Donald Trump regresa y de qué manera. Arrollando a Kamala Harris, venciendo en voto popular y haciéndose incluso con los siete estados bisagra, mientras demuele al mismo tiempo el “muro azul” de estados que los demócratas consideran claves para cimentar su victoria. Un retorno digno de guion hollywoodense que ni el propio Trump hubiera soñado hace unos pocos meses y que, sin duda, marcará una presidencia que puede ser clave en el devenir del país de las barras y estrellas.

Volviendo a las elecciones, ¿cuáles son las claves de la victoria tan abultada de Trump? Queda claro que Donald ha sabido enfocar su campaña de manera mucho más certera que Kamala. Trump can fix it se leía en cientos de carteles en cada mitin republicano. El lema lo deja muy claro, Trump puede arreglarlo, es el único capaz de enderezar la economía norteamericana, rebajando la inflación, bajando el precio del carburante y, sobre todo, vendiendo la esperanza de una nueva era industrial y comercial, terminando con la deslocalización de empresas y protegiendo a los productores internos mediante aranceles para los bienes que proceden de otros países. Un retorno a la “edad dorada de los Estados Unidos”, como no paraba de repetir Donald al conocer su victoria.

La economía, por tanto, ha sido la mano ganadora de estas elecciones, ante unos demócratas que han sido incapaces de proporcionar a Kamala Harris un proyecto económico claro y diferenciado del gobierno de Joe Biden, del que la candidata es vicepresidenta. Para muchos expertos aquí ha estado la clave del agotamiento de la candidatura demócrata. Si Harris comenzó su campaña con una gran fuerza en las encuestas, creando ilusión en las bases demócratas y en parte de la sociedad americana, presentándose como un nuevo y fuerte elemento renovador de la política norteamericana, poco a poco se ha ido desinflando gracias a una eficaz campaña de los trumpistas que han logrado asociar a la vicepresidenta con la incapacidad del gobierno Biden.

El voto de los latinos

Kamala ha centrado su mensaje en las minorías raciales, las mujeres, presentándose como la antítesis política de Trump. Al contrario, Trump se ha mostrado a los electores como el empresario capaz de llevar al país de nuevo a la senda de la riqueza, superando la deslocalización y protegiendo el mercado norteamericano. Un canto de sirenas que no solo ha embaucado a las clases medias y bajas blancas que han sido víctimas de la desindustrialización y la deslocalización, sino también a una gran parte del voto de los latinos más establecidos en el país, que han antepuesto la economía a la dimensión identitaria. Sin duda, esta ha sido una de las claves del fracaso de la apuesta demócrata.

Tres mujeres celebran en Las Vegas la victoria arrolladora de Donald Trump. EFE

Si la economía ha sido el elemento clave de las elecciones, también será la principal piedra de toque para el segundo gobierno de Donald Trump ¿Será el neoyorquino capaz de volver a poner en marcha la maquinaria económica de los Estados Unidos? Y, sobre todo, ¿será capaz de elevar los niveles de riqueza de una clase media cada vez más ahogada? Su fiel escudero en las elecciones, Elon Musk, parecía dar fe sobre el venturoso futuro que promete Donald a la economía norteamericana. Musk personifica al emprendedor norteamericano, una especie de Trump 2.0. La participación de Musk en la campaña se apunta también como un elemento fundamental, lo que sin duda hará que Trump premie de alguna manera al magnate tecnológico.

Deportar 12 millones de migrantes

Argumentos importantes en su anterior campaña, como el de la inmigración, a pesar de ser una de las características tradicionales del trumpismo, parecen haber sido eclipsados por la economía en la recta final electoral. Habrá que ver si Trump será capaz de cumplir la promesa de deportar a doce millones de inmigrantes en caso de victoria. La mejora de lo economía doméstica de los norteamericanos y, sobre todo, la protección del mercado económico del país, frente a las importaciones del exterior, serán seguramente los grandes caballos de batalla de un Trump que veía sencillo describir su política económica frente al exterior: aranceles, aranceles y más aranceles. Pocos dudan de la reactivación de la guerra comercial con China y, quién sabe, si los hasta hoy tradicionales aliados económicos, como los europeos, se ponen en el punto de mira del bueno de Donald.

Además de la economía, existe otro aspecto central del que el candidato republicano ni los suyos han hablado mucho, pero que seguramente condicionará profundamente este segundo mandato. Trump en muchas entrevistas ha calificado su retorno con la palabra venganza, refiriéndose a una de las mayores dificultades que tuvo durante su primer mandato presidencial, el de las resistencias institucionales. Resistencias que le han valido para justificar el incumplimiento de promesas electorales del primer mandato.

