Recuerdas Xabier, cuándo y cómo nos conocimos? Hace más de sesenta años. Todavía eras estudiante jesuita. Comencé mi curso bíblico. Te presentaste para seguirlo. A las tres o cuatro clases, te llamé y te dije: “Xabier, vete a Alemania y empápate del espíritu centroeuropeo. Después, enséñalo a nuestro pueblo. Somos un pueblo antiguo y singular, pero europeo”. Y me hiciste caso.

Un día me dijiste que dejabas la sotana. “No tengo fe suficiente para ser un profesional de la fe”. Y te dije: “Te entiendo, en tu caso, yo haría lo mismo. Pero nada se ha roto en nuestras almas”. Y todo siguió igual entre nosotros.

Hemos vivido mucho juntos desde puestos muy distintos. Pero siempre nos mantuvimos muy cercanos. ¡Cuántos años y ratos juntos, como cuando teníamos dieciocho años! ¡Los mismos, pero tan distintos!

Recientemente te presentaste en mi despacho. ¡Qué ilusión Xabier! ¡Como en los viejos tiempos! Pues todos son buenos para hacer el Bien y solventar problemas, Xabier. Y me dijiste: “Es lo que quiero hacer hoy, óyeme en confesión”. Y lo hicimos, allí mismo, casi sin palabras, pero no sin lágrimas. Llorar no es de mujeres, ni de cobardes.

No, no le esperaba: “Me encuentro bien, y ahora muy bien, por habernos encontrado”, me dijo. Yo también le veía bien. Ni la menor sospecha, y yo soy mayor. Pero ¡se fue!, y parte de mi con él. ¡Éramos tan distintos y tan cercanos!

¡Hasta siempre compañero!