antonio Primo de Rivera, apuntan-, no se le traslade a la Catedral de la Almudena, como reclaman sus herederos, sino “a un panteón privado”.