Azkoitia - Las centenares de personas que llenaron la iglesia Santa María la Real de Azkoitia y sus aledaños ayer por la tarde dieron a Xabier Arzalluz una despedida a la altura de un funeral de Estado. El adiós al histórico dirigente jeltzale congregó a las principales autoridades vascas, pero también a otros dirigentes políticos de distinto signo, que se acercaron para mostrar respeto por el valor político que representa su figura por encima de las discrepancias ideológicas. Representantes de todas las formaciones políticas, menos el PP, acudieron por tanto a dar el último adiós a Arzalluz.

El funeral del expresidente del PNV fallecido el jueves a los 86 años de edad arrancó pasadas las 19.00 horas, aunque la iglesia estaba llena bastantes minutos antes de que comenzara el rosario, después de las 18.30 horas. Esa era la hora convenida a la que la familia condujo el féretro al interior del templo, rodeado por jóvenes de EGI que alzaban ikurriñas, momento en el que un hombre gritó de forma espontánea “gora Euskadi askatuta!”. Acto seguido accedieron la viuda, Begoña Loroño, y los tres hijos del matrimonio (Asier, Usoa y Miren), con sus respectivas parejas e hijos. Dentro esperaban las principales autoridades de la CAV y Nafarroa, entre las que se encontraban los jefes de ambos ejecutivos, Iñigo Urkullu y Uxue Barkos.

Ya en el propio oficio religioso, el párroco Felix Azurmendi subrayó la vocación de Arzalluz de contribuir a construir el pueblo vasco. “Ha sido una persona muy conocida en Euskal Herria y fuera, su labor ha sido eficaz y significativa, no hace falta decirlo”, expresó Azurmendi en su homilía, que las numerosas personas que no pudieron acceder al templo pudieron seguir desde fuera.

Apuesta por el diálogo “Nació en Euskadi, fue moldeado por él, y asumiendo el legado, vivió para el pueblo”, dijo el párroco, que resumió que Arzalluz, “dejando de lado cualquier otro debate, cumplió de manera excelente su vocación: mejorar la vida de este pueblo y de esta sociedad”. Azurmendi subrayó del dirigente jeltzale, “entregado en cuerpo y alma al trabajo, su rectitud, su solidez, su humildad, su apuesta por el diálogo y en las ocasiones que hacía falta, hacía de puente” a favor de la paz. Más aún, “también le ha tocado llevar su cruz y ha sabido llevarla”.

“Cuando ponemos la ideología por encima de los derechos, nos quedamos ciegos, porque no nos damos cuenta de la situación de los demás”, denunció Azurmendi, quien advirtió del “riesgo” de quienes sirven a la sociedad desde distintas instituciones como la política, “que para muchos es una vocación que ha perdido su buen nombre”, agregó.

“La humildad, la capacidad de escucha y el amor al pueblo es imprescindible” para quienes quieren hacer una “buena labor” de servicio político, declaró Azurmendi, quien terminó por recordar que “este quehacer es un desafío que no tiene fin” para todos aquellos que trabajan para conseguir una sociedad más digna.

Al concluir la misa, en la que en algunos momentos se colaron los estruendos carnavaleros de algunas carrozas que desfilaban en el exterior del templo, el féretro fue conducido hacia la plaza Jesusen Bihotz Agurgarri, donde se agolpaban ya más de 300 personas. Al final del pasillo de ikurriñas que se levantó de nuevo, la comitiva se detuvo mientras los asistentes cantaron el Eusko Gudariak.

En la propia plaza la familia fue recibiendo ya el pésame de azkoitiarras y autoridades, que salían tras ellos. Poco antes de las 20.20 horas, una nueva salva de aplausos cerrada indicaba que el coche fúnebre que llevaba los restos del exdirigente del PNV durante casi 25 años, de “gran carácter y gran interior”, como certificó el párroco, ya se marchaba.

Concluían así un funeral y un adiós igual de emotivos y a la altura de una de las figuras clave para entender la evolución de la política vasca desde los últimos años del franquismo y la Transición -con los procesos constituyente y estatutario sobre la mesa- hasta la entrada del nuevo milenio, y también el propio nacionalismo vasco contemporáneo. No en vano, salvo el periodo comprendido entre 1984 y 1986, Arzalluz dirigió el PNV desde 1980 hasta 2004. Cuando regresó a la dirección del partido jeltzale, lo hizo una vez consumada la traumática escisión que dio origen a Eusko Alkartasuna, tras lo que su liderazgo contribuyó al PNV a recuperarse.