A la vez, habrá que ver también si Trump se atreverá a poner en marcha el Proyecto 2025 de la Fundación Heritage, donde se contempla el despido de una parte del funcionariado no leal al trumpismo y la limitación de las instituciones federales en su capacidad de freno al presidente. Quizás sea este el principal miedo de los críticos de Trump. Con el Senado y la Cámara de Representantes en su poder, Trump podría seguir la senda de las democracias iliberales europeas y del propio Netanyahu reduciendo los límites a las políticas presidenciales. Una erosión de la arquitectura institucional norteamericana que para muchos no sería impensable en alguien que fue capaz de alentar a una muchedumbre a tomar el capitolio.

Migrantes caminan junto al muro en la frontera de EE.UU, y México en Lukeville, Arizona, EE.UU. EFE

No debemos olvidar la política exterior, uno de los elementos fundamentales de la política norteamericana. Pocos dudan del apoyo que Trump dará a Netanyahu en su cruzada contra sus vecinos, mucho más efusivo e intenso que el de Biden. En todo caso, la relación con China y la cuestión ucraniana serán los verdaderos ejes de la acción exterior norteamericana, sin olvidar las relaciones con los europeos. Está por ver si en este nuevo mandato Trump será capaz de cumplir las amenazas lanzadas con respecto a la OTAN y, sobre todo, habrá que ver cuál será la posición de Europa en temas de seguridad. En este sentido, Europa quizás se enfrente a la hora de tomar una posición propia e independiente en cuanto a su defensa y su autonomía militar.

Lo que está claro es que este segundo mandato marcará profundamente la política norteamericana y estos cuatro años, posiblemente, condicionen totalmente el espectro político del país que volverá a enfrentarse en 2028. De hecho, ya lo está haciendo. Por un lado, el Partido Republicano ha logrado vencer también en votos, no solo representantes, hecho que no se producía desde 2004 con Bush hijo. Los republicanos, pues, vuelven a retomar la hegemonía popular. Además, esta victoria confirma la hegemonía del trumpismo sobre los moderados del partido. Ya nadie pone en duda que el pensamiento MAGA, el populismo nacionalista de Trump, se ha convertido en la base ideológica del republicanismo norteamericano, haciendo que queden pocos espacios para los moderados, escorando al partido colorado hacia un populismo extremista.

Elegir a un sucesor y heredero

Sin embargo, la clara victoria del populismo trumpista tiene sus problemas para consolidarse. Legalmente Trump no puede volver a presentarse en 2028, al tener los presidentes americanos limitados su mandato a ocho años, y además está su edad. Los republicanos no querrán repetir la experiencia de los demócratas con un Biden anciano y mermado. Por todo ello, Trump deberá elegir a su sucesor y heredero en su último mandato presidencial. Su vicepresidente, Vance, parecería su heredero natural, pero la campaña ha dejado claro que se encuentra a años luz del carisma del mesías de Nueva York. Por lo tanto, estos cuatro años determinarán por un parte la hegemonía de los republicanos y la capacidad del trumpismo para consolidar su poder dentro del partido, a la vez que serán testigos de la elección del heredero del trumpismo. Una sucesión para la que, quizás, alguien como Elon Musk haya comenzado a presentar su candidatura.

Por último, están los perdedores de los que nadie parece acordarse. Kamala Harris, seguramente, será devorada por sus correligionarios por el fracaso de su apuesta política. La amplia derrota dificulta sus posibilidades para liderar la recomposición de un Partido Demócrata que solo cuenta con cuatro años para rehacer completamente su proyecto político. 2028 no está tan lejos como creemos, cuando es necesario rehacer todo un movimiento político que parece haber tocado fondo.

Las políticas de Donald Trump ayudarán a marcar el nuevo rumbo de los demócratas, sin duda alguna. Un rumbo que para muchos demócratas críticos, se perdió hace mucho tiempo al abandonar a las clases trabajadoras tradicionales por una apuesta por las cuestiones identitarias y por las clases medias altas, apoyándose en la cultura woke como ideología del Partido Demócrata. No se debe olvidar que la clase blanca media y baja vota republicano desde hace varias décadas. La visión de los demócratas como el partido de las minorías raciales y las clases universitarias acomodadas está consolidada para el americano medio. 

Un cambio para los demócratas

La elección de Kamala de su universidad como sede para la noche electoral no deja lugar a dudas de ello. Parece haber llegado la hora de un cambio de rumbo de los demócratas. Por ello, quizás Trump y sus políticas les den una oportunidad para rearmarse ideológicamente y presentar batalla en las presidenciales de 2028.

Comienza, por tanto, el segundo reinado de Donald Trump de manera arrolladora, con una victoria aplastante, que deja a sus rivales noqueados políticamente. Si su primera victoria parecía fruto de un accidente debido al azar, su actual retorno se inicia con la fuerza de una victoria incontestable. Empiezan cuatro años que marcarán el futuro de los Estados Unidos para muchas décadas, sin duda alguna y, con ello, el del resto del mundo. 

En estos momentos pocos apostarían a que nos encontramos ante un gobierno de simple transición. El retorno de Trump significará probablemente un punto y aparte para los destinos del país y del mundo, además de para el devenir político de las dos almas de la sociedad americana. Trump inicia un mandato que será histórico en muchos sentidos.